Crítica:CLÁSICA

Ganas de perder el tiempo

Conciertos como el de este fin de semana son un ejemplo bien claro de lo que no necesita la ONE. ¿Para qué invitar a un maestro como Heinrich Schiff, que, aunque con prestigio como solista, no tiene nada que decir como director, sigue ayuno de técnica y su concepto no es ni más analítico ni más hondo que el que podría tener cualquier aficionado medio al que le dieran una batuta y le dijeran que saliera a dirigir? A eso añadamos el espectáculo de verle -tan buen violonchelista cuando quiere- dirigirse a sí mismo y a la orquesta de espaldas a ésta, con el arco en ristre, mirando de reojo y hacie...

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Conciertos como el de este fin de semana son un ejemplo bien claro de lo que no necesita la ONE. ¿Para qué invitar a un maestro como Heinrich Schiff, que, aunque con prestigio como solista, no tiene nada que decir como director, sigue ayuno de técnica y su concepto no es ni más analítico ni más hondo que el que podría tener cualquier aficionado medio al que le dieran una batuta y le dijeran que saliera a dirigir? A eso añadamos el espectáculo de verle -tan buen violonchelista cuando quiere- dirigirse a sí mismo y a la orquesta de espaldas a ésta, con el arco en ristre, mirando de reojo y haciendo un Concierto en do mayor de Haydn palmario y plano, en el que su mecánica y su sonido -que los tiene y de la mejor clase- quedaron inéditos. Hubiera movido a risa si no fuera porque daba un poquito de pena ver a un nombre respetado de ordinario haciendo un bolito.

Orquesta Nacional de España

Heinrich Schiff, violonchelo y director. Obras de Haydn, Webern y Brahms. Auditorio Nacional. Madrid, 8 de abril.

Después del Haydn vino una de las dos obras maestras del repertorio que recogía el programa: la Passacaglia, op. 1 de Webern. Se leyó sin más y no hubo nada. Toda la genialidad de una pieza decisiva se quedó por el camino, incluida la emoción que una música así ha de provocar en el oyente. Sólo pensar lo que hubiera hecho un Michael Gielen con semejante partitura daba ganas de llorar. Pero aún faltaba la Cuarta de Brahms. No es que se hiciera mal, sino que, simplemente, fue como si no se hiciera, nació muerta por mucho que Schiff animara a la cuerda olvidándose de un resto que debía darle igual: nada de nada. Hubo, sí, un dato positivo: salvo algún desafine puntual de trompas y oboe, la orquesta sacó casta y estuvo por encima del maestro, al que, por cierto, cosas de la vida, aplaudió al final del concierto, quizá porque es persona simpática. La ONE lleva a Brahms en las venas y no cabe duda que los genes se revelaron el viernes. En definitiva, ganas de perder el tiempo. Directores como Schiff no aportan nada a lo que se pretende que sea una marcha ascendente. La semana pasada, con Herreweghe, se advirtieron defectos, pero hubo música a raudales. Esta vez brilló por su ausencia, pero la ONE no sonó mal. Será la herencia o los jóvenes que renuevan sus atriles y quieren mostrar lo que valen con independencia de quién esté en el podio.

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