Sin futuro, sin reglas
¿Teatro-danza o danza-teatro? ¿Teatro coreográfico o del gesto? Poco importan las clasificaciones en un panorama tan contaminado como comunicante, que es en el que se mueve esta controvertida obra, incómoda para algunos (loa al anarquismo) y llena de obviedades para otros (lo simiesco: todos queremos ser bonobos, claro está: esos primates saben lo que quieren, no están locos); estructurada sobre una violencia contenida, ritualizada, donde el cuerpo es el eje, a pesar de no existir un esfuerzo conectivo entre escenas; todo se deja estar en juegos de tensión y pulsión tras un tratamiento levemen...
¿Teatro-danza o danza-teatro? ¿Teatro coreográfico o del gesto? Poco importan las clasificaciones en un panorama tan contaminado como comunicante, que es en el que se mueve esta controvertida obra, incómoda para algunos (loa al anarquismo) y llena de obviedades para otros (lo simiesco: todos queremos ser bonobos, claro está: esos primates saben lo que quieren, no están locos); estructurada sobre una violencia contenida, ritualizada, donde el cuerpo es el eje, a pesar de no existir un esfuerzo conectivo entre escenas; todo se deja estar en juegos de tensión y pulsión tras un tratamiento levemente coreográfico. La intención del trabajo colectivo es desnudar al espectador pasivo en sus butacas (los cuatro protagonistas ya están desnudos de principio a fin de la representación) y recibiendo una densa carga tanto en lo estético como en lo ideológico. Los cuatro jinetes se desbocan en un espacio cuadrado e ingrato donde suceden muchas cosas aisladas, y poco a poco van desvelando una categórica y amarga reflexión sobre lo que nos ha tocado vivir.
Compañía La República
Concepto y dirección: Fernando Renjifo; creadores e intérpretes: Abdel Hamid, Paul Loustau, Rafa Muguruza y Alberto Núñez. Teatro Pradillo, Madrid. Hasta el 6 de junio.
Es una obra muy ambiciosa desde su aparente parquedad, con grandes dosis de provocación: en esto se enmarca al más que prescindible hombre del micrófono, constantemente justificando, autojustificándose, sin aportar nada a la parte buena de la representación, la que se compensa con duras sentencias: "El que tiene, que ostente; el que no tenga, que se esconda". Un actor escupe sobre los que desprecian la utopía, pero enseguida, el incómodo narrador del micrófono se apresura a decir que odian al poder (se ceban con la Comunidad de Madrid), se sienten avergonzados pero aceptan su dinero (exactamente una subvención de 12.000 euros: ¡vaya plato de lentejas moralmente más costoso!). Rareza ética que acompaña otras oscuridades, otras tristezas, como la que respira por detrás de las voces grabadas de los viejos anarquistas.