Crónica:DON DE GENTES | EN CANDELERO

Huevos de oro

EN LA SALA de espera del dentista. Más allá del hilo musical, lo que suena es el torno que taladra la boca de una víctima que ha pasado a la silla de sacrificios antes que yo. Pillo una revista. Dejo a un lado las de salud, que me ponen literalmente enferma, y me decido por la única que puede llenar este vacío: Cosmopolitan. El reportaje va sobre cómo descubrirle el punto G a "tu chico". "Tu chico", una expresión que me parece intolerable cuando la dice gente de mi generación. Soy muy activa en esa intolerancia. Si un conocido me pregunta por "mi chico", le digo inmediatamente: "...

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EN LA SALA de espera del dentista. Más allá del hilo musical, lo que suena es el torno que taladra la boca de una víctima que ha pasado a la silla de sacrificios antes que yo. Pillo una revista. Dejo a un lado las de salud, que me ponen literalmente enferma, y me decido por la única que puede llenar este vacío: Cosmopolitan. El reportaje va sobre cómo descubrirle el punto G a "tu chico". "Tu chico", una expresión que me parece intolerable cuando la dice gente de mi generación. Soy muy activa en esa intolerancia. Si un conocido me pregunta por "mi chico", le digo inmediatamente: "¿Te refieres a mi hijo?", porque llamar "chico" a un marido que ha traspasado la dramática barrera de los 50 me parece ¡patético! ¡Quitémonos la careta del juvenilismo! El artículo no es para mí: si "tu chico" no se ha descubierto el punto G traspasada la dramática barrera de los 50, lo que necesita es un psiquiatra de urgencia. Además, los puntos no se buscan, dijo Miguel Ángel, se encuentran. Como no me he llevado gafas de cerca, me veo obligada a separarme tanto la revista de los ojos que la señora de al lado lo lee al tiempo que yo. Es una anciana provecta, así que pienso que para encontrarle el Punto a su marido, igual tiene que pedirle a las autoridades el levantamiento de la fosa. Tan interesada está que, al rato, estoy por preguntarle: señora, ¿puedo pasar ya la página? Me doy cuenta de que este artículo sobre el mítico Punto ya lo leí hace un año. Mi dentista no cree en la actualización de la prensa. Eso me hace recordar un chiste de Seinfeld: "¿En qué se diferencia un dentista de un torturador? En que el dentista tiene las revistas atrasadas". El desparpajo sexual con el que están escritas esas revistas me hace pensar en el libro con el que estos días me voy a la cama: On Chesil Beach, de Ian McEwan, novela que el amigo Jorge Herralde ha prometido que publicará dentro de unos meses. Lo maravilloso de la novela es el contraste que supone con la corriente dominante: en estos momentos de desparpajo sexual, unas veces desplegado desde el punto de vista higiénico (¡qué bueno es el sexo para la salud!), y otras, desde el porno (¿has visto alguna vez una verga como ésta, muñeca?, ¡estás pidiendo a gritos que te follen!), va un novelista y decide contar la noche de bodas de una pareja con experiencia sexual nula: él, insoportablemente salido; ella, con un rechazo físico absoluto al intercambio de fluidos. Es la descripción realista de un encuentro amoroso lamentable que se produce, para colmo, en vísperas de la década de la revolución sexual, los sesenta (las fechas no sirven para España). Leer, con todo detalle, qué siente una recién casada que no soporta la lengua de su marido en su boca es tremendo. Resulta difícil creer que McEwan no se inspirara en un conocidísimo poema de su compatriota Philip Larkin, y se echa en falta que no incluyera la cita: "Sexual intercourse began / In nineteen sixty-three / (Which was rather late for me) / Between the end of the Chatterley ban / And the Beatles'first LP" ("La actividad sexual empezó / en mil novecientos sesenta y tres. / (Lo cual era más que tarde para mí). / Entre el fin de la prohibición de lady Chatterley / y el primer LP de los Beatles"). Tanto la novela como el poema hablan de la mala suerte de pertenecer a la última generación de los tiempos de escasez. Pero la maravilla es que para contar la torpeza sexual también hacen falta descaro y atrevimiento. La nuestra, nuestra década mágica, llegó tarde; pero vaya, nos hemos puesto al día. Según Manolo Rodríguez Rivero (por su cultura columna / famoso en el mundo entero), que se patea las librerías allá donde va con ansia de cronista, no hay país que supere, bibliográficamente hablando, nuestra oferta en publicaciones guarras. A esto se suma lo que el otro día me contó un amigo que trabaja en el universo del ladrillo; me decía que un constructor se jactaba de haberse traído de un país del Este la maleta llena de viagras. Esto me hizo recordar el reportaje de The New York Times en el que se aseguraba que los hombres españoles están echando mano de la pastilla mágica para combatir el bajonazo que provoca el estrés. Mi amigo, que conoce a fondo el verdadero mundo del ladrillo cañí, dice que aquí no se consume para paliar un problema fisiológico, sino por vicio, porque se quiere más. También somos el país de la Unión Europea en el que circulan más billetes de 500 euros, aunque nadie admita tenerlos. ¿Y qué tiene que ver una cosa con otra? Según mi amigo, los sociólogos a veces no saben relacionar factores. Para él, la abundancia de billetes de 500 y el elevado consumo de Viagra son dos constantes a relacionar. Después de mucho pensarlo, se me hace la luz: en mi mente aparece aquel constructor hortera de la costa mediterránea que inventó Bigas Luna para Huevos de oro. Bigas fue un visionario. En estos días en que la identidad española tiene su máximo exponente en la especulación inmobiliaria, hay que pedir que se haga una segunda parte con los mismos personajes. Recuerdo aquella noche que vi en París, en un cartelazo enorme iluminado, a Javier Bardem retratado con un traje blanco, echándose la mano a los huevos. Era antes de la Viagra y el billete de 500, pero no hay mejor retrato para algunos especuladores del presente. Cómo pasan los años, qué te parece. Yo seguiré viniendo a mi dentista dentro de veinte años, tal vez a ella le tiemble la mano, tal vez yo ya no tenga dientes. ¿No podría la revista Cosmopolitan preparar (hay tiempo) un artículo sobre qué hacer con tu chico cuando ya se han perdido, ay, los incisivos?

El actor Javier Bardem, en una escena de la película Huevos de oro.

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