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Secretos y mentiras

Los veteranos, reunidos en torno a Bush, en Salt Lake City, babeantes de adhesión. ¿Veteranos de qué? No vi, entre ellos, a los veteranos de Vietnam. Ni siquiera se encontraban, entre los presentes, los veteranos de Afganistán que lucharon contra la Unión Soviética al servicio de Estados Unidos; es decir, los talibanes. Vi a una multitud de fieles procedentes del túnel del tiempo, de un tiempo anterior a las derrotas, a las pifias presidenciales. Daba fe de ello la foto del forofo bushista cubierto de insignias y, además, portador de unas orejeras de cartón para "impedir la entrada de la mierd...

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Los veteranos, reunidos en torno a Bush, en Salt Lake City, babeantes de adhesión. ¿Veteranos de qué? No vi, entre ellos, a los veteranos de Vietnam. Ni siquiera se encontraban, entre los presentes, los veteranos de Afganistán que lucharon contra la Unión Soviética al servicio de Estados Unidos; es decir, los talibanes. Vi a una multitud de fieles procedentes del túnel del tiempo, de un tiempo anterior a las derrotas, a las pifias presidenciales. Daba fe de ello la foto del forofo bushista cubierto de insignias y, además, portador de unas orejeras de cartón para "impedir la entrada de la mierda mediática". Demasiado tarde, la primera oleada de mierda mediática ya ha realizado todo el trabajo sucio que él y los suyos necesitan. La otra, la de la verdad, cuando llega, sólo sirve para aumentar nuestra impotencia.

El Ministerio del Interior británico ha venido obsequiando con un trato preferencial a los visitantes con pasaporte carioca

Curioso papel bicéfalo, hoy día, el de la información. Primero intoxica, en bastantes casos por partidismo; en muchos otros, por ignorancia, o por seguir la corriente, o por la maldita pereza, la asquerosa rutina, la persecución del beneficio rápido con el mínimo gasto posible. Y luego, finalmente, se cuenta lo que se debió contar desde el principio. ¿De qué nos sirve que ahora nos ridiculicen a Colin Powell durante su intervención en Naciones Unidas, previa a la invasión de Irak? ¿No fuimos muchos quienes vimos que no se sostenían sus argumentos acerca de que camiones cargados de armamento nuclear dando vueltas por el país de Sadam como Pixie y Dixie? Pero la información se mantuvo objetiva. Paralizada. No investigó. No le tocó los cojones al poder.

Vayamos al muchacho llamado Piano Man. ¿Cómo es posible que el público haya vivido creyendo no sólo que se trataba de un amnésico, sino que, además, se tragara que tocaba genialmente el piano? Pues porque el periodismo que se tiene por serio se limitó a repetir lo que los diarios amarillos le suministraban. Ni siquiera en el momento en que el chaval ha sido desenmascarado (mejor dicho: en que ha permitido que le desenmascararan) hemos dejado de chupar rueda del Mirror. Pese a que hay en ese chico una magnífica historia, precisamente ahora: la del impostor, mucho más interesante hoy que cuando llegó a las costas del sur de Inglaterra simulando que se le había ido el tarro. Ese hombre nos representa, ha puesto de manifiesto nuestras contradicciones de sociedad saturada de informes y falta de conocimientos, que se extasía ante la poética del loco sin memoria.

Podríamos preguntarnos qué le habría ocurrido si, en vez de poseer ese aspecto de pirado nórdico, de extra en un cuadro de Rembrandt, hubiera comparecido en el Reino Unido con rasgos de brasileño. Sabemos desde hace menos de una semana que el Ministerio del Interior británico ha venido obsequiando con un trato preferencial a los visitantes que llegaban con pasaporte carioca, temeroso de que fueran a dedicarse a la economía sumergida. Quizá por ello no estuvo, el ministerio, alerta a las señales del descontento multicultural que desembocaron en el 7-J. Quizá por ello el joven Jean Charles de Menezes les pareció peligro inminente y le volaron el cráneo.

Por suerte, el periodismo, en su fase Más Vale Tarde que Nunca, nos informa de sopetón en socavón. Y hoy sabemos que no hicimos nada para impedir nada.

Pero, ¿somos más crédulos e indefensos los contemporáneos de nosotros mismos de lo que lo fueron los contemporáneos de nuestros ancestros, antes de que la prensa existiera, antes de que un tipo del Times de Londres fuera enviado a informar sobre la guerra de Crimea? ¿O somos sólo más cínicos? ¿Quién nos manda confiar?

¿Qué motivos tenemos para creer que el padre Gliwitzki, a quien la Iglesia Católica ha acogido en su seno pese a estar casado, es una buena señal para los 6.000 sacerdotes matrimoniados que existen en España? En el caso de que casarse estuviera bien (lo está que exista el derecho a ello, como el derecho a divorciarse), estos sacerdotes españoles opuestos al celibato, ¿qué pueden esperar de un caballero que abandonó la Iglesia Anglicana porque estaba en desacuerdo con que las mujeres fueran ordenadas diáconas? Es evidente que la anécdota no nos deja ver el bosque.

Mis amigas de Bagdad, a quienes el bosque se les está cayendo encima, están celebrando la llegada de la Constitución de Bush poniéndose el velo hasta las cejas. Por si acaso. Cuando la Consti nos llegue, la celebraremos como "un paso más". Nadie, o poca gente, nos contará que Irán gana y Turquía pierde, y que Occidente ha creado allí justo el monstruo al que decía querer combatir.

Así pues, hermanos y hermanas, bebamos y olvidemos. Lo importante es que Jennifer Aniston y Brad Pitt estuvieron casados y luego se divorciaron. ¿Que cómo lo sé? Ya, yo no asistí, pero lo leo cada día por ahí y por aquí. Lo sé por la misma razón por la que ignoro cómo se las arreglan los miles de ex soldados estadounidenses que han sido devueltos desde Irak cortados en pedazos, mutilados, silenciados y con pocas ganas de ir a aplaudir a su presidente con las orejeras puestas.

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