Crítica:POP

Treinta y tantos

La noruega Rebekka Bakken acaba de cumplir 34 primaveras y padece en carnes las tribulaciones propias de la edad; ya saben, la constatación de que el amor es un bien tan frágil como efímero o la perplejidad ante el empeño de la vida por pisar el acelerador sin que nadie se lo haya reclamado. Un cierto aire confesional preside por ello las crónicas musicales de esta extraordinaria cantante, una mujer atractiva y de equívoca apariencia indulgente que encierra un torrente de pasiones, dolores y desengaños en sus cuerdas vocales.

Hay quien ha querido ver en Bakken una Diana Krall nórdica, o...

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La noruega Rebekka Bakken acaba de cumplir 34 primaveras y padece en carnes las tribulaciones propias de la edad; ya saben, la constatación de que el amor es un bien tan frágil como efímero o la perplejidad ante el empeño de la vida por pisar el acelerador sin que nadie se lo haya reclamado. Un cierto aire confesional preside por ello las crónicas musicales de esta extraordinaria cantante, una mujer atractiva y de equívoca apariencia indulgente que encierra un torrente de pasiones, dolores y desengaños en sus cuerdas vocales.

Hay quien ha querido ver en Bakken una Diana Krall nórdica, otro rostro delicadamente hermoso en el que depositar las esperanzas del nuevo jazz vocal. En realidad, la filiación jazzística de esta mujer es discutible: ella mismo sólo admite el ascendente estético y sentimental de Bob Dylan, y esa mezcla de ternura y crudeza en su voz remite a nombres como los de Joni Mitchell, Rickie Lee Jones o incluso Marianne Faithfull.

Rebekka Bakken

Rebekka Bakken (voz), Reinhard Micko (piano, teclados), Robert Riegler (bajo eléctrico), Reingard Winkler (batería). Centro Cultural de la Villa, ciclo Acústicas. Madrid, 6 de junio.

Arrancó el concierto con If only, una reflexión sobre los inconvenientes de crecer que también sirve para abrir su primer trabajo internacional en solitario, The art of how to fall. Ese mismo tono absorto e introspectivo se extiende a buena parte del repertorio, que desgranó con el alma tan desnuda como sus pies. La preciosa Do you know my love nace de sus frustraciones por no poder conservar un mismo amor "más allá de tres semanas", mientras que Virgin's lullaby la retrata entre las nebulosas del alcohol, con ese mismo aire noctívago y taciturno que haría feliz a Tom Waits.

El público, aún escaso en estos primeros compases del ciclo Acústicas, asumió el mensaje con sincero entusiasmo. Sólo se echó en falta una instrumentación algo más generosa: su trío de acompañantes se comportó con tanta corrección como escaso aprecio por el riesgo.

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