El flamenco renueva la pasión neoyorquina

El Carnegie Hall saluda de pie el mano a mano entre las guitarras de Cañizares y Gallardo

Con las 600 entradas de la sala Zankel agotadas, la gente aplaudiendo de pie y gritando a los artistas "stay with us" ("quédense"), el mítico Carnegie Hall abrió el jueves sus puertas al Flamenco Festival USA. La guitarra clásica de José María Gallardo y la flamenca de Cañizares se aliaron durante casi dos horas en un mestizaje original, riguroso y valiente para armar el taco en la primera de las cuatro entregas de este ciclo en el que también están Mayte Martín, Morente y Tomatito, entre otros. "¡Asombroso, phenomenal!", decía a la salida la aterida Rachel, una estudiante de ins...

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Con las 600 entradas de la sala Zankel agotadas, la gente aplaudiendo de pie y gritando a los artistas "stay with us" ("quédense"), el mítico Carnegie Hall abrió el jueves sus puertas al Flamenco Festival USA. La guitarra clásica de José María Gallardo y la flamenca de Cañizares se aliaron durante casi dos horas en un mestizaje original, riguroso y valiente para armar el taco en la primera de las cuatro entregas de este ciclo en el que también están Mayte Martín, Morente y Tomatito, entre otros. "¡Asombroso, phenomenal!", decía a la salida la aterida Rachel, una estudiante de instituto local. Cada día más, el flamenco renueva la nueva pasión neoyorquina.

Sin más patrocinio público que el del Ayuntamiento de Sevilla y los 15.000 dólares de ayuda del Instituto Cervantes, el V Festival Flamenco USA que produce Miguel Marín ha consolidado su milagro americano. 15 espectáculos, 11 ciudades conquistadas, enorme presencia mediática, llenos continuos, el público gritando como loco y rompiéndose las manos y la crítica más dura rendida a unos artistas que flipan por sentir aquí (donde hace un frío para echarse a llorar) el calor que se les niega bajo el sol de España. Así de absurda sigue siendo la cosa con el flamenco: en casa no gana ni el partido más fácil (ni siquiera los políticos se hacen fotos con ellos), y fuera se lo devoran hasta los acomodadores, esa especie del género humano nacida para poner el ego del artista en su sitio.

Por si sirve de termómetro, la plantilla que sienta a los espectadores en el Carnegie Hall andaba el jueves completamente extasiada con el desembarco jondo. ¡Y al final aplaudían!

Aunque el público más: desde la primera nota que Gallardo tocó de sus Danzas españolas hasta la propina conjunta del Vals Venezolano de Antonio Lauro, cientos de melómanos sin fronteras (había portugueses, italianos, asiáticos, franceses, no faltaba ni el judío ortodoxo disfrazado, daba la impresión de que había de todo menos españoles) disfrutaron del concierto como si fuera el último.

Para Cañizares y Gallardo parecía el primero: dieron, juntos y por separado, un curso de toque, ilusión, riesgo y respeto al espíritu de unos compositores (Falla, Albéniz) que buscaron en la música flamenca el aliento más profundo de la modernidad. Su mano a mano destila buen rollo y complicidad (se conocieron tocando en 1990 el Concierto de Aranjuez con Paco de Lucía en Osaka) y tiene además gran valor histórico, pues sella la paz de eso que Gallardo, un clásico enamorado de Bach tachado de flamenco por los que no rozan el don de la hondura, llama "la guerra civil entre la guitarra clásica y la guitarra flamenca".

Gallardo y Cañizares explicaban tras el concierto (en una cena sin humo a la que asistió la familia política de Cañi, japoneses como su mujer, Mariko) que las dos guitarras son iguales y diferentes como hermanas pero han convivido siempre como novios regañaos. Los musicólogos podrían denominar esta declaración de amor clásico-flamenco "la paz de la sierra madrileña", porque ahí se ha creado este espectáculo y ahí viven, a media hora de distancia, Cañizares (Chapinería) y Gallardo (El Escorial), pero como el estreno se produjo hace unos días en el Flamenco Festival London, habría que tirar de algo menos castizo. Quizá la Paz del Carnegie, porque el primero de los cuatro conciertos flamencos que habrá aquí esta semana fue desde luego un pelotazo. Duró dos horas pero pasó a toda velocidad. Gallardo y Cañizares vuelan con una mezcla de coraje (para resucitar piezas que parecían condenadas a agonizar sin dignidad en los aviones de Iberia, como La vida breve o Sevilla), flamencura (para viajar juntos al origen del ritmo en las bulerías, los tangos o las rumbas) y brillantez (para huir como de la peste del punto cursi y cómodo en las baladas y los valses). No se sabe cómo, la pulsación agresiva de Cañizares, su velocidad y su pellizco diabólico, sus picados, rasgueos y prodigiosos contrapuntos, su forma jazzera de tensar las cuerdas, todo eso ensambla de lujo con el fraseo melódico y armonioso, con la fluidez romántica y el bellísimo sonido de clave barroca que Gallardo sabe extraer a su guitarra. Será cosa de los filetes de la sierra. O de la magia del flamenco neoyorquino.

Cañizares (izquierda) y Gallardo, durante su actuación el jueves en el Carnegie Hall de Nueva York.JAVIER SUÁREZ
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