Crítica:CLÁSICA

Los chinos de antaño

Hoy en Madrid hay muchos chinos que regentan restaurantes y comercios de todo a un euro. Hace dos siglos y medio había muchos menos y, tal vez por eso, llamaban más la atención, eran la faceta exótica de un mundo que ya no se controlaba desde aquí, la figuración de un cosmopolitismo un poco de mentira, pero que valía como símbolo. Hasta Metastasio, el libretista oficial de la ópera seria, se fijó en ellos para meterlos en una curiosa pieza escénica titulada Le cinesi (Los chinos), que luego serviría como libreto para la serenata Festa cinese (Fiesta china), con músi...

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Hoy en Madrid hay muchos chinos que regentan restaurantes y comercios de todo a un euro. Hace dos siglos y medio había muchos menos y, tal vez por eso, llamaban más la atención, eran la faceta exótica de un mundo que ya no se controlaba desde aquí, la figuración de un cosmopolitismo un poco de mentira, pero que valía como símbolo. Hasta Metastasio, el libretista oficial de la ópera seria, se fijó en ellos para meterlos en una curiosa pieza escénica titulada Le cinesi (Los chinos), que luego serviría como libreto para la serenata Festa cinese (Fiesta china), con música de Nicola Conforto, estrenada en el palacio de Aranjuez el 30 de mayo de 1751 coincidiendo con la onomástica del rey Fernando VI.

Festa cinese

De Nicola Conforto. Marta Almajano y Maria Grazia Schiavo, sopranos. Lucia Cirillo y Silvia Tro Santafé, mezzosopranos. Europa Galante. Director: Fabio Biondi. Palacio de El Pardo, 28 de julio.

Sus protagonistas son tres doncellas chinas -Lisinga, Sivene y Tangia- y un joven -Silango-, hermano de Lisinga y amante de Sivene, que acaba de regresar a su patria de un viaje a Europa. Los cuatro se pasan la pieza tratando de decidir qué es más noble, si la tragedia, la pastoral o la comedia y, al no ponerse de acuerdo, deciden cantar una alabanza en honor de Fernando VI, allí presente, como protector de las artes. Tanto da que sean chinos, y lo mismo podían haber sido otra cosa, pero imaginando el boato de la primera representación, el gusto con que se adornó el lugar del estreno, el añadido de una sesión de fuegos artificiales a su término, la verdad es que todo debió justificar con creces ese puntito excéntrico tan de la época. Por cierto, que el mismo texto de Metastasio le serviría a Gluck para su Le cinesi, estrenado en Viena tres años después de la primera representación que tuvo lugar en la ciudad ribereña.

Con Farinelli

Nicola Conforto sería nombrado compositor de corte en 1756, con lo que fue uno de los italianos triunfantes en Madrid más o menos por aquellos años, junto a Farinelli, Corselli, Domenico Scarlatti y Boccherini, pero su Festa cinese no sobreviría demasiado tiempo antes de volver a los archivos. Su exhumación después de doscientos cincuenta años es una buena noticia, pues se trata de muy grata música que revela, además, las características de un género como este de la disputa, de la acción en la conversación, ese que culminará casi dos siglos más tarde en el Capriccio straussiano. Flanqueada por una obertura y el minueto final en honor del rey, la parte cantada -la serenata- está precedida de un largo recitativo que da paso al fluir de las cuatro arias. Todo acaba por ser delicioso y, sin que la música sea eso que llamamos una obra maestra, se deja escuchar gracias a un encanto no exento de energía, o viceversa. Lástima que no se repitiera lo de los fuegos artificiales de la primera vez.

Para poco más de una hora de espectáculo se contó con unas voces estupendas, expertas las cuatro en estos terrenos. Marta Almajano y Silvia Tro Santafé, la parte española del reparto, estuvieron a la altura de su fama, lo que ya es bastante. Lucia Cirillo confirmó aquí la estupenda impresión de su Tisbe en La Cenerentola, de Glyndebourne, y Maria Grazia Schiavo, el porqué de su ascenso en este repertorio.

Fabio Biondi concertó con eficacia y con cariño y levantó la partitura al fin del concierto como para rendir tributo a este Conforto que recaló aquí con familia y todo cuando en Madrid no había chinos.

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