Crítica:FLAMENCO

Cantando a la Pasión

La Pasión, según Lebrijano. Un relato no muy lineal de lo que ocurrió en un tiempo, con apuntes de otra índole, como autobiográficos (el tema que dedica a su padre Bernardo). Distintos episodios de la muerte de Jesús son contados, y cantados, por Juan Peña con suficiencia. Está imbuido de ellos, los siente y se inspira en lo que cuentan. Lo hace con convicción, que transmite sobradamente a lo que canta, y en consecuencia a la audiencia.

El arte de Lebrijano es directo, cortado por un patrón uniforme que es efectivo. Elige los palos de acuerdo con una dinámica sobria, en que el compás se...

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La Pasión, según Lebrijano. Un relato no muy lineal de lo que ocurrió en un tiempo, con apuntes de otra índole, como autobiográficos (el tema que dedica a su padre Bernardo). Distintos episodios de la muerte de Jesús son contados, y cantados, por Juan Peña con suficiencia. Está imbuido de ellos, los siente y se inspira en lo que cuentan. Lo hace con convicción, que transmite sobradamente a lo que canta, y en consecuencia a la audiencia.

El arte de Lebrijano es directo, cortado por un patrón uniforme que es efectivo. Elige los palos de acuerdo con una dinámica sobria, en que el compás se enseñorea de la frase y gobierna con holgura. Ahí él manda, a un grupo con voces femeninas y amplio espectro de instrumentos. A veces se forma un pequeño guirigay, pero generalmente la armonía se impone y los resultados son aceptables.

Lágrimas de cera

Juan Peña El Lebrijano, con Pedro María Peña y Michel Laccarino (toque), Alexis Lefreve y Faical Kourrich (violines), Nacho Gil (saxo, clarinete turco, lera y midi). XIII Bienal de Flamenco. Teatro Maestranza, Sevilla, 26 de septiembre.

La obra es densa. Al ser monotemática, los motivos coinciden en muchos casos, con lo que puede pesar en algunos momentos. Los esfuerzos de Lebrijano por sacarla de esos instantes no siempre son útiles y el ambiente decae ligeramente. Para recuperarse rápidamente en una nueva exaltación. Así llega a un final en que todo parece poco para enaltecer a la figura de Jesús y todo lo que significa.

Los lebrijanistas lo pasan en grande. Oyen a su ídolo, en un papel protagonista que no cede absolutamente nada a nadie. Juan El Lebrijano es él por derecho propio, en el ámbito de una carrera que quizás ha comenzado a declinar ya, aunque él sabe muy bien dónde poner el acento y dónde pasar como de puntillas.

Fue aclamado hasta que la gente se quedó sin manos, y repitió dos temas para corresponder a tanto entusiasmo. Le decían que era el número uno, el mejor, el único. Desde luego, así será si así se lo dicen, aunque a mí personalmente me queden mis dudas. Pero en esto de los mejores o los peores todo es tremendamente relativo.

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