Crónica:DON DE GENTES

La cólera de la diosa

YO HE VISTO a la mujer más bella del mundo. Era una tarde primaveral, y la figura de la mujer más bella del mundo se recortaba sobre la fuente más bella del mundo, la de Bernini, en la plaza de España en Roma. Era tan abrumador el conjunto, la luminosidad de la tarde, la fuente y esa diosa caminando a paso lento, que, en serio, pensé que se trataba de una alucinación. A las mujeres nos acostumbraron a violentarnos cuando teníamos cerca a una mujer bellísima, probablemente era algo propiciado por los hombres que se divertían siendo testigos de la competencia. A eso se sumó el desprecio que un t...

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YO HE VISTO a la mujer más bella del mundo. Era una tarde primaveral, y la figura de la mujer más bella del mundo se recortaba sobre la fuente más bella del mundo, la de Bernini, en la plaza de España en Roma. Era tan abrumador el conjunto, la luminosidad de la tarde, la fuente y esa diosa caminando a paso lento, que, en serio, pensé que se trataba de una alucinación. A las mujeres nos acostumbraron a violentarnos cuando teníamos cerca a una mujer bellísima, probablemente era algo propiciado por los hombres que se divertían siendo testigos de la competencia. A eso se sumó el desprecio que un tipo de feminismo profesó hacia la belleza física, como si fuera algo que no debiera reseñarse nunca. Pero, oye, ya estamos de vuelta. Entre aquel requiebro retrechero del que miraba un escote y decía: "¡Eso es canal, y no el de Isabel II!", y el negar el mérito a un prodigio de la madre naturaleza hay un término medio. Al menos a mí, que soy mujer (y para colmo, heterosexual), me deslumbra la belleza femenina y cuando veo una mujer como esa que vi aquella tarde romana me quito el cráneo, y quisiera que no desapareciera, quisiera poder acercarme y tocar, como el que toca las curvas de una estatua. No es tan raro. Un amigo mío (para colmo, heterosexual) dice que los hombres deben tener una oscura tendencia al mariconismo o a la veneración a sus propios atributos, porque siempre que ven alguna escena porno acaban centrándose en el tema-miembro. Bien. La mujer más bella del mundo era (es) Naomi Campbell. Iba seguida por dos hombres cargados con bolsas con firma. Si ellos hubieran ido, como dos esclavos, portándola en trono, no me habría sorprendido lo más mínimo. El momento era de anuncio. Más tarde la vi en Milán, desfilando para sus amiguetes Dolce y Gabbana, y ahí sí que la pude mirar con descaro, como mira Anne Wintour desde el cristal negro de sus gafas de enferma mental. Y confirmé lo que ya sabía, esa carne estaba bendecida. Ya no hay carnes como ésa encima de las pasarelas. Cuando ciertos grupos de presión se echaron encima de Dolce y Gabbana por aquel anuncio en el que una señorita medio tirada en el suelo parecía que iba a ser asaltada por cinco hombres, se me ocurrieron varias cuestiones que desmontaban la idea (que seguro rondó la mente del publicista) de una violación: primera, ¿no estaba claro a la vista de cualquiera que los cinco muchachos eran homosexuales? Si no lo eran, juro que lo parecían, y un amigo mío gay dice que el que lo parece lo es; segundo, la escena era tan fría que esos seres no parecían humanos, sino una reunión de una Barbie y cinco Kents, y por último, pero no menos importante, hay anuncios de moda que en vez de provocarte una compra te echan para atrás porque son repelentes, pero es que a algunos publicistas de moda les gusta el repelús. Imaginemos el mismo anuncio con una terneraca como Naomi y cinco hombres que fueran Leonardo DiCaprio, Matt Damon, Javier Bardem, Vigo Mortensen y James Galdonfini, por citar cinco verracos de mi gusto, ahí sí que no habría confusión: son hombres de verdad que jamás contemplarían cómo otro hombre sujeta a una mujer en el suelo: o bien se lanzan a matar al agresor o bien matan a la dama. Con las famosas fotos del artista Montoya que se valió de la imaginería religiosa para montar una imágenes porno me pasaba lo contrario: eran tan espantosamente reales que no dejaban lugar a la confusión; no sólo andaba el asunto religioso por medio, sino algo más profundo: la Virgen María es, al fin y al cabo, una madre, y una madre masturbando a un hijo que está muriendo, en fin, hay que ser Francis Bacon para afrontar ese reto. Lo cual no significa prohibir. Un galerista privado puede exhibir cuantas masturbaciones quiera, incluso de la propia familia del artista, que sería entrañable; pero, claro, no tiene sentido luchar por que la Iglesia y sus manifestaciones no estén subvencionadas y subvencionar la imaginería antirreligiosa, que a veces es casi lo mismo, porque los extremeños se tocan. Pero ése es un asunto viejo, bastante presencia tiene la Iglesia en estos días para darle más pelota. Además, para diosas, yo ya tengo la mía, Naomi. A punto estuve, lo confieso, de ir, como fueron tantos neoyorquinos morbosos, a verla a hacer el paseíllo de camino a su trabajo redentor de limpiadora. No crean ustedes que la defiendo, no se hagan una idea equivocada de mí, pero yo pregunto: ¿es que los dioses no tienen accesos de cólera? Si Dios nos lanzaba plagas y rayos desde las páginas bíblicas, ¿no es lógico que una diosa de su tiempo lance lo que siempre tiene en la mano una diosa de su tiempo, o sea, el teléfono móvil? Ah, no quiero disculparla, es caprichosa, neurótica, desequilibrada, pero yo pregunto: ¿es que no tiene gracia convertir una escena humillante, como es la de tener a cientos de paparazzi de todo el mundo viendo cómo vas a entrar a limpiar, en un show de alta costura? El último día, nuestra diosa fue con un traje largo plateado. Detrás de ella, un empleado se había prestado a llevarle la maleta. Decía el amarillista New York Post con mucho cachondeo: "Un funcionario municipal trabaja de mayordomo de Naomi". Ella demostró que las mujeres bellas convierten el asfalto en pasarela. Hizo gala de sus tres célebres normas: echar los hombros para atrás, mirar al frente y mover el culo. Pero para hacer eso y no parecer una gallina de corral hay que tener esa genética. ¡Dejemos esta farsa del espíritu y la inteligencia! Hagamos como Mandela, adorémosla. Yo pregunto: ¿no dan ganas de que alguien así te tire un móvil a la cabeza?

La modelo Naomi Campbell, en un desfile en Barcelona.VICENS GIMÉNEZ

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