Necrológica:

A Manolo Marinero, guionista y crítico de cine

Querido Manolo:

Dos días antes de tu muerte, al despedirnos de noche a la puerta de tu casa, quizá asaltado por los negros pensamientos que durante tantos años han intentado en vano apagar la luz de tu inteligencia y la nobleza de tu espíritu, me dijiste: "Avisa a la escuadrilla". Yo te contesté: "La escuadrilla Lafayette está siempre lista para despegar, Manolo. Pero ya sabes que nunca lo haremos sin ti".

Esa tarde habíamos estado los dos viendo a Pablo del Amo. Fue tuya la idea. Acaso no querías que te sucediera lo mismo que en nuestra cita anterior, el pasado 6 de julio, cuand...

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Querido Manolo:

Dos días antes de tu muerte, al despedirnos de noche a la puerta de tu casa, quizá asaltado por los negros pensamientos que durante tantos años han intentado en vano apagar la luz de tu inteligencia y la nobleza de tu espíritu, me dijiste: "Avisa a la escuadrilla". Yo te contesté: "La escuadrilla Lafayette está siempre lista para despegar, Manolo. Pero ya sabes que nunca lo haremos sin ti".

Esa tarde habíamos estado los dos viendo a Pablo del Amo. Fue tuya la idea. Acaso no querías que te sucediera lo mismo que en nuestra cita anterior, el pasado 6 de julio, cuando teníamos pensado visitar en el hospital a nuestro amigo Ángel, y no pudo ser...

¿Qué pasó por ti en esas últimas 48 horas para que decidieras volar en solitario? Alguien dirá que, lo que fuera, estaba escrito en el libro de cuentas de tu destino. Ese destino contra el que siempre te rebelaste desde la hidalguía que presidió tu divisa. Quizá por eso mismo te gustaron de manera muy especial las películas que hablaban de la vida no como es, sino como debería ser. O lo que es igual, las películas de un tiempo ya lejano, cuando en el horizonte de nuestra generación -aquella que ha representado como ninguna otra el amor al cine- brillaba aún el ilusorio sol del futuro. De todos nosotros, tú has sido, desde tu inocencia esencial -siempre jugaste seriamente, como hacen los niños-, quien más y mejor ha encarnado ese amor.

Por ello, me gustaría dejar aquí -el tiempo cifrado de la actualidad apremia- unas pocas palabras verdaderas. Y esas son las tuyas, las que escribiste -nadie lo hizo como tú- sobre El sabor de las cerezas, de Abbas Kiarostami:

"Si la soledad es, tal vez, el componente más terrible del suicidio, el protagonista (siempre en un terreno hosco, inhóspito) no pide demasiado, pide un cuartillo de generosidad, pide un poco de participación para sentirse menos solo antes de la muerte, si se sabe algo acompañado después de ella; pide que le permitan emitir a él también la voz de autoaliento, de llamada al coraje del soldado, plural por naturaleza. Pide un gesto ajeno con que mitigar lo solitario de la ejecución de su voluntad. Lo pide con perseverancia y serenidad".

Tenías un talento genuino para nombrar y defender públicamente los grandes sueños, pero también para reconocer en la intimidad otros mucho más humildes, y quién sabe si a la postre más valiosos. Por ejemplo, el que oí de tus labios una noche, el bar a punto de cerrar:

"Cuando me muera, quiero que me pongan en una postura que me permita seguir soñando. Quiero morir como mi abuela, en la cama, y que al despertar los otros me descubran con una sonrisa en los labios."

Los fantasmas cotidianos, esos que acechan detrás del velo de la Realidad, te han robado ese deseo. Pero no han logrado, ni lograrán jamás, borrar de la memoria de aquellos que tuvimos el privilegio de ser tus amigos tu sonrisa pícara -la que tan bien sabías esconder en las fotografías- ni el aliento de tu inmenso corazón.

Víctor.

Manolo Marinero.VÍCTOR ERICE

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