Necrológica:

Antonio Artero, personalidad insólita del cine español

Nunca hubiese escogido Antonio Artero la fecha de un 20 de noviembre para morirse. Tuvo ya la desgracia de nacer en abril de 1936, en pleno espejismo de unos meses de una libertad tras la victoria de un Frente Popular, que iba a morir, de manera sangrienta, en su tierra natal, Zaragoza, bajo las pistolas falangistas, los tricornios de la Guardia Civil y los hisopos de un clero canalla, a partir del 18 de julio de aquel malhadado año.

De su infancia, bajo el signo del general Franco, conservó un recuerdo infantil imborrable: la madre encarcelada por roja y el apoyo solidario de una vecin...

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Nunca hubiese escogido Antonio Artero la fecha de un 20 de noviembre para morirse. Tuvo ya la desgracia de nacer en abril de 1936, en pleno espejismo de unos meses de una libertad tras la victoria de un Frente Popular, que iba a morir, de manera sangrienta, en su tierra natal, Zaragoza, bajo las pistolas falangistas, los tricornios de la Guardia Civil y los hisopos de un clero canalla, a partir del 18 de julio de aquel malhadado año.

De su infancia, bajo el signo del general Franco, conservó un recuerdo infantil imborrable: la madre encarcelada por roja y el apoyo solidario de una vecina para poder sobrevivir. Lúcido, incisivo y brillante, destacó pronto en los cenáculos intelectuales zaragozanos, y su afición inicial y profunda por el cine le empujó, a comienzos de los años sesenta, a Madrid. A comienzos de los sesenta, ingresó en la Escuela Oficial de Cine, que vivía sin saberlo sus años dorados, entre el viejo edificio de la calle de Montesquinza esquina a Génova, y la cafetería Bentaiga. En aquella EOC, un cocedero intelectual de críticos del régimen, Antonio Artero supo defender y plantear las posturas más radicales contra la estética posibilista y el entramado franquista de entonces, así como contra el modelo capitalista prevaleciente aún.

En el otoño de 1967, medio año antes del Mayo francés, Artero participó activamente en las primeras jornadas de cine de Sitges y en la creación de un movimiento maldito y siempre mal enterrado contra el sistema político-industrial del cine español y una estética de la dependencia y del posibilismo en aquellos años tardíos del franquismo que ya preanunciaban el futuro, y que el sitgismo relacionaba con el párrafo inicial del Manifiesto Comunista y su fantasma.

El lógico fracaso de aquel movimiento estético-político no impidió a Artero desarrollar una práctica cinematográfica rupturista, películas no rodadas y otras con títulos emblemáticos como Blanco sobre blanco, Del tres al once, Monegros, Olavide. Hay que añadir una película insólita en el panorama cinematográfico: Yo creo que... en la que se explicitaba la estructura misma del lenguaje fílmico: "Función expresiva conceptual, objeto formal, manufacturados tangibles, elaborados intangibles y manufacturados intangibles...".

Fuera de esas experiencias o de la insólita Pleito al sol, rodada en cheso, un cierto malditismo perseguiría a Artero incluso en su cine más formal. La excelente película infantil El tesoro del capitán Tornado fue calificada por la censura "para mayores" y destrozada y rehecha por la productora. La intrusión en el género histórico con ¡Trágala, perro!, en torno a la figura de sor Patrocinio, la monja de las llagas, en los asfixiantes años de Isabel II, pasó desapercibida. Algo semejante ocurriría con Carta de Huesca, una hermosa película en defensa de una identidad anarquista en estos tiempos sombríos. Nunca podremos ver su último proyecto cinematográfico en torno a la muerte de Bakunin, al que los funcionarios suizos calificaron en el expediente mortuorio de "propietario".

Perdedores siempre, en una fecha inapropiada, el cine español ha perdido a una de sus personalidades más insólitas y nosotros hemos perdido a un amigo.

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