Crónica:LO QUE HA LLOVIDO

Conflicto con la autoridad

¿A los españoles no hay quien nos mande? ¿Somos rebeldes y respondones desde pequeños? ¿Cuestionamos hasta a nuestro padre, o sobre todo a él, siguiendo al pie de la letra a Freud? ¿Tienen remedio nuestras indisciplinas de cualqueir índole, como en el tráfico o en la cola del cine?

"Los españoles tienen un gran conflicto con la autoridad", titulábamos. Nacían las Ciencias Sociales, según anunciábamos, y, atentos y al loro ante lo novedoso, entrevistábamos a un profesor de Psicología Social de la Complutense, José Luis Álvarez, quien afirmaba lo anterior.

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¿A los españoles no hay quien nos mande? ¿Somos rebeldes y respondones desde pequeños? ¿Cuestionamos hasta a nuestro padre, o sobre todo a él, siguiendo al pie de la letra a Freud? ¿Tienen remedio nuestras indisciplinas de cualqueir índole, como en el tráfico o en la cola del cine?

"Los españoles tienen un gran conflicto con la autoridad", titulábamos. Nacían las Ciencias Sociales, según anunciábamos, y, atentos y al loro ante lo novedoso, entrevistábamos a un profesor de Psicología Social de la Complutense, José Luis Álvarez, quien afirmaba lo anterior.

Conflicto con la autoridad. Quizá ya lo sospechábamos, pero verlo así, negro sobre blanco, resultaba preocupante. Máxime cuando dicho conflicto parecía sin solución. Porque, a la pregunta de Alfonso García Pérez de cómo viven los españoles la autoridad, el experto contestaba: "No se sabe realmente, porque nadie lo quiere saber". Lo dicho: un callejón sin salida.

Por eso no era raro que perdiéramos el norte, y que, puestos a no aceptar la autoridad, repudiáramos, con más motivo, la sumisión. Ya lo reflejaba la publicidad que publicábamos de una película que iba a estrenarse dos días después, El cuerpo, de Luigi Scattini: "Esclava de un ser depravado... Sedujo a otro hombre para que la liberara de la sumisión". Y también: "Si quieres hacer el amor conmigo, no tienes otra salida: ¡mátalo!". Ella no quería ser esclava ni sumisa. Es decir, aplicándole la doctrina del profesor Álvarez, citado más arriba, tenía un gran conflicto con la autoridad. Y quería que se lo solucionara un propio, que, al parecer, había demostrado interés en hacer el amor con ella. No se rebelaba en primera persona contra la autoridad, sino que lo hacía por persona interpuesta. Mucho más cómodo.

Más clara tenía la autoridad, en cambio, Antonio Pérez Aparicio, párroco de Sobrado del Obispo, en Ourense, que se había despachado con una homilía atribuyendo a Satanás el incendio de dos casas del pueblo. El Maligno, según el párroco, "quería coger a los amancebados y llevarlos para el infierno, y además acabar con el cura, porque quieren traer un cura progresista a la parroquia". Ahí ya empezábamos a entendernos: una pareja en pecado, sin casar como Dios manda, y el cura pensando que la autoridad infernal le quería fuera de su parroquia por carca. Del incendio de las casas sólo quedaron la fachada de piedra y un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. El príncipe del mal sería un progre, pero demostraba tener sus limitaciones.

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