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La semilla de la 'yihad' en España

Desde que Abu Dahdah se hizo con la dirección del grupo, los policías que le vigilaban observaron que había extremado sus medidas de seguridad. Cambiaba de itinerario, conducía su nuevo Mercedes muy despacio y no dejaba de mirar por el retrovisor. Para colmo, se detenía en los lugares más insospechados para utilizar las cabinas de teléfono públicas. El teléfono fijo de su casa no paraba de sonar, pero cortaba y recriminaba a sus interlocutores cuando facilitaban alguna información sensible. Cuando era inevitable hablar, lo hacía con nombres en clave. Pronto comprendieron que a los pasaportes f...

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Desde que Abu Dahdah se hizo con la dirección del grupo, los policías que le vigilaban observaron que había extremado sus medidas de seguridad. Cambiaba de itinerario, conducía su nuevo Mercedes muy despacio y no dejaba de mirar por el retrovisor. Para colmo, se detenía en los lugares más insospechados para utilizar las cabinas de teléfono públicas. El teléfono fijo de su casa no paraba de sonar, pero cortaba y recriminaba a sus interlocutores cuando facilitaban alguna información sensible. Cuando era inevitable hablar, lo hacía con nombres en clave. Pronto comprendieron que a los pasaportes falsos los llamaba "cuadernos"; a los explosivos, "miel", y a la policía, "los comerciantes". "Estar enfermo" significaba estar vigilado por la policía, algo que ya presentían. "Romperse la cabeza, la pierna o tener deudas" era la clave para saber si se habían producido detenciones o quedaba alguien por arrestar. No obstante, los pinchazos telefónicos aportaban día a día un retrato cada vez más claro de la actividad del grupo.

Amer el Azizi, ex 'muyahidin' y presunto organizador del 11-M, es el traductor del libro 'La mujer en el islam', del imán de Fuengirola Mohamed Kamal, en el que se describe cómo golpear con una vara a las mujeres
Mohamed llamó a Abu Dahdah para pedirle miel. El jefe de la célula le dijo que no tenía. Cuando los 'muyahidin' hablan de miel suelen referirse a explosivos. ¿Preparaban algo?
En ocasiones, alguno de los agentes de base que trabajaban en el caso se preguntaron si aquella táctica de vigilancia neutra no era demasiado arriesgada. ¿Y si éstos hacen algo?

Aquel otoño de 1995, Abu Dahdah envió a varios muyahidin a un campo de adiestramiento terrorista en Zenica (Bosnia) y recibió llamadas de una tal Isa que le recriminaba la mala experiencia que había tenido con ellos; el sirio habló también con Abu al Hassan, jefe del grupo terrorista palestino Hezbolá Palestina, quien le animó a enviar gente porque tenían los medios para entrenar a cualquier combatiente "del país que sea". Un fax le anunció la creación de "un campamento para llevar a cabo auténtica instrucción militar, ya que ha llegado el momento de que los jóvenes estén preparados. Hay armas donde Abu al Asan" (...).

Setmarian, el fundador de la célula de Al Qaeda en España, dejó la revista Al Ansar y abandonó el Reino Unido. Los padres de Elena, su mujer española, habían comprobado en dos viajes a Londres que el matrimonio vivía confortablemente en un céntrico barrio de la ciudad. El niño iba a un buen colegio árabe y vestía de uniforme, Mustafá dirigía una revista cuyo nombre y contenidos desconocían y por las tardes el sirio se encerraba en el salón de su casa con el barbudo Abu Qutada y otros personajes en interminables reuniones. Charlas sólo interrumpidas por Elena cuando entraba a servir más té.

Pero Setmarian fue llamado por Bin Laden a desempeñar tareas más importantes. Se trasladó a Afganistán a dirigir un campo de entrenamiento terrorista de Al Qaeda para magrebíes, según señalan los informes policiales. Se marchó de Londres poco después de los atentados del GIA en el metro de París porque se sentía vigilado por la policía. Y lo hizo con su mujer, Elena Moreno, y sus hijos. El régimen talibán los acogió con los brazos abiertos y Setmarian intimó con el mulá Omar, el máximo responsable del régimen rigorista que protegía a Bin Laden. A los ojos de la policía todo indicaba que los hombres de Abu Dahdah ocupaban cada año puestos de mayor responsabilidad. El caso de Setmarian era un ejemplo. A los padres de Elena les dijeron que se instalaban en Pakistán porque tenían problemas legales en Londres. Desde entonces el matrimonio de Moratalaz desconoce dónde viven y cuál es su número de teléfono. Una foto de su hija con hiyab y varios de sus nietos en el mueble de su salón es lo único que tienen (...).

Una bomba

Todo el equipo de la Unidad de Asuntos Árabes e Islámicos, entonces unos cuarenta agentes en Madrid, estaba volcado en la investigación de Garzón. El juez autorizó la intervención de decenas de teléfonos. Las diligencias crecieron a velocidad de vértigo y el abanico de sospechosos se amplió cada día más. Todo, en el mayor de los secretos. Además, en aquellos años ningún medio de comunicación se interesaba por el terrorismo islamista, un fenómeno que se consideraba que no afectaba a España. Los inspectores jefes José Manuel Gil y Rafael Gómez Menor contabilizaron más de un centenar de sospechosos que estaban siendo directa o indirectamente objeto de sus pesquisas (...). En el plazo de tres años los agentes comprendieron que lo más complicado para vigilar esta red era que todos estaban conectados con todos; que sus conexiones internacionales y la información que les llegaba desde Alemania, Francia, Reino Unido e Italia componían un gigantesco puzzle de ex muyahidin repartidos por toda Europa. Una bomba de relojería cuyos componentes estaban diseminados por diversos países, pero que, si se unían, podía tener una potencia letal.

En ocasiones alguno de los agentes de base que trabajaban en el caso se preguntó si aquella táctica de vigilancia neutra no era demasiado arriesgada. ¿Y si éstos hacen algo? Las conversaciones de Abu Dahdah eran cada vez más inquietantes, tanto que a veces despertaban las sospechas e imaginación de sus perseguidores. En una llamada desde Londres, un tal Abu Wali le pidió que cogiera urgentemente un avión, ya que tenía que mandar una "mercancía de lana" a Madrid para los enemigos de Alá. Los agentes que leyeron la traducción de aquella cinta escribieron en su informe, dirigido al juez, que se referían a "algún tipo de arma". Poco antes, los policías informaron por escrito al magistrado que un tal Mohamad había llamado a Abu Dahdah para pedirle "miel". El jefe de la célula le contestó que no tenía, pero que un amigo la exportaba a Yemen y que era de romero. Los investigadores reflejaron en las diligencias que cuando los muyahidin hablan de miel "suelen referirse a explosivos". ¿Los Soldados de Alá gestionaban la compra de armas y explosivos? ¿Estaban preparando algo? La policía creyó que no, porque no los detuvo. Llevaban tres años escuchando frases en clave de Abu Dahdah... Pero la miel (...). La miel para los policías eran explosivos. A partir de entonces estuvieron más atentos.

A medida que los policías conocieron mejor a los numerosos personajes que aparecían y desaparecían en la trama sus informes fueron más precisos. De su lectura se apreciaba que aquel grupo detectado en 1994, cuando repartían propaganda radical islamista en la mezquita de Abu Baker, había crecido y madurado. Se había convertido en una importante célula de Al Qaeda activa y operativa en el corazón de Europa. En el mes de mayo de 1998, Darkazanli, el comerciante sirio afincado en Hamburgo, volvió a aparecer por Madrid. Se alojó en casa de Abu Dahdah y visitó a otros hermanos en Córdoba y Granada.

Hacia Afganistán

El control que la policía ejercía sobre la célula de Al Qaeda era total. Casi todos sus miembros estaban plenamente identificados y los investigadores tenían bastante claro el papel que jugaba cada uno de ellos. Siempre que enviaban a un nuevo muyahidin a los campos de entrenamiento terrorista de Afganistán, Abu Dahdah se ocupaba de cada detalle. Algunos soldados de Alá como el sirio Jasem Mahboule, del que luego supieron que guardaba en su casa notas manuscritas sobre la fabricación de explosivos, volvían tan entusiasmados de la experiencia que repetían. Jasem, casado con la española María del Carmen García, era uno de los más activos. Había estado en Bosnia y en Afganistán. En este último país permaneció cuatro meses en 1997 y su viaje sirvió a la policía para conocer todos los detalles de las rutas que estaban utilizando para llegar hasta Pakistán. Allí, el palestino Chej Salah, fundador de la célula española, los alojaba en residencias de estudiantes y los pasaba disfrazados de pastores pastunes por las montañas hasta el país que controlaba el régimen talibán. A su regreso informaban a Abu Dahdah de todos los detalles de su estancia. El 7 de octubre de 1998, Jasem Mahboule volvió a Afganistán y los agentes comprobaron que el jefe del grupo era otra vez el maestro de ceremonias. Lo recogió en su casa y le trasladó en su coche al aeropuerto de Madrid-Barajas...

¿Quién se podía imaginar que aquellos dos sirios con aspecto de buena gente eran el presunto jefe de una célula de Al Qaeda y un curtido muyahidin camino de Kandahar? ¿Quién sospecharía que aquel hombre abandonaba a su mujer y a sus tres hijos y los dejaba en la indigencia para irse a luchar? La situación económica de su familia era tan precaria que los agentes comprobaron cómo días después de la marcha de Mahboule su esposa fue recogida por sus padres porque no tenían nada que comer.

El 11 de diciembre, dos meses después, la escena entre estos dos personajes podría haberse vuelto a repetir en el aeropuerto madrileño; allí estaban de nuevo los sabuesos de la policía, pero Abu Dahdah no acudió a recibir a su hombre porque tenía a uno de sus hijos ingresado en urgencias. Al día siguiente, el combatiente y su jefe quedaron en la mezquita y se trasladaron hasta la casa de Abu Dahdah. La conversación duró varias horas y el dirigente del grupo se puso al día sobre la situación en Afganistán. El exaltado muyahidin había regresado tan pronto porque la Comunidad de Madrid adjudicó una vivienda gratuita al matrimonio y exigió que el padre de familia firmara las escrituras. El funcionario que le entregó la documentación creyó que estaba ayudando a una familia de inmigrantes en graves apuros. Y sin duda lo eran. Nadie, salvo la policía, sabía que la misma mano que utilizó Jasem para firmar la recepción de su casa unos días antes cargaba de balas un Kaláshnikov.

Un tipo especial

Jasem Mahboule no fue el único que repitió la experiencia en Afganistán. También lo hizo su íntimo amigo Amer el Azizi, el marroquí moreno de cara afilada que había estado en Bosnia... Azizi era un tipo especial, y, al igual que la mayoría, también estaba casado con una española. Tenía carisma entre los suyos y era de los más exaltados del grupo. Viajó a un campo terrorista en Afganistán y volvió fascinado. Allí le bautizaron como Othman Al Andalusi.

En aquellas largas y tediosas esperas, los policías del Área de Vigilancias de la Comisaría General de Información se fijaron también en otro personaje que llamó su atención: Sarhane Ben Abdelmajid, El Tunecino, un tipo delgado, cabizbajo y de ojos saltones. Comenzó a frecuentar el grupo y apareció en los vídeos que grababan los agentes en las inmediaciones de la mezquita de la M-30. Iba bien vestido. Por su aspecto parecía más bien un estudiante, distinto a Darra y a los otros miembros de la célula que vivían del trapicheo de ropa usada y del robo de tarjetas de crédito. Sarhane parecía diferente... Cuando los policías rastrearon su pasado, comprobaron que no estaban equivocados. El Tunecino estudiaba Económicas en la Universidad Autónoma de Madrid, y desde 1994 disfrutaba de una beca similar a la que tenía Parlin, el indonesio apasionado por la aeronáutica y el kárate... Sacaba buenas notas, era discreto, educado y estaba decidido a obtener el doctorado. Sus profesores y compañeros sólo notaron que era muy religioso, una característica que no ocultaba y que le hacía parecer más serio ante los demás... Entonces Sarhane no parecía, a los ojos de los agentes, un personaje principal de la trama. Y en realidad no lo era (...).

El barrio de Lavapiés era un territorio conocido para los policías que investigaban el terrorismo islamista. Las esperas y seguimientos de los 15 agentes adscritos al Área de Vigilancias fueron tan continuas en esa zona, en pleno corazón de Madrid, que los dueños de algunos pequeños comercios ya tenían identificados a varios de sus hombres... La presencia de los investigadores no era baladí. Abu Dahdah, Azizi, Zoughan y una larga lista de los Soldados de Alá frecuentaban el local La Alhambra y las tiendas de Chedadi. En alguna de sus panaderías y pastelerías, muchas regentadas por árabes, se comerciaba con pasaportes robados. Algunos de estos documentos iban a parar a manos de delincuentes comunes, pero otros acababan en el bolsillo de radicales islamistas. Pasaportes que se empleaban entonces para dar identidades falsas a algunos muyahidin que el grupo de Abu Dahdah enviaba a Afganistán. Cuando regresaban a Madrid, arrancaban las páginas en las que aparecían los sellos de entrada a Pakistán.

Los hombres de Abu Dahdah consiguieron en Lavapiés muchos de sus "cuadernos", nombre en clave que utilizaban para referirse a los pasaportes. La codificación y las claves que empleaban en sus conversaciones telefónicas sólo estaban en boca de los iniciados de Al Qaeda. Las "manzanas" eran granadas, "siete mares" significaba visado de entrada a la Unión Europea y tras la denominación de "zapatillas rojas" estaban los pasaportes rojos de la UE. La comunicación en clave era fundamental para el éxito. A estas contraseñas, los servicios de inteligencia norteamericanos las denominan "códigos-idiota" (...).

Retrato de familia

Cuando la policía cumplió sus primeros cinco años de investigación, el juez Garzón y los especialistas de la Unidad de Asuntos Árabes e Islámicos disponían de una radiografía bastante clara de quiénes eran los Soldados de Alá. Su director espiritual estaba en Londres, el fanático Abu Qutada; su jefe en España, Abu Dahdah, el sirio gordo, calvo y de ojos saltones al que descubrieron en 1995 repartiendo fotocopias en la mezquita de Abu Baker; Ghaleb, el presunto tesorero; Alouny, el hombre de las relaciones con la prensa; Chedadi, el recolector de dinero entre los comerciantes musulmanes de Lavapiés, y, tras ellos, el marroquí Amer el Azizi y una pléyade de ex muyahidin de varios países que parecían dispuestos a hacer la yihad en cualquier parte del mundo. Por encima de todos, desde Afganistán, Chej Salah, el palestino desgarbado fundador del grupo, y Setmarian, el amigo de Bin Laden, el tipo al que la policía vigiló cuando trasladaba sus muebles a Londres. Estos últimos dirigían esta célula que el magistrado calificó en sus escritos como "el tercer nivel" en la estructura de Al Qaeda. En el primer nivel estaba el terrorista saudí, y en el segundo, sus lugartenientes. El tercero lo ocupaban células como la española distribuidas por todo el mundo. Las componían "activistas no alineados", militantes que pasaron por los campos de entrenamiento terrorista "que pueden ser utilizados por Al Qaeda en cualquier momento". ¿Eran peligrosos? ¿Se atreverían a perpetrar un atentado en España? Los agentes y el juez creyeron que no. Siguieron con la táctica de limitarse a vigilar. Querían exprimir hasta la última gota informativa (...)

En el mes de junio una larga fila de coches oficiales precedida de una legión de escoltas se detuvo por la mañana frente el Centro Cultural Islámico de Madrid, un gigantesco edificio de mármol blanco sobre el que se levanta la mayor mezquita de Europa, un lugar en el que los fines de semana se reúnen a orar más de 3.000 musulmanes. Aquél era un día especial y señalado. Todos los embajadores árabes acreditados en la capital acudieron a la llamada del imán Moneir Mahmoud Alí el Messery, un egipcio de 45 años, para rezar la oración del muerto en recuerdo de Hafez el Asad, el presidente de Siria que acababa de fallecer en su país. Los fieles se arremolinaron en silencio entre las autoridades que subían a pie las escaleras que conducen hacia la mezquita y recibían el saludo de los responsables del Centro Islámico de Madrid. El protocolo se cumplió a rajatabla hasta que un joven moreno, de barba, bigote y cejas pobladas, pelo largo, cara alargada y cuerpo atlético, comenzó a gritar a los embajadores: "Para qué venís a hacer la oración del muerto a un incrédulo. ¡Iros de aquí!".

El incrédulo era Hafez el Asad, el presidente sirio que había perseguido sin tregua a los miles de ciudadanos de su país que militaban en los Hermanos Musulmanes, la organización radical de la que nacieron gran parte de los movimientos fundamentalistas. Muchos de ellos vivían ahora en España y estaban casados con españolas. Un buen reflejo estaba en los Soldados de Alá, la célula que dirigía Abu Dahdah, cuyos militantes eran hermanos musulmanes y no podían regresar a su país. Los temibles servicios secretos sirios los habían fichado de por vida. Sus familias estaban vigiladas. Algunos no podían asistir al entierro de sus padres y sufrían el dolor de la distancia. Por eso odiaban tanto al presidente Hafez el Asad (...).

El traductor

El imán Moneir y otros empleados del centro reconocieron enseguida al joven que insultó a los diplomáticos en medio de la multitud. No era sirio. Ninguno de los sirios que militaban en los Soldados de Alá se habría atrevido a insultar a su presidente en público. Casi todos sus familiares seguían viviendo en Damasco o en Alepo, las principales ciudades del país. Era Amer el Azizi, el marroquí que captaba muyahidin para el grupo de Abu Dahdah y que meses después sería detenido en Turquía y extraditado a Teherán. Azizi, que combatió en Bosnia y entrenó en los campos de Bin Laden en Afganistán, acudía todos los viernes a orar a la mezquita de la M-30. Pero, además, tenía una estrecha relación con el imán Moneir. Recibía de éste clases de recitación del Corán y él a cambio le traducía textos al español.

Su faceta de traductor está reflejada en un libro muy significativo: La mujer en el islam, de Mohamed Kamal Mostafa, el imán de Fuengirola condenado por incitar en ese texto a la violencia contra las mujeres. Las 120 páginas de ese libro, en el que se justifican los malos tratos a las esposas de los musulmanes y se dan instrucciones sobre cómo infligirles castigo sin dejar huellas, fueron traducidas por Amer el Azizi. "Los golpes se han de administrar a unas partes concretas del cuerpo, como los pies y las manos, debiendo utilizarse una vara (...) que ha de ser fina y ligera para que no deje cicatrices o hematomas", dice el texto. "Los golpes no han de ser fuertes y duros porque la finalidad es hacer sufrir psicológicamente y no humillar", recomienda la obra, editada por La Casa del Libro Árabe.

El día en que Azizi se enfrentó a la comitiva diplomática de "incrédulos", todos se fijaron en él, la mayoría le criticaron, pero nadie imaginó lo que se escondía en la mente de aquel hombre en apariencia insignificante. El odio que expresaron sus palabras iba a tener en el futuro unas consecuencias funestas para Madrid y para Europa.

Fieles en la mezquita madrileña de la M-30 rezan en memoria de las víctimas del 11-M.ULY MARTÍN
Imad Eddin Barakat, Abu Dahdah, el presunto jefe de la célula española de Al Qaeda, en una galería de tiro.

José María Irujo

El libro 'El agujero. España invadida por la yihad' (Aguilar), a la venta el día 26, retrata a este país como la principal base de Al Qaeda en Europa y describe los numerosos fallos que condujeron al 11-M. El autor, periodista de El PAÍS, relata la historia del grupo de islamistas que colaboraron en el 11-S, participaron en los atentados de Casablanca y protagonizaron la matanza de Atocha. Revela cuándo y por qué se organizaron los ataques y advierte de que la amenaza continúa.

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