Análisis:A LA PARRILLA

Llamen a Dani de Vito

La batalla por el share parece aminorarse en agosto, entre otras cosas porque las segundas residencias están sin audímetros. Una tregua aparente donde sigue valiendo casi todo para conseguirla. Hay una peliculita de Dani de Vito, amigo de la broma, que da una receta para subirla. Es de 1984, se llama The ratings game (el juego de las audiencias) y la hizo para consumir directamente en el mercado herziano. De Vito, para conseguir que su programa sea el líder, invita a un crucero a cien familias en cuya casa hay un audímetro. Mientras los pasea, sus amigos mafiosetes entran en las ...

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La batalla por el share parece aminorarse en agosto, entre otras cosas porque las segundas residencias están sin audímetros. Una tregua aparente donde sigue valiendo casi todo para conseguirla. Hay una peliculita de Dani de Vito, amigo de la broma, que da una receta para subirla. Es de 1984, se llama The ratings game (el juego de las audiencias) y la hizo para consumir directamente en el mercado herziano. De Vito, para conseguir que su programa sea el líder, invita a un crucero a cien familias en cuya casa hay un audímetro. Mientras los pasea, sus amigos mafiosetes entran en las casas y sintonizan la serie de De Vito que, inexplicablemente, tiene más público que una gran final deportiva. El inesperado éxito alarga la vida de una serie objetivamente infumable. La película acaba con el barco que transporta a los panelistas encarando un mar lejanísimo y helado.

La peliculita es indolora para la tele, pero el cine ha presentado filmes muy punitivos contra este medio que empezó siendo su competencia y ahora es un segundo mercado muy apetecible. La más citada siempre es Network, que incluye una célebre frase: "Ésta es la historia de Howard Beale, el primer hombre que fue asesinado porque no tenía suficiente audiencia". No es la única víctima mortal. En Kamikaze, una cosita de 1986, el protagonista es un científico que disfruta desde casa asesinando a los presentadores gracias a una imposible máquina láser. Los asesina porque los considera unos estúpidos. Lo mismo que pensaba Elia Kazan del protagonista de Un rostro en la multitud. Al final, lo hunden dejando abierto el micro del estudio y permitiendo que la audiencia oiga cómo este famoso presentador la considera un rebaño de imbéciles. A veces, con los programas que nos regalan, da la sensación de que algunos jefes piensan lo mismo de la audiencia veraniega a la que no hace falta ofrecer nada reseñable y, curiosamente, no repiten los éxitos invernales... sino los programas que dejaron sin terminar porque, a su juicio, no tenían suficiente audiencia. Que llamen a De Vito.

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