Crónica:Fútbol | Séptima jornada de Liga

El Madrid achica al Barça

Mucho más enérgico de principio a fin, el equipo de Capello supera con creces a los azulgrana

Enérgico de principio a fin, el Madrid apenas discutió con el Barça, al que primero zarandeó, más tarde frenó y finalmente arrolló. Ante el frenesí blanco apenas tuvo respuesta el equipo de Rijkaard, que sólo encontró alivio en Messi y nunca tuvo noticias de Ronaldinho, en su peor versión desde que aterrizara por el Camp Nou. Enfrente, el Madrid contó con todos. De Casillas a Van Nistelrooy, uno tras otro cumplieron su misión. Unos con extraordinaria eficacia (Raúl), otros con enorme precisión (Guti) y algunos con el mazo a punto cuando resultó necesario (Cannavaro).

Más febril desde el...

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Enérgico de principio a fin, el Madrid apenas discutió con el Barça, al que primero zarandeó, más tarde frenó y finalmente arrolló. Ante el frenesí blanco apenas tuvo respuesta el equipo de Rijkaard, que sólo encontró alivio en Messi y nunca tuvo noticias de Ronaldinho, en su peor versión desde que aterrizara por el Camp Nou. Enfrente, el Madrid contó con todos. De Casillas a Van Nistelrooy, uno tras otro cumplieron su misión. Unos con extraordinaria eficacia (Raúl), otros con enorme precisión (Guti) y algunos con el mazo a punto cuando resultó necesario (Cannavaro).

Más febril desde el inicio, el Madrid se enchufó al partido mucho antes que el Barça, que recibió un garrotazo inmediato. Ronaldinho desatendió sus obligaciones con Sergio Ramos y la rosca del lateral andaluz pilló tan despistado a Thuram como atento a Raúl, que se retrató con un estupendo cabezazo. Raúl siempre ha tenido prisa. A buen seguro que empezó a jugar el gran clásico en cuanto se cerró el baile de Bucarest. El Barça, más dado a la calma -lo que en tiempos de Rijkaard ya le costó dos volcánicas derrotas, en Stamford Bridge y en Chamartín, en el curso 2004-2005-, quedó aturdido, como si se presagiara otra noche fantasmal. Más aún cuando Raúl astilló el larguero de Valdés. Al toque de corneta del capitán blanco, al Madrid le bastaban los estacazos de Cannavaro y Emerson y las piruetas de Robinho sobre Zambrotta para tener acogotado al Barça. De nada les servía a los azulgrana su cosmética apuesta por el trío Deco-Xavi-Iniesta. Rijkaard envidó fuerte por apropiarse de la pelota, pero al desterrar a Márquez la defensa se hizo un nudo y, ante la presión del Madrid, el equipo catalán se sintió estrangulado. A Capello no le importó sacrificar a Guti como grillete de Xavi. Sin la pelota, el Barça estaba descosido, desnaturalizado.

REAL MADRID 2 - BARCELONA 0

Real Madrid: Casillas; Sergio Ramos, Helguera, Cannavaro, R. Carlos; Emerson, Diarra; Raúl, Guti (Beckham, m. 81), Robinho; y Van Nistelrooy (Reyes, m. 79). No utilizados: Diego López; Pavón, Raúl Bravo, Mejía y Cassano.

Barcelona: Valdés; Zambrotta, Puyol, Thuram, Sylvinho; Xavi, Iniesta, Deco (Giuly, m. 55); Messi, Gudjohnsen (Saviola, m. 65) y Ronaldinho. No utilizados: Jorquera; Márquez, Oleguer, Edmilson y Motta.

Goles: 1-0. M. 2. Raúl cabecea un centro de Sergio Ramos. 2-0 M. 50. Robinho, lanzado por Guti, centra para Van Nistelrooy que anticipa a Valdés y remata con la izquierda.

Árbitro: Pérez Burrull. Amonestó a Emerson, Zambrotta, Van Nistelrooy, Guti, Ronaldinho y Beckham.

Unos 75.000 espectadores en el Bernabéu.

Dimitido Ronaldinho y enredado Rijkaard, los madridistas acabaron cerca de la goleada

Al auxilio de los azulgrana sólo acudió Messi, obligado a ser trinitario, a ejercer de Eto'o y de Ronaldinho al mismo tiempo. El argentino asumió el reto y él solo cambió el curso del encuentro. Y en un doble sentido: su irrupción animó al Barça en la misma medida que destempló al Madrid, que se achicó en el tramo final del primer periodo, el único trecho en el que los azulgrana llevaron el mando y el Madrid acabó empotrado contra Casillas. Pero Messi se topó con Gudjhonsen, que pifió todo lo que inventó el argentino, y jamás recibió el consuelo de Ronaldinho, que por segunda vez en una semana fracasó de forma estrepitosa. Nunca tuvo peso en el juego y pasó de puntillas por el encuentro, desmarcado de todas las facetas del juego, por el costado y por el centro. Demasiado sin Eto'o.

Dimitido Ronaldinho, el Madrid aguantó el tirón de Messi y, sin perder temperatura, esperó su oportunidad. Lo que tardó Guti en tirar de escuadra y cartabón. Tras un deficiente córner lanzado por el Barça, el canterano maniobró con tanta sutileza en el eje central que de un giro de cintura se limpió a tres rivales. Se percató de que llegaba a la carrera Robinho y del resto se encargó Van Nistelrooy ante la precipitada salida de Víctor Valdés. Una jugada que engrandeció a Guti, capaz de jugar dos partidos en uno: primero como celador de Xavi y luego como asistente de todos. Tan frágil se mostró el Barça, que los 40 minutos que le quedaban por delante le resultaron un suplicio. Rijkaard se enredó y despidió a Deco para que Messi hiciera de centrocampista postizo, con lo que alejó de Casillas al único azulgrana con picante. La contrariedad de Rijkaard desterró definitivamente al Barça.

El Madrid lo festejó a lo grande y sólo el travesaño y algunas paradas de Valdés le impidieron sellar una goleada. Con el Barça hecho trizas, el Madrid, más brioso que de costumbre, llevó el partido a un escenario fatal para los azulgrana. Con un fútbol sin pausa, directo, punzante y vertiginoso, puso al Barça al borde del precipicio en cada jugada. Ese es el guión que hace feliz a Capello, al que le encanta esculpir equipos de alto voltaje en las dos áreas. Justo lo que ayer fue el Madrid, enrabietado desde el vestuario, firme cuando el campeón se lo exigió y dañino cuando tuvo la ocasión.

Achicado el Barça, el Madrid parece haber dado con el molde necesario. Una victoria ante el Barça siempre revitaliza, pero en plena reconstrucción madridista esta vez puede resultar aún más relevante. En cambio, vuelve más terrenales a los azulgrana, deficientes ante dos grandes en una semana. Y con un técnico al que le ha dado por desafinar una línea tras otra. Y con un líder, Ronaldinho, en el cuarto oscuro. Un clásico no cambia los ciclos, pero siempre deja huella.

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