Reportaje:

Una vieja historia de amor y magia

Arcángel triunfa en el Carnegie Hall tras una epopeya que recuerda a los primeros viajes flamencos a EE UU

El Flamenco Festival USA, que se ha convertido en sólo cinco años en uno de los encuentros culturales más populares de Nueva York, ha actualizado una vieja relación de amor y magia entre Estados Unidos y el flamenco; una relación nunca interrumpida, que se remonta a los pioneros del arte jondo y que traspasa la barrera de la lengua a la velocidad de la bulería.

El viernes, el joven cantaor Arcángel acabó cortando dos orejas en el Carnegie Hall después de vivir una verdadera epopeya flamenca cuyo relato requeriría un Homero con duende: enterado a las tres de la tarde de que Mayte Martín ...

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El Flamenco Festival USA, que se ha convertido en sólo cinco años en uno de los encuentros culturales más populares de Nueva York, ha actualizado una vieja relación de amor y magia entre Estados Unidos y el flamenco; una relación nunca interrumpida, que se remonta a los pioneros del arte jondo y que traspasa la barrera de la lengua a la velocidad de la bulería.

El viernes, el joven cantaor Arcángel acabó cortando dos orejas en el Carnegie Hall después de vivir una verdadera epopeya flamenca cuyo relato requeriría un Homero con duende: enterado a las tres de la tarde de que Mayte Martín no iba a poder cantar esa tarde en Nueva York a causa de una gripe, Arcángel, de 27 años "y ni papa de inglés", salió en tren de Washington, donde estaba ensayando para actuar ayer, y llegó al Carnegie 18 minutos antes de que empezara su concierto.

"Le conté en espanglish a una chica que iba a mi lado en el tren lo que me pasaba y ella me ayudó", contaba Arcángel riéndose con su cara de ídem tras el concierto. "Al principio no se lo creía, pero cuando le escribí en un papel Carnegay Theater, ella me dijo '¿are you suar?', yo le dije 'te invito a verme cantar', ella dijo 'ok', me sacó del tren, me metió en un taxi y me mandó al teatro. Se llamaba Johanna Willer, mira, aquí lo pone".

En el camerino esperaban al Arcángel el guitarrista Juan Ramón Caro y el percusionista Guillermo McGill, miembros de la compañía de Martín con los que el onubense no había tenido el placer de cantar antes. Sin tiempo más que para ensayar "el final de las alegrías" mientras un mozo de espadas le ponía la ropa de gala, Arcángel dijo "vamos al lío", salió al escenario y debutó en el Carnegie con honores: se raspó ocho o nueve palos, y una propina espléndida con La bien pagá.

El público, unas 300 personas que habían preferido no ejercer el derecho a cambiar la entrada, lo despidió en estado de enajenación mental transitoria: de pie, aplaudiendo y dando chillidos.

La disparatada aventura de Arcángel habla del poder de improvisación español, del arrojo de un joven que se parece al Che, de la profesionalidad de tres artistas que salen a tocar juntos sin conocerse, y de la capacidad de un festival que tiene a una docena de estrellas girando al mismo tiempo por EE UU; pero es el arrobo neoyorquino con la jondura lo que empieza a preocupar seriamente en la Gran Manzana.

Incluso The New York Times aprovechó el otro día el apogeo flamenco para dedicar una página a buscar las razones de ese romance. ¿A qué se debe el éxito que tienen aquí estos flamencos, cuya forma de entender la vida y el arte tan poco tiene que ver con la pragmática y nada bohemia american way of life?

Ése era más o menos el punto de partida de un reportaje que llegaba a la conclusión que hace tiempo documentaron el poeta sevillano y sabio ratón de hemeroteca José Luis Ortiz Nuevo y el flamencólogo local Brook Zern: que la pasión flamenca en Estados Unidos se remonta, al menos, a hace unos 165 años. Y que ese amor no excluye algunos elementos mítico-medicinales, a los que tanta afición hay por aquí, según se puede ver en las atiborradas estanterías de las vitaminas.

La idea es que el motor de ese romance era entonces, como lo es hoy, el baile, preferiblemente el femenino. Ortiz Nuevo ha seguido el rastro de muchas artistas flamencas que venían a Nueva York y aprovechaban para dar cursos: un recorte de un diario local de 1907 aseguraba que tomar clases de danza flamenca mejoraba la artritis, curaba las fiebres tifoideas y aliviaba la depresión suicida.

Sus viajes y el entusiasmo que suscitaban no debían ser muy distintos de los de aquel periplo mítico de Federico García Lorca, cuya estancia aquí a finales de los años veinte produjo la escritura de Poeta en Nueva York y durante la cual mandó una carta a casa, en 1929, afirmando (para afirmarse él de paso): "No tenéis idea de lo profundamente conmovidos que están estos americanos con la música y la canción tradicional de España".

Al fin y al cabo, el Carnegie Hall es el lugar en el que Antonia Mercé, La Argentina, conocida aquí como The Queen of the Castanets (La Reina de las Castañuelas), triunfó en 1932 después de haber bailado en Nueva York 48 veces en menos de cuatro años. Y en el que otra leyenda flamenca muy unida a Lorca, Encarnación López, La Argentinita, tomó en 1939 con una compañía llena de figuras, entre ellas el guitarrista Carlos Montoya. Sólo un peldaño más en esta larga y vieja escalera que une a través del tiempo, en los ratos perdidos, las almas de los neoyorquinos y los flamencos.

De izquierda a derecha, Guillermo McGill, Arcángel y Juan Ramón Caro, en el Carnegie Hall.JAVIER SUÁREZ
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