Reportaje:SOLIDARIDAD

Las cicatrices de los héroes

Cinco hombres cuentan cómo discurre su vida tiempo después de habérsela jugado por salvar la de otros

A los héroes no les gusta que les llamen héroes. Dicen que cualquiera en su situación hubiera hecho lo mismo. A los héroes nunca se les olvida el episodio trágico. Lo recuerdan con todos sus detalles, como si fuera ayer. A los héroes no les gustan demasiado las medallas, ni las palabras rimbombantes, ni los flashes. Vicente, el montañero que arriesgó su vida hace 10 días para salvar a un camionero en la A-1, es el último de una larga lista de héroes.

"Eso es una cicatriz. Nunca se olvida". Habla Santiago Mero, a la pálida luz verde de una gasolinera de San Fernando de Henares (Ma...

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A los héroes no les gusta que les llamen héroes. Dicen que cualquiera en su situación hubiera hecho lo mismo. A los héroes nunca se les olvida el episodio trágico. Lo recuerdan con todos sus detalles, como si fuera ayer. A los héroes no les gustan demasiado las medallas, ni las palabras rimbombantes, ni los flashes. Vicente, el montañero que arriesgó su vida hace 10 días para salvar a un camionero en la A-1, es el último de una larga lista de héroes.

"Eso es una cicatriz. Nunca se olvida". Habla Santiago Mero, a la pálida luz verde de una gasolinera de San Fernando de Henares (Madrid). Es la una de la madrugada y su camión descarga paquetes rompiendo el silencio de un polígono desierto y a oscuras. Dentro de dos horas parte hacia Pamplona.

Fueron doce kilómetros pegando bocinazos y gritando. Doce kilómetros conduciendo en paralelo a un 'kamizake' por la A-1, dirección norte
"Los héroes son los que consiguieron sobrevivir y luchan por rehacer su vida", dice Víctor Muntean, que ayudó a las víctimas de los atentados del 11-M
"Vi a ocho personas suplicándome, no tuve más remedio que hacerlo, me quité ese pequeño trance del miedo y seguí", dice Francisco Javier Baeza

Fueron 12 kilómetros pegando bocinazos y gritando. Doce kilómetros conduciendo en paralelo a un kamikaze por la A-1, dirección norte. En la curva del kilómetro 52 se produjo el choque mortal. Bajó del camión con su extintor. Dos niños en la parte de atrás del coche. Cortó entre las llamas los cinturones de seguridad. Salvados. Por los padres, nada se pudo hacer. Fue el 8 de diciembre de 2004.

Dice que muchos políticos quisieron hacerse la foto con él. Que tiene la casa llena de "chapas", en alusión a las condecoraciones recibidas. Ninguna como la placa que le regaló su familia por Navidad, prefiere no revelar lo que decía la inscripción.

Tuvo que pedir el cambio de ruta. Durante año y medio no pudo volver a pasar por la A-1.

En su agenda hay muchos teléfonos de gente que le dijo que por él, lo que fuera. Un guardia civil le abordó y le dijo: "Olé tus cojones, gente como tú es lo que necesitamos en el cuerpo". Eso sí, ninguno le ofreció lo que él desea: otro trabajo. "Azúcar. Obesidad. Esta profesión te va matando poco a poco. Los años te van pasando factura". Tiene 41. Y dice que la vida no le ha cambiado, que sigue siendo igual de golfo que siempre, que volvería a hacer lo mismo.

A Víctor Muntean sí que le ha cambiado la vida. El 11 de marzo de 2004 era un inmigrante sin papeles recién llegado a España. Se dirigía a Alcobendas, a cuidar de un anciano enfermo, cuando le sorprendió una de las explosiones de la estación de Atocha. Tras resistirse a la tentación de huir, se encaminó hacia los vagones: "Soy médico". Su camiseta, los cordones de los zapatos, todo le servía para ir haciendo torniquetes. "Si has trabajado en urgencias, sabes que cada segundo pesa muchísimo; dos segundos antes, tu intervención es crucial; dos segundos más tarde, ya no puedes hacer nada".

La empresa de un vigilante de seguridad al que salvó le ofreció un puesto. Primer contrato. Su madre se puso enferma y tuvo que volver a Moldavia. Para cuando regresó había perdido la plaza. Pero no tuvo problemas para renovar sus papeles, le reconocieron cuando fue a hacer el trámite, con él no habría problema. Una empresa metalúrgica de Fuenlabrada fue su siguiente destino laboral, en calidad de electricista. Hasta que por fin llegó la esperada homologación de su titulación médica. Tras pasar por el programa de televisión de María Teresa Campos y contar su historia, le llamaron de dos hospitales, uno en Extremadura y otro en Euskadi. Eligió el primero y abrazó de nuevo su profesión, a pesar de que le obligaba a estar de lunes a viernes lejos de su familia, ya instalada en Madrid.

El sol cae en picado y Víctor se enciende un cigarrillo mientras busca la sombra. Enfrente, la mutua para la que trabaja en estos días, en Alcorcón, cerca de Madrid. Ya está por fin con su familia, se acaban de comprar un piso en Getafe. El mayor acaba de pasar la selectividad y quiere ser ingeniero aeronáutico. Víctor está contento, pero desde el 11-M dice que se siente más nervioso. Hace dos semanas le llamaron de Entrevías algunas de las personas a las que salvó, querían conocerle. Declinó la invitación. Prefiere no recordar. "No me gusta que me llamen héroe porque yo no he hecho nada. Los héroes son los que consiguieron sobrevivir y que luchan cada día por rehacer su vida".

Un infierno de mar

El 26 de mayo de 1985, el buque de bandera panameña Petrogen One explotó en Puerto Mayorga (San Roque, Cádiz). La detonación alcanzó al Camponavia, un barco que cargaba gasolina en el pantalán de la refinería Gibraltar, de Cepsa. Veintiún muertos y 13 desaparecidos. Podrían haber sido ocho más de no ser por aquel chaval de 18 años que paseaba con sus amigos por la orilla.

La onda expansiva les hizo saltar por los aires. Cuando se levantaron, ante sus ojos, un infierno: el fuego tapaba el mar. Los marineros saltaban por la borda, las tuberías explotaban bajo el agua, escupiendo llamas verticales. Al fondo, ocho personas gritando, asidas a una boya. A unos metros, en la orilla, un pequeño bote.

Francisco Javier Baeza hizo gala de sangre fría. Mojó su ropa y se puso a remar hacia ellos, solo ante las llamas. "Del cielo caían planchas de hierro como cuchillas y tuve un momento de duda, me paré", recuerda 21 años más tarde. "Pero vi a esas ocho personas suplicándome que siguiera, no tuve más remedio que continuar, me quité ese pequeño trance del miedo y seguí". Cuatro subieron al bote, otros cuatro se agarraron a la borda. Minutos después de abandonar el lugar, las lenguas de fuego acariciaban la boya.

En Cepsa le ofrecieron una beca. La rechazó. "No me hacía ilusión", asegura. Terminó sus estudios de maestría industrial, hizo la mili, procuró seguir con su vida.

Hoy, Francisco Javier Baeza trabaja en esa refinería. Como en su día lo hizo su padre. Era la ilusión de su vida. Tiene 39 años, está casado, tiene un hijo de 15 y lleva 17 años en Cepsa. Dice que la vida no se ha portado mal con él: "Tengo los mismos problemas y satisfacciones que cualquier otra persona, tengo un trabajo fijo y estoy vivo".

José Castellano surca con su atunero aguas entre Fuerteventura y Gran Canaria. Suenan interferencias, ecos y cambios y corto en la conversación telefónica, vía Radio Costera. Hace once años que rescató a 22 inmigrantes de la muerte.

La patera llevaba nueve días a la deriva. Quince de sus tripulantes habían muerto, sus cadáveres habían sido arrojados al mar. Entonces apareció el Nuevo Carmen Nieves, el barco del que es patrón. "Bajé a ayudar para subirlos a cubierta, estaban muertos de sed y de hambre. Cuando volví a subir, estuve diez minutos que no podía hablar, llorando en el puente, hasta que pude llamar a Salvamento Marítimo". Dice que se sintió halagado por los premios y los abrazos, pero que los que realmente están orgullosos de su hazaña son su mujer y sus hijos. "No está olvidado, eso sigue ahí, en la cabeza".

Víctor Muntean, voluntario en los atentados del 11-M, el miércoles en Alcorcón.CLAUDIO ÁLVAREZ

11 años después, nada se olvida

JOSÉ LUIS MARCHANTE PÉREZ, que rescató junto a otras dos personas a 13 ancianos que cayeron al Tajo en Aranjuez el 29 de mayo de 1996, no olvida aquella fecha. Dos fallecieron. "Ya van para 11 años y lo podría contar con todos los detalles", dice. A Marchante, entonces policía nacional en prácticas, le concedieron la Cruz Blanca al mérito policial. "Eran personas mayores pidiendo socorro, el 99% de la gente hubiera hecho lo mismo". Lleva 10 años destinado en Valencia, aunque el próximo 6 de julio regresa a Aranjuez, que queda más cerca de su pueblo, Alcázar de San Juan, en Ciudad Real. "Me ayudó a ver el lado

humanitario de la profesión. No hay nada como salvar una vida".

Vicente Sánchez, el montañero que hace 10 días arriesgó su vida por salvar a un camionero en la A-1, dice que no comprende cómo no se enseña bien desde la propia escuela la materia de primeros auxilios. Sería vital para que mucha gente supiera reaccionar a tiempo. Porque héroe puede serlo cualquiera. En cualquier momento.

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