FUERA DE CASA

Recordando a Mihura

Más que un centenario, lo de Miguel Mihura parece un "todo a cien". Como si un socavón de la ciudad que se fundó para que naciera este hijo de cómicos hubiera escondido su obra, su recuerdo, sus sombreros y sus copas. Mihura decía que antes de su nacimiento Madrid era un descampado lleno de cuestas, escombros y montones de arena. Que la urbe se terminó, es un decir, para su alumbramiento. Y no resultó cara porque la empresa encargada de su terminación, Sociedad Anónima de Pastores Reunidos para la Construcción de Madrid y sus Alrededores, con celeridad, para llegar a la fecha de entrega...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Más que un centenario, lo de Miguel Mihura parece un "todo a cien". Como si un socavón de la ciudad que se fundó para que naciera este hijo de cómicos hubiera escondido su obra, su recuerdo, sus sombreros y sus copas. Mihura decía que antes de su nacimiento Madrid era un descampado lleno de cuestas, escombros y montones de arena. Que la urbe se terminó, es un decir, para su alumbramiento. Y no resultó cara porque la empresa encargada de su terminación, Sociedad Anónima de Pastores Reunidos para la Construcción de Madrid y sus Alrededores, con celeridad, para llegar a la fecha de entrega, contrató a niños de todas clases para que la terminasen a patadas. Y así, en el día de su nacimiento, quedó inaugurada esta ciudad. La misma que tiene como concejal de Asuntos Sociales y vicealcaldesa, creo, a Ana Botella. No es broma. Simplemente parece una pieza de nuestro teatro del absurdo.

Como mi admirado Vila Matas, tampoco soy muy aficionado a los números redondos, a las celebraciones que tienen que terminar en cero o, abriendo la manga, en cinco. Pero es lo que hay. Así somos, si así le parece a la sociedad estatal que tiene que componer los carteles de nuestras ferias de aniversarios. Un presupuesto estatal, comunitario o municipal está esperando a toda clase de resucitadores de nuestros muertos, con perdón. No siempre, no para todos, por ejemplo, no han puesto el nombre de Mihura en los carteles de las oficiales resurrecciones centenarias. O lo han puesto en letra pequeña. Escribo esto en el día exacto del centenario de Mihura, y no puedo evitar la sensación de estar hablando de un sobrero de nuestra cultura. Miguel Mihura fue un primer espada en los carteles de la contra, fue uno de los más destacados miembros de una cuadrilla que alguien definió como "la otra generación del 27". Aquella tribu cómica que quiso medrar por el camino de la derecha.

Mirando hacia atrás sin ira, y con lo que llueve en nuestra memoria histórica, aquellos franquistas sin sombrero de copa no nos parecen ahora ni de derechas ni de izquierdas, sino todo lo contrario. ¿Cómo despachar desde lo políticamente correcto a Neville, Tono, Jardiel, López Rubio y otros hijos del espíritu de Gómez de la Serna? Fueron hijos de lo ramoniano, sí, pero más masticados, más para todos los públicos. ¿Qué eran en realidad? ¿Una pandilla de republicanos de derechas, una tropa de señoritos descreídos? Fueran lo que fuesen, sí que es cierto que en los momentos de la verdad, en los tiempos de la guerra, estos chicos del otro 27, armados con la metralleta de su humor, se pusieron al servicio de un régimen sin sentido del humor. Es decir, sin ningún sentido. Por sus entreguismos políticos recibieron su medicina, unos más que otros. Algunos se convirtieron en regadores regados. Otros, en chicos para todo. Ninguno fue entronizado con los laureles del régimen para el que velaron armas, al que rindieron su servicio; les dejaron las migajas. Franco no paga a los cómicos. Su caudillo resultó más de derechas que aquel señor de Murcia, y nunca conoció a ninguna Ninette que le liberara de ver la vida del que mira pasar una procesión. Quien dice procesión, también dice entradas en el templo bajo palio.

Hemos estado en El Escorial, esta vez como infantes invitados a los cursos de verano y humos. Hablamos de realidades y ficciones, de recuperación de nuestra memoria en prosa, verso y películas. Lo hicimos en compañía de poetas progres, que también tienen su corazón, sus rectores, su humor y sus copas sin sombrero. En la universidad de verano del rector Berzosa había menos ninettes, menos señores de Murcia que otros años. Eso puede ser un signo de modernización. Ciertamente, sentimos mucho más la ausencia de ninettes que la de los señores de Murcia. Cuando digo señor de Murcia, no sé por qué, se me aparece Mariano Rajoy con una pancarta. Será por solidario y amigo de los murcianos Zaplana o Trillo. Estas asociaciones me llegan justo antes de ver al señor de Murcia que en la película de Garci interpreta el gran Carlos Hipólito. ¿Qué tiene que ver Rajoy con el personaje murciano de Mihura? Nada, bueno, poco, quizá que los dos fueron solteros y de provincias. Toda una tipología clásica de la antigüedad española. Los dos católicos, los dos de derechas, los dos tradicionales y los dos encontraron su amor, que les liberó de vender estampitas de santos, de partidas de mus en la trastienda y de sueños de fuga en Pigalle. A los dos les llegó su Ninette. No digo, ni se me ocurriría, que la señora del señor Rajoy se parezca a esa chica francesa, hija de exiliados españoles que veneraban a Lenin, Pablo Iglesias y Lerroux, ni mucho menos. Los parecidos van por otro lado, más cerca de esa liberación lerrouxiana, cantonal y de derechas, que Rajoy encontró en las calles murcianas con pancartas que nada tenían que ver con el Mayo francés, más bien con el mundo según Zaplana. Mihura y yo nos entendemos

Dice otro admirador -y yo a su lado- de muchos murcianos, de algunos guionistas y de autores como Mihura, el inevitable Luis García Berlanga, que los humoristas españoles se reparten en dos grupos: los sordos y los amargados. Espero que el maestro no tenga razón, que en el centenario de Mihura, unos minutos antes de ver la película que Garci recupera, y décadas después de que Fernán Gómez lo hiciera, que la versión del escarizado madrileño de Ninette y un señor de Murcia sea capaz de convencernos de que todavía merece la pena rescatar a uno de los más olvidados humoristas del teatro español. De lo que estoy seguro, después de ver los carteles promocionales, es de que siempre nos quedará Elsa Pataki. Ella, esa chica que nos guiña el ojo desde los ordenadores, que nos invita a viajar con la imaginación, es una Ninette con la que seguiremos soñando. Al menos, todos los que no queremos llegar pronto a nuestra automoribundia. La Pataki nos devuelve al Mayo francés, a no ser realistas, a pedir lo imposible. Incluso nos hace desear ser unos señores de Murcia. O de donde ella diga.

Elsa Pataki.

Archivado En