Crítica:CANCIÓN

Ambiciosa

Reinterpretar a Edith Piaf, a Jacques Brel, a Lotte Lenya, acoger la herencia de los standarts americanos, defender la música europea que, aun perteneciendo a la tradición clásica, se presenta con visos socialmente rebeldes, recordarnos la influencia del jazz en la música culta e incluso (por ejemplo, en la canción arábico-judía de la segunda parte) entrar en el terreno de la música étnica, resulta, probablemente, demasiado ambicioso. Sobre todo si no se cuenta para ello con unas dotes vocales excepcionales, y se pretende añadir (además) la faceta de compositora a todo lo anterior. Ute...

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Reinterpretar a Edith Piaf, a Jacques Brel, a Lotte Lenya, acoger la herencia de los standarts americanos, defender la música europea que, aun perteneciendo a la tradición clásica, se presenta con visos socialmente rebeldes, recordarnos la influencia del jazz en la música culta e incluso (por ejemplo, en la canción arábico-judía de la segunda parte) entrar en el terreno de la música étnica, resulta, probablemente, demasiado ambicioso. Sobre todo si no se cuenta para ello con unas dotes vocales excepcionales, y se pretende añadir (además) la faceta de compositora a todo lo anterior. Ute Lemper ni siquiera se puso límites en la demarcación temporal del recital. Su propia canción en torno al levantamiento y destrucción del muro de Berlín prolongó el periodo de entreguerras hasta finales del siglo XX. Por otro lado, la vocalista alemana intentó compilar una especie de suites estableciendo nexos -una tarea más- entre las composiciones. De ahí su unión, en cada una de las partes , bajo los epígrafes de Poetas y provocadores y As worlds collide. Si a todo eso añadimos las exigencias que se requieren para no desentonar con ese acompañamiento de lujo que es la Orpheus Chamber Orchestra, y la necesidad -porque el repertorio interpretado lo pedía a gritos- de frasear como lo exige la música popular urbana, nos encontraremos con una barrera casi infranqueable. Y Ute Lemper no la franqueó, aunque en algunos momentos consiguiera sortearla, con ciertas dificultades: ahí estuvieron las tres canciones de Eisler, defendidas valientemente. En otros temas, sin embargo, desbarró por caminos extraños: como ejemplo podrían citarse dos de sus dos composiciones (Ghosts of Berlin y September Mourn), de un metraje excesivo y que nada nuevo aportan a la tradición del cabaret, la canción francesa o los grandes standarts.. Su acercamiento a Brel, Piaf, y Lenya quería ser renovador, pero permanecía en el intento. Porque, aunque no imposible, resulta muy difícil decir, hoy, un Ne me quittes pas mejor que el escuchado a Brel, o un Padam que se equipare al de Piaf.

Ute Lemper

Con la Orpheus Chamber Orchestra. Palau de la Música. Valencia, 11 de noviembre de 2004.

Naturalmente, quien sólo recuerde vagamente esas inmensas melodías, se asombrará gratamente al oírlas, sobre todo con un acompañamiento tan primoroso -en la ejecución siempre, en los arreglos a veces- como el de la Orpheus Chamber Orchestra. Escuchamos en el mismo escenario a esa formación, el año 94. Entre otros, estaban en el programa Haydn y Mozart. Y con ellos dejaron ya muy clara cuál es la marca del grupo: claridad, transparencia, fraseo, gracia. Una marca que lució también, esplendorosa, en todo el repertorio abordado el pasado jueves.

Sin la vocalista interpretaron la Suite de Edwin Schulhoff, uno de los músicos a los que el nazismo tildó de "degenerados" y que se reveló aquí, a pesar del abrasivo Prólogo, como autor de una delicadeza extraordinaria. Y, en la segunda parte, Saudades do Brazil, de Milhaud, también brillante y refinada, aunque con menos fuerza que la otra. De bis, con Ute Lemper, cómo no: Milord.

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