Tarde gélida de toros mansos
La tarde, ventosa y fría, resultó aburrida. Los toros portugueses de Palha tuvieron la culpa. Los toros y el frío traicionero que coge desprevenido en tardes tan malas. Se cayó del cartel Dávila Miura y nadie lo echó de menos. Se dijo que la causa había sido un cólico nefrítico, y será verdad, pero debe ser duro que no acudas a comer y nadie pregunte por ti.
Lo cierto es que el público acabó pidiendo la hora porque lo que apetecía era una taza de caldo caliente y que alguien nos librara del calvario de una retahíla de toros mansos, descastados y degradados al nivel de bueyes de carreta....
La tarde, ventosa y fría, resultó aburrida. Los toros portugueses de Palha tuvieron la culpa. Los toros y el frío traicionero que coge desprevenido en tardes tan malas. Se cayó del cartel Dávila Miura y nadie lo echó de menos. Se dijo que la causa había sido un cólico nefrítico, y será verdad, pero debe ser duro que no acudas a comer y nadie pregunte por ti.
Lo cierto es que el público acabó pidiendo la hora porque lo que apetecía era una taza de caldo caliente y que alguien nos librara del calvario de una retahíla de toros mansos, descastados y degradados al nivel de bueyes de carreta. Se dice que, por lo general, la historia de una ganadería es una línea quebrada de dientes de sierra, y las tres que lidiaron ayer en Las Ventas atraviesan un pésimo momento de bravura y de casta. Ni Palha, ni Salvador Domecq, ni Carriquiri estuvieron al mínimo nivel que exige la fiesta de hoy. En conclusión, entre tanta mansedumbre, tanta falta de fuerza y de casta y tanto frío que se colaba por los riñones, la corrida se convirtió en un muermo de fácil olvido.
Palha / Rafaelillo, Robleño, Paulita
Cinco toros de Palha, el 5º de Carriquiri, y el 2º, sobrero de Salvador Domecq, bien presentados, mansos e inválidos. Rafaelillo: estocada perpendicular y un descabello (palmas); tres pinchazos y estocada -aviso- (silencio). Fernando Robleño: pinchazo, estocada -aviso- y cuatro descabellos (palmas); dos pinchazos y bajonazo (silencio). Paulita: estocada (palmas); casi entera, estocada y cuatro descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas. 2 de octubre. Primera corrida de la Feria de Otoño. Tres cuartos de entrada.
Pero así es la vida; así es este espectáculo sorprendente, capaz de alcanzar las más altas cotas del arte o la más baja ordinariez. Ayer, ni lo uno ni lo otro, quizá porque había tres toreros con pundonor y vergüenza. Rafaelillo, Robleño, que fue el sustituto y Paulita se jugaron el tipo, que no es poco, ante toros astifinos y de inciertas ideas, se justificaron de la mejor manera posible y salieron indemnes, que es sinónimo de triunfo en tardes como la de ayer.
Hasta ocho veces
Hasta ocho veces entró al caballo el primero de la tarde, manso de libro, y Rafaelillo sólo pudo decir que es torero necesitado y valiente. El animal era un mulo que se frenaba en cada pase, dificultoso y soso, y el torero se puso pesado en su afán por justificarse. El viento le molestó en el cuarto. Otro regalo sin cualidades bravas, al que recibió con unas verónicas aceleradas y llenas de emotividad. Lo intentó de verdad Rafaelillo, pero todo quedó en un derroche de voluntad.
Fernando Robleño entró por la puerta de la sustitución y salió por su propio pie, sin pena ni gloria, a causa de la mala clase de sus oponentes. Valeroso y pundonoroso, intentó sacarle a su primero lo que no tenía, y todo quedó en una vana porfía de un torero responsable. Menos oportunidad le ofreció el quinto de Carriquiri, que salió acalambrado del caballo y llegó sin vida a la muleta. Robleño hizo lo que sabe: quedarse quieto y jugarse el tipo, porque no era posible algo más.
Y no tuvo mejor suerte Paulita con un lote cansino, tullido y amuermado al que le dio pases intrascendentes, quizá porque no era posible cosa distinta.
No hubo toreo de capote, excepción hecha de las verónicas de Rafaelillo y de algunos vanos intentos de los otros dos espadas; ni un mal quite, ni una tanda de muleta, ni un puyazo, quizá un honroso par de banderillas... Muy poca cosa para una Feria de Otoño que exige mucho más a fin de que la afición no abandone la plaza, como ayer, entre toro y toro, en un espectáculo tan degradante como decepcionante para todos. No eran todavía las ocho cuando acabó la pesada y aburrida corrida para bien de todo el personal, porque a esas horas el frío se colaba traicioneramente por los costados.