Crítica:FESTIVAL DE OTOÑO | Teatro

Sombra de la guerra

En el principio fue una película, y el guión de Danis Tranovic tuvo el Oscar en 2002. Ahora se convierte en teatro, en una obra de corta duración que aún estaría mejor en un acto más breve. Tiene esta representación en su contra un par de cosas graves: la película era excelente, y la reducción de posibilidades en el género teatral no la mejora. La otra: un decorado exento, con la chácena del teatro Español a la vista, se traga el sonido y por lo tanto las palabras hay que adivinarlas. Estoy hablando de la función de estreno, no sé qué correcciones habrá tenido; y aun en esa representación se p...

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En el principio fue una película, y el guión de Danis Tranovic tuvo el Oscar en 2002. Ahora se convierte en teatro, en una obra de corta duración que aún estaría mejor en un acto más breve. Tiene esta representación en su contra un par de cosas graves: la película era excelente, y la reducción de posibilidades en el género teatral no la mejora. La otra: un decorado exento, con la chácena del teatro Español a la vista, se traga el sonido y por lo tanto las palabras hay que adivinarlas. Estoy hablando de la función de estreno, no sé qué correcciones habrá tenido; y aun en esa representación se puede decir que la voz de los actores fue ganando poco a poco. No me parece culpa de ellos, todos acreditados, sino de ese error de escenario. Puede que en otras salas no pase.

Tierra de nadie

De Danis Tranovic, versión de Ernesto Caballero. Intérpretes: Adolfo Fernández, Roberto Enríquez, Ramón Ibarra, Ana Wagener, José Luis Torrijo, Alberto de Miguel. Director: Roberto Cerdá. Festival de Otoño. Teatro Español.

El tema es el de la guerra de la antigua Yugoslavia, en un espacio entre los dos frentes: en esa "tierra de nadie", un soldado espera, sentado sobre una mina, que un experto venga a desactivarla y le libre de la muerte; otros dos son de campos enemigos sin saber bien por qué. La crítica es en primer lugar a la guerra en sí; algo que parece compartir todo el mundo excepto a quienes la desatan. No se queda en ello: la aparición de un casco azul de la ONU y de su jefe no hace más que mostrar la inutilidad del organismo, y su inclinación hacia resultados preconcebidos; y la de una reportera de televisión, la de que la muerte se convierte en un espectáculo mediático sin más sentido. Es una intención sana, es inteligente, y Ernesto Caballero añade con su concentración y en este idioma la fuerza que tiene el original.

Tuvo mucho público y muy entusiasta: siempre pasa con el festival de Otoño y, en este caso, por la gran fama de la película. Y ese mucho público se entusiasmó, a juzgar por sus ovaciones finales, que premiaban también la cultura de la paz que incorpora. Fueron los actores los que dejaron de salir a saludar a escena cuando los espectadores aún insistían.

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