Crítica:PIANO

Alba Ventura, ensueño y gesto

En su nueva serie de jóvenes intérpretes, la Fundación Scherzo y sus patrocinadores (INAEM, EL PAÍS, Hazen) han presentado a la pianista catalana Alba Ventura (Barcelona, 1978) en un programa muy atractivo. Cuatro compositores altamente significativos del siglo XX como son Enrique Grandados (1867), Stravinski (1872), Manuel de Falla (1976) y Serguéi Prokófiev (1891) fueron abordados por Alba "con amore" y criterio personalísimo.

Pianismo difícil y, en casos, más que comprometido, para una artista que todavía no ha accedido a la treintena y que parece tocada por los diosecillos román...

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En su nueva serie de jóvenes intérpretes, la Fundación Scherzo y sus patrocinadores (INAEM, EL PAÍS, Hazen) han presentado a la pianista catalana Alba Ventura (Barcelona, 1978) en un programa muy atractivo. Cuatro compositores altamente significativos del siglo XX como son Enrique Grandados (1867), Stravinski (1872), Manuel de Falla (1976) y Serguéi Prokófiev (1891) fueron abordados por Alba "con amore" y criterio personalísimo.

Pianismo difícil y, en casos, más que comprometido, para una artista que todavía no ha accedido a la treintena y que parece tocada por los diosecillos románticos cultivado por Enrique Granados en las Escenas adjetivadas por una idea que es concepto: el sentimiento cualificativo del siglo XIX.

Los cuatro maestros fueron, a la vez, buenos pianistas, de modo que supieron expresar con propiedad y amplitud las demandas del gran piano de Liszt o Chopin y las estructuras y los guetos sustantivos del siglo XX. No en vano, Adolfo Salazar, en uno de sus mejores textos, proclamaba a su siglo, hijo -complaciente o polémico- de la centuria anterior.

Romanticismo

Quizá lo más conseguido de la tarde fuera precisamente el romanticismo retardado de Granados, mucho menos problemático en todos los aspectos que el "adiós a lo andaluz" de Manuel de Falla en la Fantasía baetica, canto e investigación de la Andalucía latina a pesar de que aparezca junto a ella una sustanciación, más que estilización, de la herencia jonda. A mi modo de ver, le falta tiempo a la gentil Ventura para desentrañar el misterio de este Falla magistral en la única obra de su tiempo digna de codearse con la Iberia de Albéniz.

En Prokófiev y su Romeo y Julieta (cuatro números de la versión pianística estrenada por el autor en Moscú en 1937) y en los Tres movimientos de Petruchka, dedicados a Rubinstein, como la Baetica de Falla, impera la intención, la fuerza y la estructura del gesto y el ritmo.

Alba Ventura defendió los geniales y peliagudos pentagramas y se defendió a sí misma con mayor tino que esplendor, más quedó clara, como virtud, una ambición grande que le vendrá muy bien en el curso de una carrera cuya meta no me permito vislumbrar después de una sola audición.

El público aplaudió todas las ejecuciones hasta dar lugar a la concesión de un par de "propinas". Bueno será seguir la evolución de Alba Ventura, quien gusta de practicar los géneros de cámara como hizo junto a los cuartetos Brodky y Takacs o "cantar" el lírico Falla de los Nocturnos con la Filarmónica de Londres.

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