Análisis:A LA PARRILLA

"No, si yo no digo nada"

Jesús Quintero tiene una larga trayectoria como hombre que hace preguntas simples para obtener ambientes complejos. Él no necesitaría muchas alharacas -no las necesitó en la radio- para convertir su comparecencia en un espectáculo interesante. Y aunque en los últimos años ha expresado muchas veces su desagrado por la urgencia con la que el espectáculo se ha colado en toda la televisión, él mismo ha terminado incurriendo en lo que critica. Es legítimo lo que hace, porque vive en un mundo de ardua competencia y ya en Canal Sur esos añadidos le dieron popularidad y resultados. No los necesita, es...

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Jesús Quintero tiene una larga trayectoria como hombre que hace preguntas simples para obtener ambientes complejos. Él no necesitaría muchas alharacas -no las necesitó en la radio- para convertir su comparecencia en un espectáculo interesante. Y aunque en los últimos años ha expresado muchas veces su desagrado por la urgencia con la que el espectáculo se ha colado en toda la televisión, él mismo ha terminado incurriendo en lo que critica. Es legítimo lo que hace, porque vive en un mundo de ardua competencia y ya en Canal Sur esos añadidos le dieron popularidad y resultados. No los necesita, es obvio, pero los usa, acuciado por el comercio que le contrata y por un público que ya está definitivamente maleducado para escuchar. Pero si hacemos caso omiso de esas interrupciones que propicia, lo cierto es que las entrevistas de Quintero, como tal y como El Loco de la Colina, tienen un encanto especial: apelan a la complicidad del espectador, requieren de éste un cierto conocimiento previo de los personajes y buscan el entendimiento con el personaje.

La entrevista que le hizo el otro día a Pepe Navarro, una personalidad televisiva que ahora es carne de las fieras, es un ejemplo de aquello que hace mejor Quintero. Conocedor de que Navarro está en las noticias, lo lleva al plató, y lo presenta con sobreentendidos. El otro, que es perro viejo, aunque no perro verde, le hace el juego y se hace el nuevo; pero poco a poco, con esos puñalitos rosa de los que hablaba José Martí, va metiendo bisturí y a Navarro no le queda otro remedio que enfrentarse a la gran contradicción de la vida en la que estamos: un día él mete el bisturí y otro día la herida la recibe él. Quintero hizo, en este contexto, la mejor intervención posible. Cuando Navarro le preguntó dónde quería ir, el entrevistador, disfrazado ya de Loco, replico: "No, si yo no digo nada". Y de esa manera, al otro no le quedó otro remedio que largar. Le rompió las defensas y logró una conversación buena. A Quintero le bastaría con preguntar; el día en que haga mínima su propuesta, la televisión que él quiere ganaría mucho.

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