Ciencia recreativa

El misterio del ciempiés

Tomemos un sabueso de la brigada informática, digamos el detective Pérez-Cables, y enfrentémosle a uno de los más escurridizos ciberpiratas de la historia reciente, el temible Ciempiés, un diseñador de virus y gusanos al que no hay forma de echar el guante. Pérez-Cables sabe que el Ciempiés lanza sus ataques informáticos desde muchos ordenadores a la vez, como si tuviera muchos cómplices. Pero no hay tales cómplices. Los componentes de la banda varían erráticamente entre un delito y el siguiente. El ataque más ligero partió de 15 ordenadores del norte peninsular, y el más pesado salió de 527 c...

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Tomemos un sabueso de la brigada informática, digamos el detective Pérez-Cables, y enfrentémosle a uno de los más escurridizos ciberpiratas de la historia reciente, el temible Ciempiés, un diseñador de virus y gusanos al que no hay forma de echar el guante. Pérez-Cables sabe que el Ciempiés lanza sus ataques informáticos desde muchos ordenadores a la vez, como si tuviera muchos cómplices. Pero no hay tales cómplices. Los componentes de la banda varían erráticamente entre un delito y el siguiente. El ataque más ligero partió de 15 ordenadores del norte peninsular, y el más pesado salió de 527 computadoras distribuidas por toda Europa. El número exacto podía ser cualquiera, salvo por un detalle: siempre era impar. ¿Cuál era el método en la locura del Ciempiés? Pérez-Cables puso los pies sobre su escritorio y encendió otro Kaiser light. Estaba en apuros. Su móvil cantó Parque Jurásico. Lo que faltaba. Cogió el móvil y dijo:

-El doctor Livingstone, supongo.

-Si los muertos hablaran tendrían tu tono de voz -opinó el doctor Livingstone-. Anímate, Cables, que tengo algo que te puede interesar. ¿Comemos juntos?

-Sí, por lo menos sacaré en claro un par de huevos fritos.

-¿Sabes cuántas especies hay de ciempiés? -preguntó Livingstone con los huevos aún crepitando en la mesa.

-Qué horror -respondió Pérez-Cables con toda sinceridad, y en más de un sentido.

-Hay 3.000. Pero los más interesantes son los geofilomorfos, o ciempiés del suelo. Son cautos y sinuosos, excavan agujeros para esconderse y llegan a medir 30 centímetros. Sus mordeduras son muy feas.

-Eres adorable.

-Lo más curioso es que cada especie tiene el número de segmentos que le da la gana. Hay especies con 15 segmentos, o sea, con 30 patas, y especies con 191 segmentos, que, por tanto, tienen 382 patas. En una sola especie, Strigamia maritima, hay individuos con 53 segmentos y otros que sólo tienen 45. Es como si los ciempiés evolucionaran de manera caótica, pero hay una norma inviolable: el número de segmentos es siempre impar. 15, 45, 53, 191, el que sea, pero siempre impar.

Pérez-Cables llevaba un buen rato con la boca abierta, y sólo ahora logró pronunciar:

-Pero ¿qué quiere decir todo esto?

-Quiere decir que los ciempiés no existen. Nunca hay 50 segmentos, y, por tanto, nunca hay ciempiés. Puede haber cientodospiés y noventayochopiés, pero nunca ciempiés.

-No, no, yo me refiero a esos números: 15, 45, 53, 191. Son como el número de focos en los ataques informáticos del Ciempiés. Y también son siempre impares. ¿Qué quiere decir?

-Que tu ciberpirata es el dueño de una agencia matrimonial, probablemente.

-¿Cómo?

Pérez-Cables ya no podía abrir más la boca. Hubiera metido la perilla en el huevo frito.

-Los embriones de los ciempiés generan siempre segmentos dobles. Sólo más tarde cada segmento doble se divide en dos. Tu ciberpirata infecta primero a las parejas que se han conocido a través de su agencia matrimonial. Cada ordenador ataca luego.

-Eso daría un número par de segmentos, o de ordenadores atacantes.

-La manera de formular una regla siempre impar es formular una regla siempre par y sumarle uno. El segmento más importante de los ciempiés es el que, además de un par de patas, aloja las mandíbulas venenosas, y ése es el único que siempre se genera solo, sin pareja. Tu Ciempiés usa siempre parejas de la agencia, con una excepción: él mismo. El ciberpirata es el único que está solo en todas las listas.

Pérez-Cables salió pitando. Ni había probado los huevos.

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