CANCIÓN / Miguel Bosé

Ha pasado un ángel

Galante, seductor, con una sonrisa que le ilumina la cara como a muy pocos artistas, con ganas de agradar, enfundado en un chaqué levita negro que le achaparraba la figura y con la Orquesta y Coros de la Comunidad de Madrid, se presentaba anoche Miguel Bosé dispuesto a dejarse la piel para desgranar las canciones de su reciente disco, Por vos muero, con el que ha escalado las listas de ventas en los últimos meses.

Ganas muchas, pero reconociendo desde el principio que no sabía "qué podía pasar a lo largo de la noche", pues el espectáculo que un día soñó junto a una orquesta a...

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Galante, seductor, con una sonrisa que le ilumina la cara como a muy pocos artistas, con ganas de agradar, enfundado en un chaqué levita negro que le achaparraba la figura y con la Orquesta y Coros de la Comunidad de Madrid, se presentaba anoche Miguel Bosé dispuesto a dejarse la piel para desgranar las canciones de su reciente disco, Por vos muero, con el que ha escalado las listas de ventas en los últimos meses.

Ganas muchas, pero reconociendo desde el principio que no sabía "qué podía pasar a lo largo de la noche", pues el espectáculo que un día soñó junto a una orquesta así era más bien "una demencia, y no un concierto", que no pensaba repetir "por problemas de salud mental". Se agradece que los artistas consagrados se atrevan con empresas del calibre de juntar a casi un centenar de virtuosos maestros de sus instrumentos o de educada voz, y desde su rigor y academicismo, llevarles al pop más convencional: las canciones se expanden, Bosé parece otra cosa y los maestros, sobre todo la masa coral, muestran cara de estar divirtiéndose realmente.

Arranca Miguel con todo un clásico, La mer (El mar), aún con gafas oscuras pues el sol no se ha ocultado. Camina tieso por el escenario, con esos ademanes de torero que nunca ha ocultado. Anuncia que va a contar historias, en las que a veces ejercería de narrador y otras de personaje. Hay dramatismo en su puesta en escena, con un continuo ir y venir de una mesa y silla blanca que Bosé utiliza como atrezzo para ratificar sus argumentos. Sobre ellas se encarama o sienta a su dos damas que le hacen los coros. Quizá peca Bosé de cierta afectación. Siempre ha sido así: le gusta sobreactuar para hacer valer su educación como actor de papeles importantes en el cine español e italiano.

Pierde la mirada en el espacio al dramatizar sus historias, que van de madres reales que dejan a sus hijas al entrar en la cárcel (Amiga, gracias por venir), de balseros y personas que anhelan la libertad (El muro), de tristes yonquis -impresiona verle tirado en el suelo con la cabeza apoyada en la silla como si se le fuera la vida en plena sobredosis- (Ilusionista) o de mujeres perversas (Mentira Salomé). Domina mejor el susurro que el canto, y se entretiene entre canciones con el eterno enfrentamiento entre hombres y mujeres, recurriendo a los mismos lugares comunes que cualquier humorista del Club de la comedia.

En su levedad, Miguel Bosé es como un ángel, acaso también influenciado por la personalidad de su madre, que ha dedicado a ellos sus últimos años. Porque no es sino de ángel el aleteo de los brazos de Bosé al interpretar la brutal canción que Luis Eduardo Aute compuso para explicar la náusea que le daban todos los políticos y personajes próximos al poder, La belleza. Lo hace, además, subido en la mesa para darle mayor efecto, y con la orquesta en plenitud de majestuosidad.

Con un chaqué de cola de tres metros de terciopelo rojo Bosé afronta la tanda de bises donde caen clásicos de su repertorio como Sevilla, Te amaré o Linda. Desapareció del escenario y el público, que no había parado de jalearle y piropearle durante todo el concierto, se marchó en silencio: había pasado un ángel.

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