FÓRUM DE BARCELONA | Recinto y actividades

La desesperante espera para comer

La oferta de alimentación se revela deficiente para absorber afluencias de público como las del último fin de semana

Los visitantes del Fórum entienden que los aforos de las exposiciones y los espectáculos son limitados y aguantan estoicamente las colas. Ayer la afluencia volvió a ser masiva -aunque no se alcanzó el récord del sábado, 75.000 visitantes-, y los tiempos de espera, otra vez largos. Lo que no se explica nadie son los exasperantes tiempos de espera en los chiringuitos, a los que se suma un servicio insuficiente y que deja mucho que desear. Comer ha requerido buenas dosis de paciencia durante todo el evento. Pero ahora, con el recinto lleno y pese a que se han reforzado las plantillas de algunos p...

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Los visitantes del Fórum entienden que los aforos de las exposiciones y los espectáculos son limitados y aguantan estoicamente las colas. Ayer la afluencia volvió a ser masiva -aunque no se alcanzó el récord del sábado, 75.000 visitantes-, y los tiempos de espera, otra vez largos. Lo que no se explica nadie son los exasperantes tiempos de espera en los chiringuitos, a los que se suma un servicio insuficiente y que deja mucho que desear. Comer ha requerido buenas dosis de paciencia durante todo el evento. Pero ahora, con el recinto lleno y pese a que se han reforzado las plantillas de algunos puestos, según aseguran los propios empleados, las esperas alcanzan lo increíble.

El sistema es el de cualquier fast food: se guarda cola, se pide, se paga, y la comida, ya cocinada, se retira en una bandeja. Esto, en el Fórum puede llevar 10 minutos. Más la espera en la cola. Si el visitante tiene a 44 personas delante, como ocurría este fin de semana, maldecirá la hora en que le dio pereza no prepararse el bocadillo en casa.

Pero la cosa no acaba ahí. Puede ocurrir que cuando uno llegue se estropeen las cajas -las que funcionan, porque casi la mitad están cerradas- y el empleado tenga que marcar el pedido en una y utilizar la pantalla de la otra. O que, increíblemente, no haya abridores para los botellines de cerveza. Los abrirá una camarera a golpe limpio, contra el mostrador, como si estuviera de botellón. Sin embargo, lo peor de todo llega por la noche, cuando a partir de cierta hora comienzan a agotarse las existencias. "No hay paella", rezaban anoche algunos carteles. A este cúmulo de despropósitos se suma la impresión generalizada de que la comida es mala y cara. "Pensaba que comería étnico, pero todos los arroces saben igual", se quejaba ayer una visitante.

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