Crítica:

Elogio de la Ilustración

Al compás de los vertiginosos cambios históricos en las dos últimas décadas, los fenómenos religiosos, incluidas sus facetas más violentas, han renacido y se han adueñado de buena parte del mundo. La religión, contemplada en su dimensión social y no en sus aspectos de conciencia individual, ha recuperado un protagonismo que parecía haber perdido por el saludable influjo de los valores de la Ilustración. De este modo, los fundamentalistas, ya sean musulmanes o católicos, judíos o protestantes, han sembrado de odio e irracionalismo la vida cotidiana en muchos países. Pensemos en el terrorismo is...

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Al compás de los vertiginosos cambios históricos en las dos últimas décadas, los fenómenos religiosos, incluidas sus facetas más violentas, han renacido y se han adueñado de buena parte del mundo. La religión, contemplada en su dimensión social y no en sus aspectos de conciencia individual, ha recuperado un protagonismo que parecía haber perdido por el saludable influjo de los valores de la Ilustración. De este modo, los fundamentalistas, ya sean musulmanes o católicos, judíos o protestantes, han sembrado de odio e irracionalismo la vida cotidiana en muchos países. Pensemos en el terrorismo islamista, pero no olvidemos el conflicto del Ulster, las guerras en la ex Yugoslavia o las rivalidades en los territorios de la antigua Unión Soviética.

CÓMO DISCUTIR CON UN FUNDAMENTALISTA SIN PERDER LA RAZÓN

Hubert Schleichert

Traducción de Jesús Alborés

Siglo XXI. Madrid, 2004

204 páginas. 15,38 euros

Frente a este imparable crecimiento del fanatismo, cabría imponer la lógica de la razón. Este encomiable propósito ha guiado al profesor de filosofía austriaco Hubert Schleichert, que ha escrito un ingenioso libro que plantea múltiples recetas para combatir la intolerancia. Declarado admirador de Voltaire y de la Ilustración, Schleichert ha seguido las huellas de su maestro para reivindicar la vigencia del Siglo de las luces. Muchos instructivos ejemplos de debates entre tolerantes e intransigentes salpican este ensayo, que concluye con una elocuente declaración de principios. "Lo que combate el ilustrado", señala, "no son fenómenos que requerirían una sutil discusión de lo que es racional y lo que no. Para el ilustrado, razón quiere decir ante todo: nadie debe, en nombre de ninguna clase de religión, ideología o ideal, intimidar, atemorizar, escarnecer, perjudicar materialmente, privar de libertad, torturar o asesinar. Este principio es común a todas las grandes culturas de la humanidad. No merece la pena hablar con quien no lo suscriba sin reservas".

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