Pantallas planas | GENTE

La banda sonora del planeta

Las novelas también tienen banda sonora, también entran por la oreja, ese otro órgano con pinta de molusco. Yo no puedo leer con el iPod puesto ni siquiera con el hilo musical estilo Kiss FM. Cuando estoy con una novela encendida, enganchado a la pantalla de papel, exijo silencio absoluto, incluso para los ruidos de la naturaleza. Ahora bien, para que me vampirice una narración escrita necesito oír en mi cerebro música, y no sólo la voz del narrador. Pues bien, la novela que estoy leyendo, cuando descanso del castigo de las tres pantallas, tiene mucho audio y encima sus resonancias se c...

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Las novelas también tienen banda sonora, también entran por la oreja, ese otro órgano con pinta de molusco. Yo no puedo leer con el iPod puesto ni siquiera con el hilo musical estilo Kiss FM. Cuando estoy con una novela encendida, enganchado a la pantalla de papel, exijo silencio absoluto, incluso para los ruidos de la naturaleza. Ahora bien, para que me vampirice una narración escrita necesito oír en mi cerebro música, y no sólo la voz del narrador. Pues bien, la novela que estoy leyendo, cuando descanso del castigo de las tres pantallas, tiene mucho audio y encima sus resonancias se corresponden con la actual banda sonora del planeta. Estoy leyendo Soy Charlotte Simmons, de Tom Wolfe (Ediciones B), a pesar de las críticas que los suplementos más o menos cultos de este país le han zurrado por unanimidad, y su lectura dispara mi particular MP3 cerebral. No sólo escucho las voces juveniles de la calle, esa inconfundible jerga de los campus universitarios llamada el putañés, como la han inmortalizado en castellano los traductores de Wolfe (ojo a esa futura papeleta para el diccionario de la Real), sino que durante la lectura estoy escuchando el ritmo del hip-hop, que ya no es el sincopado del rock, sino el del cuatro por cuatro del rap. La nueva banda sonora del planeta.

Hasta nuestros móviles se han olvidado del rin-rin y del bip-bip, y ahora sólo hacen hip-hop

Partamos de la base de que no tengo ni puta idea del hip-hop ni me interesa particularmente ese fenómeno musical ahora arrasante y que procede de las aceras ochentales del Bronx. Una vez, no hace mucho, se me ocurrió escribir sobre lo que yo llamaba "la generación hip-hop", por oposición rítmica, gestual, vital y hasta filosófica a la del rock, que el año pasado cumplió su primer medio siglo de existencia con aquellos maxiconciertos de Sexo, viagra y rock and roll, y no quieran saber cómo me pusieron los frikis de nuestras aguerridas bitácoras por haber osado profanar, a mi edad, su exclusivo territorio sonoro. Me lo tengo merecido porque la única lucha de clases realmente existente en estos momentos es una lucha de generaciones y cedés musicales, y el que un abuelete ose pontificar sobre ritmos en un periódico tan institucional y literato sólo puede tomarse por una patética provocación fuera de tiesto, una meada prostática.

Perdonen, no lo haré más, pero es que el bisabuelo Tom, que a pesar de la edad y de su actual ideología Bush, esa cosa peluda, sigue teniendo el mismo buen oído de siempre para los rumores callejeros, me confirma en la hipótesis de que el hip-hop es la nueva banda sonora del planeta. Yo sólo quiero levantar acta periodística del radical cambio de ritmo del globo, del nuevo audio del milenio. De todas las maneras, por si les vale algo a los airados frikis musicales de nuestras bitácoras, les recuerdo que el lanzamiento comercial de Canal + en este país, hace ya una eternidad, se inició precisamente con un rap, y estos días, en la plataforma digital, están multidifundiendo un estupendo documental de producción propia que narra la vida y milagros del hip-hop en este país.

Y hablando de imágenes, ¿dónde está el hip-hop en las actuales pantallas? El otro jueves, en una de las numerosas semifinales de Operación Triunfo, uno de los nominados fue reñido por el jurado porque sólo sabía moverse estilo breack-dance y le recomendaba más atención a otros ritmos. Como queriendo decir que hay movimiento del cuerpo al margen del hip-hop. Y basta hacer un zapeo distraído por las analógicas y digitales del verano para comprobar lo mismo que verificó Tom Wolfe durante los años que estuvo metiendo la oreja en los campus, absorbiendo los ruidos del putañés: que en ese nuevo territorio de la juventud globalizada, sin distinción de países, dominan los retumbos dolby 5.1 del cuatro por cuatro y sólo "la generación del baby-boom", o generación Clinton, siguen (seguimos) siendo obsesivamente sincopados.

Y en Internet, basta bucear por el ciberground, la versión actual del aquel underground de los sesenta, o teclear en Google el audio dominante, para comprobar los resultados récords del ya veterano ritmo del Bronx en comparación con los del bisabuelo rock and roll. En cuanto a esa ciencia exacta llamada publicidad, ahí están los nuevos anuncios de Nike, Reebok, Coca & Company para demostrar que el viejo Tom sigue teniendo excelente oído narrativo. Hasta nuestros móviles, en la actual guerra sin cuartel publicitaria que se traen, se han olvidado del rin-rin y del bip-bip, y ahora sólo hacen hip-hop.

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