Reportaje:Eurocopa 2004 | Una amenaza para Holanda

El extremo resucitado

Jugando su tercera Eurocopa y con 32 años, Poborsky sigue siendo una referencia en la República Checa

El particular minuto de gloria de Karel Poborsky es todo un icono de la historia moderna de la Eurocopa. Se jugaba la de 1996. En el estadio Villa Park de Birmingham, Portugal y la República Checa medían sus fuerzas en los cuartos de final. A los 7 minutos de la segunda parte, Poborsky estaba escorado a la izquierda (su perfil menos natural), a 15 metros del área, y rodeado por cuatro volantes lusos que se le echaron encima en cuanto recibió el balón. Maniobró para meterse en un torbellino de piernas que superó con determinación y algo de fortuna en forma de rebote favorable. Ya estaba entrand...

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El particular minuto de gloria de Karel Poborsky es todo un icono de la historia moderna de la Eurocopa. Se jugaba la de 1996. En el estadio Villa Park de Birmingham, Portugal y la República Checa medían sus fuerzas en los cuartos de final. A los 7 minutos de la segunda parte, Poborsky estaba escorado a la izquierda (su perfil menos natural), a 15 metros del área, y rodeado por cuatro volantes lusos que se le echaron encima en cuanto recibió el balón. Maniobró para meterse en un torbellino de piernas que superó con determinación y algo de fortuna en forma de rebote favorable. Ya estaba entrando en el área y otro defensa le salía al paso. Poborsky levantó una ceja y tomó una decisión atrevida al divisar sobre la frontal del área chica la figura del portero Vitor Bahía, que según dijo luego, esperaba un disparo rasante. Pero la puntera del pie derecho de Poborsky impulsó el balón con suavidad para que trazara una soberbia y lenta vaselina que acabó en la red.

En su país ha recuperado la tranquilidad perdida tras años de exilio y su negativo periplo por Italia
En la Eurocopa 96 vivió su particular minuto de gloria gracias al golazo que le marcó a Portugal

La República Checa ganó aquel partido (llegaría hasta la final que perdió con Alemania) con aquella cuchara que subrayará para siempre el currículum del extremo checo. Ahora, visto el excelente rendimiento que tuvo ante Letonia en la presente Eurocopa, que incluyó una magnífica asistencia de gol a Baros y muchos desbordes por la banda derecha, parece rememorar aquella gloriosa tarde de Birmingham y vivir una segunda juventud. Poborsky (Trebon, 1972) se crió futbolísticamente en el instituto deportivo Ceske Budejovice, al sur de Bohemia, hasta que fichó por el Viktoria Zizkov, un modesto equipo de la capital checa desde el que saltó al Slavia de Praga en el verano de 1995. Un año después veía cómo su carrera tomaba nuevos rumbos, tras ganar la Liga con el Slavia y anotar el mejor gol de la Eurocopa 96, aquél frente a Portugal.

El Manchester United pagó cinco millones de euros por su fichaje en 1996, pero Poborsky, pese a ganar la Liga inglesa, no triunfó en la temporada y media que vivió en Old Trafford. Tenía que competir por el puesto de centrocampista diestro con una figura emergente llamada David Beckham, un nuevo ídolo, y Alex Ferguson, técnico del United, no dudó en apostar por el chico inglés, marginando a Poborsky, que acabó jugando cada vez menos: "En un partido con varios centrocampistas lesionados, Ferguson optó por dejarme sentado en el banquillo y prefirió hacer debutar a un juvenil", recuerda el checo.

El conjunto inglés le mostraba así la puerta de salida, y Poborsky la cruzó para fichar por el Benfica, que pagó por él tres millones de euros en enero del 98. Le fueron bien las cosas en Portugal, donde se ganó el apodo de El Huracán con su capacidad para desbordar y asistir por la banda derecha, gracias a lo cual fue considerado el mejor jugador de la Liga lusa en 2000.

Jugó la Eurocopa de ese año y Sven Goran Eriksson, que entrenaba al Lazio y permanecía atento al fútbol portugués desde sus tiempos de técnico del Benfica, se acordó de Poborsky. En enero de 2001 el Lazio pagó por el jugador checo, que quedaba libre en junio, un millón de euros. Pero Eriksson acababa de ser cesado por sus flirteos para entrenar a Inglaterra. Poborsky juega esa media temporada de titular junto a Nedved en un Lazio muy espeso dirigido por Dino Zoff, y la campaña siguiente con un técnico que cuenta mucho menos con él, como Zaccheroni. Italia no parece ser el ecosistema adecuado para un buen extremo y Poborsky se despide del calcio el 5 de mayo de 2002 en un panorama esquizofrénico: en el estadio Olímpico de Roma se juega el Lazio-Inter en la última jornada de Liga. Si ganaban los de Cúper, el Inter era campeón. Los tifossi del Lazio preferían esa opción antes de facilitarle el camino al scudetto a su eterno rival, el Roma, también con opciones. La hinchada local silba a su equipo, por su pésima temporada (acabó sexto) y porque gana 4-2 al Inter, con dos goles de Poborsky, que se sintió muy ofendido por la grada aquella tarde que acabó con Ronaldo llorando en el banquillo interista y el título en las vitrinas del Juventus.

Roberto Mancini, que iba a ser el próximo técnico del Lazio, le pidió que se quedara un año más con promesas de titularidad, pero Poborsky ya había tomado la decisión de volver a Praga con su mujer y sus dos hijos, lejos de clubes sin criterio, entrenadores vanidosos y los focos de las grandes Ligas. En el Sparta de Praga ha pasado las dos últimas temporadas recuperando un excelente nivel de juego. Meditaba la retirada definitiva al final de este curso, pero el seleccionador checo Karel Bruckner le convenció para continuar. Con Nedved en estado precario, Poborsky ha sido últimamente la pieza clave de la República Checa, firmando una grandiosa actuación ante Holanda, en el partido que le dio a su selección el pase a la Eurocopa de Portugal, donde ha comenzado mostrando toda su añeja clase. Quizás sea porque ha vuelto a su país para recuperar la tranquilidad perdida durante años de exilio y practicar el esquí alpino, su otra gran pasión, que parece ayudarle para mantener un fenomenal estado de forma. Ya no luce aquella salvaje melena que mostró en la Eurocopa 96, pero sigue dando lecciones de cómo se vuelve loco a un lateral para después regalar un buen pase de gol a quien quiera acompañarle en sus aventuras.

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