Análisis:A LA PARRILLA

Esquina Broadway

Lo que Juan Carlos Ortega demostró este viernes en La noche americana (Cuatro) es que también la tele española puede innovar, aunque para demostrarlo haya tenido que largarse con sus estupendos gags a la calle 49, esquina Broadway. Pero lo que no esperábamos de Ortega en Nueva York es que su estreno estuviera rodeado de la tercera edad y trabajara todo el tiempo nuestra nostalgia televisiva, lo cual demostró lo buen chaval que es y el talento que tiene. Era muy fácil hacerse el posmoderno televisivo desde Manhattan y además con barra libre, pero el treintañero escogió lo más difícil: ho...

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Lo que Juan Carlos Ortega demostró este viernes en La noche americana (Cuatro) es que también la tele española puede innovar, aunque para demostrarlo haya tenido que largarse con sus estupendos gags a la calle 49, esquina Broadway. Pero lo que no esperábamos de Ortega en Nueva York es que su estreno estuviera rodeado de la tercera edad y trabajara todo el tiempo nuestra nostalgia televisiva, lo cual demostró lo buen chaval que es y el talento que tiene. Era muy fácil hacerse el posmoderno televisivo desde Manhattan y además con barra libre, pero el treintañero escogió lo más difícil: homenajear desde Broadway a los dos grandes mitos catódicos de aquí (Íñigo tocándonos la nostalgia y Sardá tocando el saxo) y enviar a su vieja reportera Olimpia Fernández a descubrir Manhattan.

Juan Carlos, como se sabe, es un mito de las generaciones mediáticas (radiofónicas, televisivas, columneras y blogueras), pero su gran provocación de la medianoche del viernes consistió sencillamente en mostrar su profunda y sincera gratitud hacia las generaciones antiguas, jubiladas o a punto de tal. Esto es francamente insólito en un país tan parricida. Un chavalín de la generación X, que también es referencia de la generación iPod (o Y), que cuando dispone de un programa no se dedica facilonamente a halagar los bajos instintos de los pequeñitos, no practica la extendida ley de la tábula rasa y al mismo tiempo es respetuoso e irónicamente divertido con sus mayores. Ése fue el mejor gag de Ortega en la medianoche de su estreno.

Sólo falló lo siguiente. Cuando esto ocurría en la 49 esquina Broadway, unos metros más allá y a la misma hora, en el Sullivan Theatre, el gran David Letterman celebraba el 25º aniversario de su late show, un evento de la tele global. Y mi admirado Juan Carlos, dispuesto a homenajear fuentes, tenía por bemoles catódicos que haber enviado a Olimpia al Sullivan, donde Letterman entrevistaba al divertido Bill Murray. Cuándo entenderemos de una puñetera vez que la tele actual tampoco tiene fronteras, aunque se emita fuera de nuestras fronteras.

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