Reportaje:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de Helsinki

Rono y las jamaicanas

El mítico atleta keniano entrena en EE UU a dos obstaculistas caribeñas, clasificadas para la final

Docus Inzikuru, Henry Rono, Mardrea Hyman, Korene Hinds. Tres mujeres y un hombre. Cuatro historias antiguas que se cruzan en una prueba nueva. Una niña ugandesa, diminuta; un cincuentón keniano que ha conocido los abismos terribles de la existencia; dos optimistas mujeres jamaicanas que no quieren ser Merlene Ottey. Una carrera que debuta en los Mundiales. 3.000 metros obstáculos. Poco menos de 10 minutos. 28 vallas. Cuatro rías.

Henry Rono es el hombre de los cuatro récords mundiales en 81 días. Nacido en Kenia, establecido en Seattle, fue el mejor atleta de su época, mediados y final...

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Docus Inzikuru, Henry Rono, Mardrea Hyman, Korene Hinds. Tres mujeres y un hombre. Cuatro historias antiguas que se cruzan en una prueba nueva. Una niña ugandesa, diminuta; un cincuentón keniano que ha conocido los abismos terribles de la existencia; dos optimistas mujeres jamaicanas que no quieren ser Merlene Ottey. Una carrera que debuta en los Mundiales. 3.000 metros obstáculos. Poco menos de 10 minutos. 28 vallas. Cuatro rías.

Henry Rono es el hombre de los cuatro récords mundiales en 81 días. Nacido en Kenia, establecido en Seattle, fue el mejor atleta de su época, mediados y finales de los 70, y sin embargo, castigado por los boicots de Kenia a los Juegos del 76 y del 80, nunca logró una victoria olímpica, nunca participó en unos Juegos. Entre el 8 de abril y el 27 de junio de 1978, desde Berkeley a Oslo, pasando por Seattle y Viena, en un recorrido frenético, Rono batió los récords del mundo de 3.000 obstáculos, 3.000 lisos, 5.000 y 10.000 con unas marcas que resistieron más de una década en lo alto. Y aún era recordman del mundo Rono cuando, con la misma velocidad, la misma necesidad frenética que le llevaba a correr más rápido que nadie, emprendió su privado descenso a la miseria a través del alcohol. En pocos años dilapidó su fortuna. En pocos meses, el atleta más rico del mundo, ahora una figura informe de más de 100 kilos, se convirtió en un mendigo en Nueva York. A finales de los 90 tocó fondo. "Estaba tan hundido en la miseria que sólo podía salir hacia arriba", dijo años más tarde. "Si hubiera bajado más, estaría muerto".

La primera redención le llegó con un trabajo como mozo de equipajes en el aeropuerto de Alburquerque (Nuevo México), una faena que combinaba con la de ayudante del entrenador de atletismo en el instituto de la ciudad. La segunda no la buscó, le llegó de casualidad cuando el año pasado dos veteranas atletas jamaicanas se dejaron caer por Alburquerque en su busca. Para ser jamaicanas y atletas, Mardrea Hyman y Korene Hinds son dos chicas muy raras. De entrada, no son velocistas, gacelas de los 100 o los 400 metros. Por lo tanto, son inexistentes para el país que dio al mundo a Ben Johnson, a Asafa Powell y a Merlene Ottey. "Todos en Jamaica quieren ser sprinters, todas las jamaicanas quieren ser Ottey", dice Hyman; "pero yo quiero demostrar a todos que hay otros mundos, quiero ser otro modelo para las jóvenes jamaicanas". Llegadas a los 30 años, y después de una carrera atlética casi invisible en las competiciones universitarias -Hinds se tituló en Kansas y Hyman en Tejas- ambas atletas descubrieron la posibilidad de un futuro nuevo cuando el 3.000 obstáculos femenino fue aceptado como distancia oficial en las competiciones de la IAAF. Preguntaron a colegas kenianas quién sería su mejor profesor para aprender a pasar las vallas y la ría, y éstas, sin dudarlo, las enviaron a Albuquerque, al aeropuerto, a la casa de Henry Rono. Ninguna de las dos es aún un prodigio técnico, pero ambas lograron ayer clasificarse de forma magnífica para la final de mañana. Allí, sus caminos se cruzarán con el de una diminuta atleta de Uganda.

Docus Inzikuru tiene 22 años y es la mejor especialista mundial del 3.000 obstáculos, la gran favorita para la final. Una atleta tocada por la gracia divina, como el Henry Rono de hace 27 años. Y como él, ha tenido que irse de su país, de su continente, para ser atleta. Desde hace tres años vive en Turín (Italia), en una hospedería junto a otra docena de atletas africanas, se entrena con un técnico italiano, Renato Canova. Y como aún es joven, como aún cree que el futuro puede ser diferente, todo lo que gana, todo lo que ahorra participando todas las semanas en carreras de todo tipo, lo invierte en una casa que se está construyendo en Kampala, la capital de su país.

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