Reportaje:LA CRISIS DEL CARMEL

Salvar la memoria

Las 12 familias que perdieron sus pisos tratan de rescatar objetos y recuerdos de sus vidas entre los cascotes

Sin memoria. Sin rastro de lo que ha sido, en muchos casos, buen parte de la vida. Ésa es la terrible sensación que tienen los afectados de la finca del pasaje de Calafell número 10 del barrio del Carmel, que el pasado martes se quedaron sin sus casas. Ese día vieron sus cuadros, muebles, libros, juguetes, detalles de toda una vida, caer al vacío mientras una enorme tenaza se comía las paredes del edificio.

La demolición era el último acto de una secuencia que había comenzado unos días antes, cuando un enorme socavón provocado por las obras de ampliación de la línea 5 del metro de Barce...

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Sin memoria. Sin rastro de lo que ha sido, en muchos casos, buen parte de la vida. Ésa es la terrible sensación que tienen los afectados de la finca del pasaje de Calafell número 10 del barrio del Carmel, que el pasado martes se quedaron sin sus casas. Ese día vieron sus cuadros, muebles, libros, juguetes, detalles de toda una vida, caer al vacío mientras una enorme tenaza se comía las paredes del edificio.

La demolición era el último acto de una secuencia que había comenzado unos días antes, cuando un enorme socavón provocado por las obras de ampliación de la línea 5 del metro de Barcelona obligó a desalojar a más de 1.000 vecinos. Como todos los demás afectados, habían salido de casa con lo puesto, a toda prisa. Sólo algunos habían podido recoger al día siguiente algunas cosas.

"Es un trauma para toda la vida. No pensé que nunca más podría volver a mi casa"
Una quincena de vecinos revolvían entre los escombros en busca de sus recuerdos
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Sebastián Rodríguez tiene 58 años y desde la muerte de su madre vivía solo en el 4º 3ª. "La máquina de afeitar y el cargador del móvil es lo único que pude sacar del piso" dice Sebastián. Vivía en esa finca desde hacía 20 años, primero en un piso de alquiler y luego en el de propiedad. "Allí lo tenía todo. No me queda nada", susurra. Le cuesta hablar, por eso su cuñada, Tina Martínez, toma el relevo: "Era la casa donde se reunían todos los hermanos. Donde se encontraban por Navidad y hacían todas las celebraciones familiares. La madre murió el año pasado y nos dio cosa pedirle algún recuerdo de ella. Ahora, ni él ni los demás tenemos nada". Los dos acaban de visitar el edificio destinado a realojar a los afectados Está en el mismo barrio, muy cerca.

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Él, como el resto de los desalojados que han perdido sus casas, se prepara para una transición larga, un piso puente, antes de que las administraciones les entreguen sus nuevas y definitivas viviendas. El jueves por la mañana entraban y salían de pisos recién acabados. Se los entregarán amueblados. "Qué quieres que te diga. Mi piso estaba impecable. Lo había reformado hace dos años. Cocina, baños, suelo, puertas. Lo había amueblado de nuevo. Me gasté más de 200.000 pesetas en un sofa precioso". Habla Montse Miret, de 40 años, una mujer nerviosa. "Esto es peor que una pesadilla. Nos hemos quedado sin nada. Es un trauma para toda la vida. El miércoles, cuando nos dejaron subir a coger las cosas imprescindibles, no pensé que nunca más podría volver a mi casa. Por eso sólo cogí una maleta muy grande con todo lo que pude, pero de ropa, claro. Ni fotos, ni papeles, ni nada", añade.

A Avelina, vecina del 1º 2ª, se le saltan las lágrimas cuando se para a pensar en todo lo que ha dejado atrás. "Los Reyes de mis hijos, hasta los disfraces del carnaval. Fotos. Es que no sé. Tengo la sensación de estar en blanco". Como su madre vive en el mismo barrio, no se preocupó de recoger muchas cosas de su casa cuando les dejaron entrar. "Cogí más o menos lo imprescindible. Recambios de ropa, zapatillas. No pensé en nada más, ni recuerdos, ni fotografías. Ni de las mías, ni de mis hijos, ni...". La vista se le pierde hacia el interior de la memoria, en busca del recuerdo de las cosas que va a echar de menos. Hasta que se le inundan los ojos. Muchas lágrimas se han vertido estos días en el Carmel.

De los vecinos del inmueble, los que corrieron peor suerte fueron los situados más cerca del socavón. La puerta primera de cada planta. Los de abajo, porque literalmente no tenían suelo que pisar, ya que el cráter se tragó los cimientos. Y los de arriba, porque la pinza empezó por la parte superior para ir descargando peso e intentar, en la medida de lo posible, que se salvaran cosas del resto de los pisos. Esa maniobra permitió salvar algunos enseres de nueve pisos intermedios. Los bomberos sacaron todo lo que pudieron.

Los cascotes y todo lo que cayó entre el amasijo de paredes fue trasladado a una nave cercana y extendido sobre mesas. Desde el viernes, los afectados rebuscan jirones de sus vidas entre los cascotes expuestos. Fotos, pequeños objetos, detalles de la cotidianidad. "Esas fotos son mías. Y esos zapatos. ¿A ver esas mantas? Ésas sí. No, eso no es mío". Montse Hernández, de 45 años, revolvía en busca de sus cosas. Su padre fue quien construyó el inmueble hace 26 años. Ella vivía en el 4º 1ª desde que se casó. "Estoy encontrando ropas y acabo de recuperar una foto de mi hija de cuando hizo de dama de honor en una boda. Es que, si nos hubieran dejado entrar con tiempo y calma, por lo menos habría recogido los álbumes de fotografías. Pero no pudimos hacerlo".

Ayer a media mañana, Montse y otra quincena de vecinos del inmueble revolvían entre los escombros en busca de sus recuerdos. En busca de su memoria.

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