CULTURA Y ESPECTÁCULOS

El público británico tiñe de rubio las primeras horas de Benicàssim

En el año que se celebra el centenario de la batalla de Trafalgar, los ingleses vuelven a España. Concretamente, a Benicàssim, cuyo festival es más internacional que nunca. Ayer se inició con la tradicional fiesta de bienvenida, y la colección de ojos azules, cabellos finos y rubios, palabras masculladas entre sílabas escupidas y pieles sonrosadas definían el acento humano del festival. Abrió sus puertas a las 19.30, y en aquellos instantes, la tarde ya se había hecho eco de cánticos espoleados por la cerveza con la que se combatía el calor mediterráneo de agosto. Este año ésa es la nota, al m...

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En el año que se celebra el centenario de la batalla de Trafalgar, los ingleses vuelven a España. Concretamente, a Benicàssim, cuyo festival es más internacional que nunca. Ayer se inició con la tradicional fiesta de bienvenida, y la colección de ojos azules, cabellos finos y rubios, palabras masculladas entre sílabas escupidas y pieles sonrosadas definían el acento humano del festival. Abrió sus puertas a las 19.30, y en aquellos instantes, la tarde ya se había hecho eco de cánticos espoleados por la cerveza con la que se combatía el calor mediterráneo de agosto. Este año ésa es la nota, al menos en las primeras horas del festival: calor e ingleses. Entre la colonia foránea, franceses, italianos y alemanes han quedado relegados al papel de meros comparsas de los hijos de Albion. Con la costumbre de comprar las cervezas al por mayor, a razón de 50 o 100 euros de una tacada, lo que da derecho a 10 o 20 litros de cebada líquida, y de esperar las actuaciones de Keane y Oasis, Inglaterra marca pauta en Benicà-ssim. De continuar así, la tónica, el año que viene no debería faltar fish & chips en la oferta gastronómica del festival. Lo que sí ofrece el FIB este año son mejoradas zonas de acampada. La más próxima al recinto y última en abrirse, la CamFib, recordaba en la tarde de ayer la prusiana disposición de un campamento militar de campaña del siglo XIX. Las tiendas se alineaban buscando la abundante sombra, pero ninguna de ellas interrumpía los pasillos que, rectilíneos, se abrían entre las lonetas. Sólo una tienda destacaba por tamaño y jerarquía, pero no correspondía al estado mayor, sino al enorme bar donde conseguir bebidas y unas superficies redondas, salpicadas de materia multicolor y con aspecto acartonado, que se extendían bajo la denominación de pizzas. A las 18.50 salían a tutiplén de los hornillos que las calentaban, mientras otras muchas, con el rictus helado del congelado en su aceituna central, esperaban pacientes el turno. Al mismo tiempo, las duchas preservaban a sus ocupantes de miradas libidinosas con discretas mamparas de tela. No era necesaria la medida: excepto algún osado varón, con ganas de exhibir cornamenta, los bañadores hurtaban intimidades incluso a la mirada casual. Más tarde, con la noche reinando en el festival, las primeras actuaciones pondrían música a este despliegue de alegría, sol y canciones que se llama Benicàssim. Y un año más, el disc jockey Aldo Linares inició una pieza que después se esperaba rematasen The Polyphonic Spree, The Tears y Underworld.

Asistentes al festival de música de Benicàssim.ÁNGEL SÁNCHEZ

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