Crítica:ÓPERA EN FAMILIA | 'La pequeña flauta mágica'

Con la mejor intención

Ideas sobre cómo acercar a los niños a la música clásica parece tenerlas cualquiera al que se le pregunte, pero ponerlas en práctica es harina de otro costal. En general los intentos suelen saldarse con el odio generalizado hacia el tantas veces bobalicón ceremonial de los conciertos, con lo que el esfuerzo resulta contraproducente, demostrándose, además, que Rosendo o Prince o tantos otros, además de ser buenos músicos, lucen mejor mercadotecnia y acaban por llevarse al neófito definitivamente a su terreno.

Esta producción del Gran Teatre del Liceu presentada en el Real parece dirigirs...

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Ideas sobre cómo acercar a los niños a la música clásica parece tenerlas cualquiera al que se le pregunte, pero ponerlas en práctica es harina de otro costal. En general los intentos suelen saldarse con el odio generalizado hacia el tantas veces bobalicón ceremonial de los conciertos, con lo que el esfuerzo resulta contraproducente, demostrándose, además, que Rosendo o Prince o tantos otros, además de ser buenos músicos, lucen mejor mercadotecnia y acaban por llevarse al neófito definitivamente a su terreno.

Esta producción del Gran Teatre del Liceu presentada en el Real parece dirigirse a los más pequeños, a ese tramo de edad -que diría un editor de cuentos infantiles con anhelo de ser prescrito con obligatoriedad- que termina en los 12 años y empieza cuando los padres quieran. Joan Font concentra La flauta mágica en sus líneas generales para que el público infantil comprenda una peripecia que no se escribió para él. Ni la simbología masónica, ni el dudoso autoritarismo de Sarastro ni la atracción fatal de la Reina de la Noche aparecen por ninguna parte, pues la santa infancia no lo entendería. Un poquito de incorrección política a costa de Monostatos -negro de raza, gordo de complexión- no parece demasiado grave cuando Mozart no se apiadó tampoco y, claro, mueve a la risa, sobre todo si se hace tan bien como sabe hacerlo Ricard Torino. De la música queda lo esencial, aunque en arreglo para piano y flauta se empobrezca demasiado. No arruinaría a ningún teatro un poco más de instrumentario y sí daría más color a un sostén sonoro que, se supone, es la base de todo el invento original.

Comediants

La pequeña flauta mágica. Adaptación de La flauta mágica, de Mozart. Toni Marsol (Papageno), Helios Pardel (Tamino), Susana Rodríguez (Pamina), Elisa Vélez (La Reina de la Noche y Papagena), Ricard Torino (Monostatos), Enric Arquimbau (Sarastro). Dirección de escena: Joan Font. Dirección musical: Miguel Ángel Dionis. Ópera en Familia. Teatro Real. Madrid, 3 de junio.

Buenos y malos

La escenografía es inteligente y sirve brillantemente al anhelo de sencillez. Los textos con los que Papageno explica la obra antes de entrar en materia resultan un poco redichos y la traducción al castellano de los fragmentos de libreto utilizados recuerda a veces a las de los musicales de Broadway, con esas frases que los niños no escucharán nunca en la vida. Las voces son suficientes y funcionan bien, aunque no se acabe de entender lo que dicen, cuestión ésta que, ya sabemos, afecta al canto impostado, y estamos en la ópera. Por eso es una pena que los niños tengan que preguntar a veces qué pasa cuando el cómo pasa les mantiene encandilados gracias, en buena medida, a que el adelgazamiento de la trama sirve para mostrar los caracteres en su elementalidad: buenos y malos sin lugar para la duda, que ésa es cosa de la madurez.

Para un escéptico en materia de educación de los jóvenes públicos, este espectáculo es de los pocos intentos vistos hoy y siempre que pueden salvarse aunque no sea excepcional. La flauta mágica no es sólo esto, aunque esto le pertenezca. Si se trataba de preservar lo que la grey infantil puede entender, la buena intención se cumple. Con una discreta amplificación -el Real es una sala muy grande- para la voz narradora de Papageno y menos aplicación canora -en aras de la comprensión del texto- en la Reina de la Noche o en Pamina el resultado sería todavía mejor. Es bueno y vale la pena llevar a los chavales -y chavalas, que diría un político de nuestro tiempo- a que lo disfruten.

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