Del 'top manta' al Museo Británico

El fenómeno de la falsedad presentó en Bruselas su cara dramática (paro, terrorismo y muerte), de la que estuvo ausente la falsificación por antonomasia, la del dinero. "La falsificación de billetes no es un problema grave, hay pocas personas afectadas", reconoció el jefe de Interpol. Hace unos años, el Museo Británico organizó una magna exposición en la que mostró otra cara nada agresiva: más de 600 obras del ingenio golfo del ser humano, con milenios de historia de fabricación de fábulas en todas las latitudes.

En aquella muestra, felizmente titulada "¿Falso? El arte del engaño", se d...

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El fenómeno de la falsedad presentó en Bruselas su cara dramática (paro, terrorismo y muerte), de la que estuvo ausente la falsificación por antonomasia, la del dinero. "La falsificación de billetes no es un problema grave, hay pocas personas afectadas", reconoció el jefe de Interpol. Hace unos años, el Museo Británico organizó una magna exposición en la que mostró otra cara nada agresiva: más de 600 obras del ingenio golfo del ser humano, con milenios de historia de fabricación de fábulas en todas las latitudes.

En aquella muestra, felizmente titulada "¿Falso? El arte del engaño", se documentaba prolija y estéticamente la flaqueza humana, la mentira y la credulidad de los engañados. El que la mayoría de las obras procedieran de museos significaba que coleccionistas y expertos reputados avalaron auténticas falsedades. Hasta sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, creyó en la existencia de hadas tras ver un fotomontaje de 1917 en el que cabe presumir no hubiera picado su racionalista detective.

Se hablaba en aquel 1990 de un negocio en torno a los 100.000 millones de dólares abocado al estallido porque cada sociedad y generación falsifica las cosas que más ambiciona: las reliquias, épicas nacionales y obras de arte del pasado ceden ahora su lugar a Chanel, Dior, Cartier, punta brillante del iceberg. Porque lo que está claro es que casi todo es falsificable. La mayoría de los compradores de productos exclusivos a precio de ganga saben que lo que adquieren no puede ser lo que parece: compran la ilusión de un estatus que les está vedado en el mundo real. Otra reacción plantea el descubrimiento de que lo que pasaba por ser una apreciada obra de arte resulta ser una falsificación: la traumática desaparición del ansiado vínculo con el genio creador, asfixia el solaz intelectual y volatiliza el estatus de quien posee la pieza.

En "¿Falso?" se mostraban tanto obras atribuidas a Durero, Botticelli o Vermeer como piezas de orfebrería sacra o fabricaciones concebidas para dar alas a fobias, incluida una silla de la Inquisición contra la España imperial. La historia se ha falsificado lo mismo con los antisemitas Protocolos de los Sabios de Sión como creando pruebas sobre las que sostener leyendas acerca de fabulosos orígenes nacionales o fabricando los restos que debían ser el eslabón perdido entre el hombre y el mono. En algún caso, el descubrimiento de la impostura hizo luz sobre una verdad desconocida. Un tríptico adquirido por el Museo Británico a mediados del siglo XIX por sus marfiles góticos resultó ser una fabricación del XVIII montada sobre lo que en los años sesenta se descubrió eran de las más importantes pinturas hoy existentes del siglo XIII germano.