Crítica:XIV BIENAL DE FLAMENCO

La fiesta de Miguel

El espectáculo fue una fiesta. O la fiesta fue un espectáculo. Las dos apreciaciones son válidas, porque la presentación del nuevo disco de Miguel Poveda tenía a priori mucho de celebración. El artista, nacido en Cataluña, lleva tres años viviendo en Andalucía y a esta tierra que le ha dado la calma ha dedicado su última grabación. Y la presentaba dentro de la Bienal en una cita que tenía mucho de festivo. Y fiesta hubo, pero también espectáculo, puesto que esa reunión de amigos que eran los artistas invitados estuvieron dispuestos con un orden propio de la mejor función.

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El espectáculo fue una fiesta. O la fiesta fue un espectáculo. Las dos apreciaciones son válidas, porque la presentación del nuevo disco de Miguel Poveda tenía a priori mucho de celebración. El artista, nacido en Cataluña, lleva tres años viviendo en Andalucía y a esta tierra que le ha dado la calma ha dedicado su última grabación. Y la presentaba dentro de la Bienal en una cita que tenía mucho de festivo. Y fiesta hubo, pero también espectáculo, puesto que esa reunión de amigos que eran los artistas invitados estuvieron dispuestos con un orden propio de la mejor función.

Tierra de calma es una grabación llena de la inspiración cantaora y compositiva de sus dos protagonistas, Poveda y Romero, que parecen atravesar un momento dulce en su carrera. Sobre el escenario del teatro, los valores del disco cobraron una vida nueva, la de un directo impecable a la que se sumaron las colaboraciones que ya estaban en el disco y las otras de Yerbabuena y Paco Jarana que lo enriquecieron visual y musicalmente. Todo un regalo para ojos y oídos que el público recibió con enormes dosis de complicidad y entrega casi desde el mismo inicio.

Tierra de Calma

Voz: Miguel Poveda. Guitarra: Juan Carlos Romero. Percusión: Paquito González, Antonio Coronel. Palmas: Carlos Grilo, Luis Peña, Juan Cantarote. Colaboración Especial: Eva Yerbabuena, Diego Carrasco, David Peña Dorantes, Paco Jarana, Pepa Gamboa. Sevilla. Teatro Lope de Vega, 28 de septiembre.

Inició Poveda su actuación con la farruca que da nombre a la grabación, diciendo el cante con cuidado y haciendo gala de esa cualidad suya de hacer flamenco lo hermoso de unos versos, lo mismo que es capaz de hacer bellos los cantes más flamencos. Templanza que se prolonga en la malagueña que cobraría alas con los aires del abandolao. Luego las alegrías, interpretadas en su tempo creciente, con cortes medidos que provocan aplausos entre los tercios y un recuerdo final a los maestros gaditanos. Una soleá contenida fue el prólogo a las bulerías de La luna en el agua. Cinco estilos de una tacada con unas guitarras que derramaban perfume en cada acorde. En ellos, el cantaor sólo había expuesto una parte de la variedad de las querencias cantaoras reunidas en la grabación. El resto irían cayendo con la aparición de los artistas invitados para configurar momentos de manifiesta apoteosis.

A palo seco atacó Miguel el martinete y Yerbabuena apareció en escena de forma tan silenciosa como majestuosa para dar forma corpórea a los versos del Canto de la resignación de José Luis Ortiz Nuevo. Sin solución de continuidad, la bailora se entregó a unas sevillanas en las que transitó de Triana a Sevilla, de un baile sobrio e interior al señorío que marcaba el piano de Dorantes. Inmediatamente, el pianista acompañaría al cantaor en la interpretación de unos tientos-tangos tan tradicionales como originales en su acompañamiento.

El público era ya un clamor cuando Poveda se permitió un respiro para saludar y tomar resuello, que la intensidad mantenida así lo merecía. Antes de recibir a Diego Carrasco, el cantaor se quiso acordar de la radio de su madre con el homenaje a la copla sintetizado en el popurrí de Quintero, León y Quiroga. El cantaor hace cabriolas uniendo en un collage trozos de coplas con el sonido del viejo dial que busca las emisoras. Hasta en ese pequeño detalle fue exquisita la producción.

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Las taurinas bulerías del jerezano señalan el tiempo de la amistad cómplice, yo te canto, tu me cantas, y nos marcamos una pataíta. Flamencura, compás y desparpajo. Como en casa. Los tangos de Buenas intenciones que abren el disco estaban destinados a anunciar un final que también estaba dispuesto como parte del espectáculo. Vuelve Carrasco soñando con el vuelo del pájaro y la bulería toma mil formas en el cuerpo de Yerbabuena. Todos los artistas abandonan sus puestos y se reúnen en corro para sumarse a la fiesta. Palmas sordas en familia y un Poveda que, indesmayable, no para de cantar.

No sé cuánto duraron los aplausos y las despedidas, pero estaba claro que la cosa no se quedaba ahí. Poveda hubo de volver, pero como artista inteligente que es, decidió poner punto final con el sosiego de la seguiriya rematada en cabal. Puede que no fuera el mejor momento, pero, tan buen artista como persona, su generosidad le puede.

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