Crítica:CLÁSICA

Clausura de una temporada ejemplar

El fin de semana, sobre un puente que vació Madrid, las Juventudes Musicales de la capital española que pilota María Isabel Falabella, llenaron el Auditorio Nacional desde la doble convocatoria mozartiana: conciertos 1 a 5 para violín y Sinfonía concertante, para violín y viola. Bien es cierto que se trataba no sólo de Wolfgang Amadeus -"siempre nos quedará Mozart", que escribía Luis Cernuda-, sino también de dos solistas de tan alta y noble ejecutoria como son Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, Alemania, 1963), y Youri Bashmet (Rostov, Rusia, 1953) y la London Philharmonic Orchest...

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El fin de semana, sobre un puente que vació Madrid, las Juventudes Musicales de la capital española que pilota María Isabel Falabella, llenaron el Auditorio Nacional desde la doble convocatoria mozartiana: conciertos 1 a 5 para violín y Sinfonía concertante, para violín y viola. Bien es cierto que se trataba no sólo de Wolfgang Amadeus -"siempre nos quedará Mozart", que escribía Luis Cernuda-, sino también de dos solistas de tan alta y noble ejecutoria como son Anne-Sophie Mutter (Rheinfelden, Alemania, 1963), y Youri Bashmet (Rostov, Rusia, 1953) y la London Philharmonic Orchestra.

Cerraban así su temporada (un abono a 16 conciertos extraordinarios en toda la extensión del término) las JMM excelentemente programados y con el valor añadido de allegar fondos para la concesión de una serie de "becas en el extranjero" de las que ya se han beneficiado algunos de los intérpretes. Siguen las Juventudes el ya lejano modelo de la Sociedad Filarmónica por cuanto familiarizan al público con los grandes nombres de la historia musical de todo tiempo y con los señaladísimos protagonistas de la actual interpretación, hasta el punto que ya se anuncia la próxima serie, 2005-2006, con nuevas apariciones de la Mutter, que en unión del pianista Lambert Orkis ofrecerán las Sonatas mozartianas.

Mozart, en las Juventudes Musicales

London Philharmonic Orchestra. Solistas: A. S. Mutter, violinista; Y. Bashmet, viola. Conciertos y Sinfonía Concertante de Mozart. Auditorio nacional. Madrid, 29 y 30 de abril.

Escribir sobre lo escuchado -como cada vez que artistas de máximo nivel y larga capacidad emocional hacen rigurosa música y la expresan con raro poder de comunicación afectiva- ha sido y será siempre peliagudo; se trata de dar cuenta desde otro lenguaje radicalmente distinto del musical de emociones recibidas a través de un idioma peculiar, trascendente, verdaderamente mágico. Y no me importa recordar, una y otra vez, una reflexión salida de los labios de Ortega y Gasset en una de sus conferencias en el madrileño cine Barceló, cuando observó, a manera de inciso: "¿Qué nos dice la música? Constituye un escándalo filosófico que nadie, hasta ahora, haya sabido explicarlo". Quizá no hay posibilidad de otra explicación que la que nos da, desde su mismo ser, la música misma en toda su entera veracidad y sus más extremadas potencias de belleza. No cabe apurar tales fuerzas en juego con mayor naturalidad y penetración que las disfrutadas en los conciertos del viernes y del sábado al conjuro de la gracia leve e intensa que habita en el universo mozartiano: ese adagio del Concierto en La número 5 resuelto en un Rondó en tiempo de menuetto o el maravilloso Presto de la Sinfonía concertante en Mi Bemol, capaz de asumir el estro dramático de las óperas magistrales en la forma dialogante de los dos instrumentos protagonistas y en la misma cantabilidad de las ideas.

El Auditorio se pobló de un concentrado interés, de un casi perceptible silencio, de una emoción transitiva y, al fin, de una marea de entusiasmo. Todos estábamos seguros de que la experiencia merecía gratitud, y la recibieron, en las aclamaciones, los artífices de unas jornadas inolvidables: músicos, organizadores y patrocinadores.

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