Crítica:TEATRO | 'Ácaros'

O sea, una familia

Comienza con una serie de monólogos: luego se traman de dos en dos y reflejan la situación: el padre taxista, la madre ama de casa, el hijo taquillero y la novia del hijo. Una familia que no se trata bien; y, entre todos, tratan mal a la novia del hijo, dependiente de almacén, que parece hacer viajes astrales con la esperanza de llegar a India y conocer el tantra que promete orgasmos múltiples. Me detengo en la muchacha, que creo que es la actriz Maribel Bravo -el programa no especifica la correspondencia entre los actores y los personajes- que representa un papel de mujer objeto, tratada por ...

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Comienza con una serie de monólogos: luego se traman de dos en dos y reflejan la situación: el padre taxista, la madre ama de casa, el hijo taquillero y la novia del hijo. Una familia que no se trata bien; y, entre todos, tratan mal a la novia del hijo, dependiente de almacén, que parece hacer viajes astrales con la esperanza de llegar a India y conocer el tantra que promete orgasmos múltiples. Me detengo en la muchacha, que creo que es la actriz Maribel Bravo -el programa no especifica la correspondencia entre los actores y los personajes- que representa un papel de mujer objeto, tratada por todos con dureza; y me detengo porque tiene una voz, unos reflejos, una calidad de excelente actriz que empieza una buena carrera.

Ácaros

De Xavier Puchades. Intérpretes: Maribel Bravo, Nando Pascual, Miguel Ángel Altet, Sonia Ortiz. Escenografía: Martina Botella, Ximo Flores. Compañía del Teatro de los Manantiales, Valencia. El Canto de la Cabra, Madrid.

Lo demás es un retrato de familia. También corriente. Un taxista muy desagradable, una esposa no menos molesta; un hijo atontado y esa novia de la que digo elogios de actriz, pero que sólo corresponde en la obra a un personaje manipulado. La intención del texto es la de que nadie entiende a nadie, todos hablan como para sí, chocan en los diálogos y maltratan las relaciones. Los ácaros son ellos mismos, o están intoxicados por ellos.

Todo pasa en el rincón madrileño de la Plaza del Olivo, que cuida, cerca y utiliza El Canto de la Cabra. Un lugar simpático, un público habitual y un cuidado en el mantenimiento del arte teatral.

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