Análisis:A LA PARRILLA

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No sé cuánto tardaron los goles de Argentina en fulminar esa infranqueable barrera jurídico-tecnológica entre galaxias, medios, exclusivas empresariales, fronteras o formatos, pero juraría que también fue a velocidad de Messi. Nunca me había ocurrido una cosa así. A los pocos nano-instantes de disfrutar los goles en la maxipantalla del cuarto de estar, el tiempo de levantarme, cambiar de habitación, encender otro purito y ponerme la gafas de cerca para fisgar en Internet y el videotelefonino, los golazos argentinos ya estaban allí, en las pantallinas nómadas.

La primera reflexión es teo...

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No sé cuánto tardaron los goles de Argentina en fulminar esa infranqueable barrera jurídico-tecnológica entre galaxias, medios, exclusivas empresariales, fronteras o formatos, pero juraría que también fue a velocidad de Messi. Nunca me había ocurrido una cosa así. A los pocos nano-instantes de disfrutar los goles en la maxipantalla del cuarto de estar, el tiempo de levantarme, cambiar de habitación, encender otro purito y ponerme la gafas de cerca para fisgar en Internet y el videotelefonino, los golazos argentinos ya estaban allí, en las pantallinas nómadas.

La primera reflexión es teológica. La actual diferencia que hay entre un directo del Mundial visto en el televisor sedentario del cuarto de estar y los múltiples diferidos vistos en el cuarto de trabajar o en la calle, fuera del templo, es la misma que zanjó aquel concilio bizantino sobre las velocidades divinas. Sólo Dios es ubicuo y tiene esta exclusiva, OK, lo que pasa es que los ángeles son muy instantáneos, tanto los celestiales como los caídos. El problema, ahora bien, es que los innumerables y veloces ángeles audiovisuales ponen en solfa el dogma de la ubicuidad de Dios (o del televisor) porque nos llegan a vertiginosas velocidades virtuales por tierra, mar o aire y se consumen fuera del templo, al margen de esa nueva iglesia que es el cuarto de estar.

La segunda reflexión es tecnológica. Si las televisiones sólo son exclusivas jurídicas de contenidos (del Mundial, la Liga, las series, los formatos de Endemol o las pelis) entonces el viejo Dios está sometido a la competencia de los ultra-veloces ángeles piratas. Porque ya me dirán ustedes cuánto durará la sutil diferencia entre la llegada en directo a la red del esférico de Messi, ese nuevo querubín, y las infinitas subidas y bajadas en la red de sus golazos. Si la tecnología es la nueva teología, y lo es, la exclusiva de Dios lo tiene jodido. La velocidad de los tecno-ángeles matará la exclusiva del Dios ubicuo pero lento. De ahora en adelante, veremos tanta tele en las pantallinas nómadas como en el plasma sedentario del templo. Se admiten apuestas.

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