Los Proms convierten Londres en la capital mundial de la música a precios populares

Las mejores orquestas del mundo actuarán en 82 conciertos hasta el 11 de septiembre

Con un concierto de la Sinfónica de la BBC dirigida por su titular, Leonard Slatkin, empezaba ayer la edición 110ª de los Proms. Durante dos meses, todas las tardes y unas cuantas noches, los alrededores del Royal Albert Hall londinense serán un hervidero. Taxis que dejan gente a la puerta, coches que intentan aparcar en los alrededores, grupos que meriendan en Hyde Park bajo la mirada del príncipe Alberto encaramado en su horrible estatua, reventas y, sobre todo, en la parte de atrás del edificio, dos largas colas que conducen a los prommers hasta sus taquillas.

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Con un concierto de la Sinfónica de la BBC dirigida por su titular, Leonard Slatkin, empezaba ayer la edición 110ª de los Proms. Durante dos meses, todas las tardes y unas cuantas noches, los alrededores del Royal Albert Hall londinense serán un hervidero. Taxis que dejan gente a la puerta, coches que intentan aparcar en los alrededores, grupos que meriendan en Hyde Park bajo la mirada del príncipe Alberto encaramado en su horrible estatua, reventas y, sobre todo, en la parte de atrás del edificio, dos largas colas que conducen a los prommers hasta sus taquillas.

Los prommers son la salsa de los Proms, los conciertos más democráticos del mundo, los que organiza la BBC desde 1942 pero que fueron fundados mucho antes, en 1895, por sir Henry Wood, un director que se hizo más famoso por su idea que por sus cualidades al frente de las orquestas, que no eran pocas. Los prommers hacen cola durante horas para ocupar los lugares más baratos de la sala. Los lugares, que no los asientos, pues deberán permanecer de pie -o sentados en el suelo- durante todo el concierto. Por cuatro libras esterlinas tendrán derecho a instalarse en la Arena -el equivalente al patio de butacas pero sin butacas- o la Galería -en las lejanísimas alturas-, eso sí, con derecho a casi todo: gritar, cantar, tomar el té, hacer colectas para los músicos sin posibles y, si hay sitio -en los días grandes se les estruja casi como a los viajeros del metro de Tokio-, hasta tumbarse a la bartola mientras las mejores orquestas del mundo, una vez salidas de su asombro, se ponen a tocar. Ellos también son el espectáculo y lo saben.

Pero lo que hace de los Proms una experiencia tan peculiar es su última noche (The Last Night), ésa con la que sueñan los prommers durante doce meses y que este año será el 11 de septiembre. En la última noche todo se desborda aún más. Banderas, confetis, matasuegras y bocinas son unos instrumentos más de la orquesta para desesperación de un director que sabe que, sin ellos, nada sería lo mismo. Muchos prommers sacan el esmoquin del baúl, la Arena huele a alcanfor y la sala aparece espontáneamente decorada con banderas y pancartas. Y es que la última noche es también, todo hay que decirlo, un acto de afirmación patriótica en el que a la música de repertorio y a algún estreno se suman cada año Jerusalem, Rule Britannia y el Dios salve a la reina, muestras conspicuas de la Albión más clásica. Escuchar las voces de los asistentes sumándose a las de los coros actuantes provoca, en quien no haya superado los traumas nacionales, una extraña emoción parecida a la de esos españoles que en los partidos de la Eurocopa inventaron una letra a un himno que no lo tiene, ésa que empezaba con una frase memorable: la-la, la-la.

Londres, en verano, es, por encima de todo, los Proms. Gentes que no acuden a un concierto en todo el año se dan cita en Kensington Gore para asistir a sus programas. Y la verdad es que casi todos se llenan, y si hay estrenos de compositores ingleses, más todavía. No es un público, todo hay que decirlo, especialmente entendido pero sí es un público popular, predispuesto a disfrutar y que agradece a las grandes orquestas su visita. Para muchos de ellos ir al gigantesco Albert Hall -4.500 localidades-, antes o después de las vacaciones en Provenza o en el Levante español, es su acontecimiento social del verano. También se puede disfrutar de los Proms sin estar en ellos. La serie Proms in the park permite ver en pantalla gigante, aunque el tiempo lo impida -si hay un pueblo que no teme a la lluvia ésos son los británicos-, algunos de los conciertos de la serie. Y para los que no estén dispuestos a moverse de casa siempre está Internet, las retransmisiones radiofónicas diarias en el Reino Unido mientras, en España, Radio Clásica ofrece unos cuantos a lo largo del verano, incluida, claro está, la última noche.

Este año, además de las orquestas de la BBC que, como organizadora, se lleva la parte del león, se dejarán ver por el Albert Hall la de la Radio de Baviera con Mariss Jansons, la Filarmónica de Berlín con Simon Rattle, la Staatskapelle de Dresde con Bernard Haitink o la Filarmónica Checa con Charles Mackerras. Y, como siempre, habrá estrenos. Seis obras nuevas se escucharán esta temporada, entre ellas una de uno de los compositores de moda: Mark Anthony Turnage. No se molesten en buscar un nombre español en el programa. No lo hay. Ni compositores, ni orquestas, ni directores, ni solistas. No somos nadie.

El organista Martin Neary, en el Royal Albert Hall de Londres, el jueves, en la First Night de los Proms. / ASSOCIATED PRESS
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