Reportaje:FÚTBOL | Internacional

El último gran 'cinco'

Fernando Gago, de 19 años, se ha ganado la titularidad del Boca Juniors con tan sólo 18 partidos en Primera División

Diego Armando Maradona estaba emocionado. Habló como un viejo biólogo que no puede contener la emoción ante el descubrimiento que creía imposible. Radio Mitre, oportuna, le acercó un micrófono a su palco de La Bombonera para conectarle en directo con el objeto de su asombro. Se trataba de una variedad que se creía extinguida. Un cinco argentino con manejo de pelota.

"Yo aprovecho para saludarte, nene", le dijo Maradona al chico, que le escuchó en otra parte del estadio, con el pinganillo en la oreja. "La rompiste. Jugaste como si tuvieras 30 años. Metiste, hiciste jugar. En la se...

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Diego Armando Maradona estaba emocionado. Habló como un viejo biólogo que no puede contener la emoción ante el descubrimiento que creía imposible. Radio Mitre, oportuna, le acercó un micrófono a su palco de La Bombonera para conectarle en directo con el objeto de su asombro. Se trataba de una variedad que se creía extinguida. Un cinco argentino con manejo de pelota.

"Yo aprovecho para saludarte, nene", le dijo Maradona al chico, que le escuchó en otra parte del estadio, con el pinganillo en la oreja. "La rompiste. Jugaste como si tuvieras 30 años. Metiste, hiciste jugar. En la selección necesitamos un jugador como vos. Es el cinco que necesita Pekerman. Hay corredores, picapiedras, pero nadie la da redonda como vos".

"Quiero un buen contrato para que mi viejo no vaya a la fábrica de tinta en la que trabaja"
"Hay corredores, 'picapiedras', pero nadie la da redonda como 'vos', dice Maradona
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Caía la tarde del 11 de abril sobre Buenos Aires. El chaval, de 19 años, se llamaba Fernando Gago, era el medio centro [el dorsal cinco en Argentina] del Boca, y acababa de hacer un partido de salón ante Rosario Central (4-1).

Uno de esos partidos que inspiran revelaciones y sueltan la lengua. Ante la aparición, Maradona se había despojado de los eufemismos que dictan el discurso previsto. De paso, calificó de picapiedras a los medio centro que han dominado el fútbol argentino durante los últimos años: Simeone, Almeyda, Mascherano.

Los estilos del fútbol, como los eslabones de Darwin, evolucionan de manera impredecible. Hay tantos factores que alteran las condiciones ambientales, que los individuos no tienen un camino trazado de antemano. Gago rompió con la cadena evolutiva dominante durante 1992, después de pasar mucho tiempo mirando partidos por la televisión. Vivía en un suburbio de Buenos Aires, en Ciudadela, en el seno de una familia de clase obrera, y un día descubrió a Fernando Redondo, que por entonces llevaba el dorsal número cinco del Tenerife y que, a diferencia de lo que se supone, nunca representó al cinco argentino clásico.

"Un medio centro", dice Gago; "tiene que tener juego y panorama, dar profundidad, pasar bien la pelota y ser prolijo en la dirección".

Tradicionalmente, el cinco argentino -como el uruguayo- no tuvo juego ni profundidad. Sus marcas definitorias fueron el carácter temperamental, altivo, con un punto violento temible y un refinamiento insólito en el arte de la intimidación. Entre los ejemplares de la estirpe destacaron Batista, Gallego, Mostaza Merlo, Rata Ratín -el que se sentó en la alfombra de la Reina Isabel II-, y Pipo Rossi.

Redondo, junto con Marangoni, fueron casos extraordinarios que mezclaron el sentido táctico con la gambeta. Prueba de que Redondo reinventó el puesto es que su ídolo de la infancia fue Falcao. Cinco brasileño como era, Falcao fue heredero de otra raza, la misma raza de Mazinho y Clodoaldo. De esa rama accidental se colgó Gago. "Redondo", asegura el jugador del Boca; "es mi ídolo a nivel futbolístico en todo. Fue un jugador bárbaro. Por su técnica, porque pasaba de primera y le daba velocidad al juego, y porque tenía una manera de armar el equipo que admiraba".

Como Redondo, Gago comenzó a jugar al baby fútbol, una variedad de fútbol de cinco contra cinco en campos reducidos, sobre moqueta. En 1991, su madre, Alicia, le llevó al club Saavedra. De ahí pasó al club Parque, semillero tradicional del Argentinos Juniors: Sorín, Riquelme, Placente y Cambiasso se criaron en ese ambiente propenso a los futbolistas pisadores, como se conoce en Argentina a los que gustan de manejar la pelota con la suela de la bota. Allí descubrieron a Gago los responsables de las divisiones inferiores del Boca, Jorge Griffa y Ramón Madoni. En 1996 entró en el club de la Bombonera.

Hoy Gago lleva doce partidos en Primera. Se ha hecho con la titularidad a pesar de Raúl Cascini, uno de esos volantes de pretensiones caciquiles, y ya se especula con su inminente convocatoria para la selección absoluta. El seleccionador, José Pékerman, no quiere apresurarse. Habla con la certeza de que una palabra de más puede arruinarlo todo: "Le falta roce competitivo. Ha jugado muy pocos partidos y hacer un juicio puede ser apresurado. Digamos que es un buen proyecto, con técnica, con visión de juego, con mando. El clásico cinco argentino".

Pékerman, como la mayoría de los hinchas, prefiere creer que Gago obedece a una vieja tradición nacional. Pero el chico no se parece a Rossi en nada más que en el don de la palabra. "Se dice que el que tiene que hablar en la cancha es el medio centro, pero este es un juego colectivo", opina Gago; "aquí es mejor que hablen todos, porque si no se habla no se mejora".

"Quizá por el desplazamiento que tengo", apunta el jugador; "por el juego en largo, algún técnico, como Carlos Aimar, me ha comparado con Guardiola. Pero yo de Guardiola no me acuerdo mucho. Sé quién es, pero no lo seguí. Y a Marangoni, menos. No tengo memoria para tanto y no me considero heredero de nadie. Pero mi ídolo fue Redondo y mi equipo preferido es el Real Madrid".

Los caminos del fútbol son insondables. Mientras tanto, el cinco de Boca dice que su ambición más inmediata se resume en dos cosas: ganar la Copa Libertadores y conseguir un buen contrato. Dice: "Para que mi viejo ya no tenga que ir a la fábrica de tinta en la que trabaja".

Gago, a la derecha, tras Hernández, del Colón, en un partido del campeonato argentino el pasado 24 de abril.AP

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