ANÁLISIS | NACIONAL

El éxito llama al éxito

LOS SOCIALISTAS CELEBRAN este fin de semana su 36º Congreso en el clima de euforia creado por los resultados electorales del 14-M. Los aficionados a la historia virtual tal vez fabulen relatos alternativos del pasado capaces de proyectar una luz de ficción diferente sobre la asamblea del PSOE. Una derrota decorosa de los socialistas habría garantizado seguramente la continuidad de la actual dirección, pero reducido también su margen de autonomía. De haber revalidado el PP la mayoría absoluta o rozado al menos el tope de los 176 diputados, los líderes del PSOE elegidos por el 35º Congreso habrí...

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LOS SOCIALISTAS CELEBRAN este fin de semana su 36º Congreso en el clima de euforia creado por los resultados electorales del 14-M. Los aficionados a la historia virtual tal vez fabulen relatos alternativos del pasado capaces de proyectar una luz de ficción diferente sobre la asamblea del PSOE. Una derrota decorosa de los socialistas habría garantizado seguramente la continuidad de la actual dirección, pero reducido también su margen de autonomía. De haber revalidado el PP la mayoría absoluta o rozado al menos el tope de los 176 diputados, los líderes del PSOE elegidos por el 35º Congreso habrían recibido probablemente una buena tunda de críticas y reticencias. Y si la candidatura de Zapatero hubiese quedado por debajo de la lista de Almunia el año 2000, la crisis habría sido apocalíptica.

La victoria del 14-M, que devuelve a los socialistas su condición de partido de Gobierno tras ocho años de oposición, asegura a Zapatero una reforzada autoridad como secretario general del PSOE

Pero la historia real no se presta a modificaciones retrospectivas y Zapatero afronta victoriosamente el Congreso tras conducir al PSOE hasta el poder a lo largo de cuatro años de oposición a un Gobierno que patrimonializó sectariamente las instituciones del Estado y utilizó sus recursos -presupuestarios, administrativos, televisivos y judiciales- en beneficio partidista. La inteligente estrategia de rehuir las continuas provocaciones tendidas por Aznar y sus ministros al líder socialista - acusado de ser antipatriota, enemigo de la unidad de España, compañero de viaje de Sadam Husein y traidor a la Constitución-fue vista con cierto recelo por la vieja guardia socialista, convaleciente todavía de las heridas causadas por los despiadados ataques del PP durante el último mandato de Felipe González.

Los aficionados al fútbol suelen discutir si el factor decisivo del resultado de un partido es el buen juego del ganador o los fallos del derrotado; las elecciones del 14-M también se prestan a ese debate. En cualquier caso, es evidente que PSOE no hubiese podido aprovechar la ventana de oportunidad abierta por los graves errores, las burdas mentiras y las desleales intoxicaciones perpetradas por el Gobierno de Aznar durante su segundo mandato (desde el naufragio del Prestige hasta la catástrofe aérea del Yak-42, pasando por la participación española en la guerra de Irak) si no hubiese logrado movilizar al abstencionismo juvenil y de izquierda, mantener la lealtad de su electorado tradicional y construir el cesto de moderación y fidelidad adecuado para que los centristas desengañados con el PP pudieran depositar sus votos.

Si la dirección del PSOE elegida por el 35º Congreso consiguió durante los últimos cuatro años restablecer las relaciones de confianza con la sociedad española, gravemente deterioradas por el desgaste de una larga etapa de poder y por los escándalos judiciales de corrupción y guerra sucia, no menos eficaz fué a la hora de pacificar y cohesionar a un partido escindido confusamente según líneas divisorias superpuestas de rivalidades personalistas, experiencias generacionales, tendencias ideológicas y tribus territoriales. Los desmoralizados socialistas se vieron obligados en julio de 2000 a celebrar por vez primera desde la muerte de Franco un congreso competitivo, abierto a cuatro candidaturas rivales entre sí y de resultado incierto.

Aunque José Bono contaba con el respaldo mayoritario de la Ejecutiva elegida por el 34º Congreso y Matilde Fernández representaba a la poderosa corriente guerrista, Zapatero conquistó la secretaría general con una mayoría relativa del 41,69% de los votos: sólo sacó nueve papeletas de ventaja (414 frente a 409) a su principal rival, el entonces presidente de Castilla-La Mancha y actual ministro de Defensa. La Ejecutiva elegida a renglón seguido estaba formada en su mayoría -con excepción del presidente Chaves- por jóvenes militantes poco conocidos. Tampoco resultó fácil para Zapatero hacerse con las riendas del grupo parlamentario socialista, integrado por diputados y senadores seleccionados por la anterior Ejecutiva. Pero el éxito electoral llama al éxito dentro del partido: Zapatero no sólo revalidará sus galones de secretario general en el 36º Congreso sino que dispondrá además de una reforzada autoridad en los órganos de dirección del PSOE.

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