EL COMANDO DE LA MATANZA DE MADRID / 3

Dentro de la casa de los terroristas

Aparatos electrónicos, botellas de Mecca-Cola, pesas, un zulo y una moto en el hogar de Chinchón

Cada vez que se despertaban, la semana antes de matar a 192 personas, los terroristas podían recrearse viendo el espectáculo de la mañana sobre la vega del Tajuña. A las siete, el sol salía justo enfrente de la casa que habían alquilado. Y a media tarde, se ponía sobre el zulo donde escondían los explosivos.

Es imposible sentarse en el porche sin admirar la grandeza del paisaje. La vista se pierde entre ríos de hierba y el silencio lo cubre todo. Cubre la moto Kawasaki de 16 válvulas, las tres bicicletas grandes y la de niño también, la parrilla sobre el porche, el balón Mikasa desinfla...

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Cada vez que se despertaban, la semana antes de matar a 192 personas, los terroristas podían recrearse viendo el espectáculo de la mañana sobre la vega del Tajuña. A las siete, el sol salía justo enfrente de la casa que habían alquilado. Y a media tarde, se ponía sobre el zulo donde escondían los explosivos.

Es imposible sentarse en el porche sin admirar la grandeza del paisaje. La vista se pierde entre ríos de hierba y el silencio lo cubre todo. Cubre la moto Kawasaki de 16 válvulas, las tres bicicletas grandes y la de niño también, la parrilla sobre el porche, el balón Mikasa desinflado, un disco del cantante de salsa Antonio Cartagena, los tensores de gimnasia, la máquina de pesas, la canasta de baloncesto, las latas quemadas en la última comilona que organizaron los terroristas, la piscina derruida, el gallinero, el zulo donde manipularon los explosivos y la malla verde con que cubrieron la alambrada que rodea la finca justo dos semanas antes del 11 de marzo. El silencio lo cubre todo.

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Cada vez que Jamal Ahmidan, El Chino, acudía allí desde Lavapiés con su Golf negro, tenía que atravesar kilómetros de olivares, pasar por una escuela de hípica, dejar a la izquierda un circuito de pequeños coches de carrera, a la derecha un coto de caza al que acude el Rey, girar en la rotonda donde hay una gasolinera y una destilería de alcohol y... disfrutar de la vida.

Los islamistas volvieron a la casa de campo ocho días después del atentado

Nadie sospechaba en el vecindario que El Chino, el hombre que había alquilado la finca, cargaba en el barrio madrileño de Lavapiés con la leyenda de haber matado a un hombre en Marruecos y haber sobornado a los funcionarios para escapar de la cárcel.

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Junto a él aparecieron por Chinchón los hermanos suicidas Oulad Akcha, quienes procedían también de Tetuán, como El Chino. Cada tarde solían practicar gimnasia y correr por las inmediaciones de la finca.

A veces también asomaba por allí Abderrahim Zbakh, de 33 años, licenciado en Químicas en 1995 por la Universidad de Tetuán. Y Jamal Zougam, de 31 años, dueño del locutorio Nuevo Siglo, a quien dos testigos aseguraron haber visto en el vagón de uno de los trenes de la muerte.

- Me vengo aquí porque me concentro mucho mejor que en Madrid. No hay nada de ruido, dijo uno de los moradores de la casa, supuesto estudiante de electrónica, a un vecino.

Le vendo la casa por 15 millones de pesetas", bromeó El Chino con un vecino

Pero los vecinos no saben ahora distinguir quién de ellos era. Desde luego, gente con estudios había de sobra.

Fouad El Morabit Anghar, uno de los detenidos, también frecuentaba la casa. Fouad tiene 28 años y estudió ingeniería aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid. Fue detenido el 25 de marzo y puesto en libertad a los cinco días. El 7 de abril, cuatro días después de que siete terroristas se suicidaran en Leganés, fue detenido. La policía había descubierto llamadas entre él y los suicidas.

En el chalé de los vecinos canta un ruiseñor. A dos kilómetros, sobre una peña de aspecto imponente, se ve el castillo de Casasola. Algunos sábados lo iluminaban los dueños para organizar fiestas. Los islamistas no montaban fiestas nocturnas pero preparaban comilonas con mujeres y niños. El Chino había decidido construir una especie de cobertizo sobre el techo de la casa. Sentado en esa techumbre la vista del valle era privilegiada.

Han tardado ustedes mucho en venir", le reprochó una vecina a un policía

- Hay que ver lo bien que estáis dejando la casa, ¿eh?, le comentó un vecino al Chino tres semanas antes del 11-M.

- Pues se la vendo. Por 15 millones de pesetas.

En alguna de las conversaciones anteriores, Jamal había fanfarroneado con que la compró por un millón de pesetas. La finca tiene el aspecto de uno de esos sitios donde la gente ha sido feliz. La parrillada en el porche, las latas con la comida de perro, las sillas de plástico al lado de la piscina, un toldo a la entrada de la casa y otro en el lateral; allí tuvieron un par de chivos y seis gallinas...

Tanta placidez emanaba de allí que los terroristas no pudieron evitar el robo de un par de carneros que habían comprado. Al menos, eso dijeron. Los vecinos les recomendaron que se compraran un buen perro, como hicieron en su día los propietarios de los cinco o seis chalés que hay alrededor. Con robo o sin él, El Chino y los suyos se hicieron al fin con un pastor alemán que les guardaba la finca. Y los días pasaron sin incidencias.

El día 11 de marzo mataron a 192 personas. A través de sus confidentes, del trabajo que la policía venía desarrollando sobre la pista de Al Qaeda en Madrid, los agentes consiguieron detener en menos de 48 horas a cinco sospechosos, entre ellos a Jamal Zougam, el dueño del locutorio que supuestamente facilitó las tarjetas con las que se activaron los teléfonos de las mochilas bomba.

Y ocho días después del atentado fue detenido José Emilio Suárez Trashorras, el hombre que confesó haber facilitado los explosivos al Chino. Pero ese mismo viernes 19 de marzo El Chino se presentó con amigos y familias en la casa de Chinchón, como si nada de lo ocurrido fuese con él, como si no supiera que tenía a todos los policías de Madrid tras su rastro, como si no hubiera oído, ni visto ni leído las noticias en las que se hablaba de todos los sospechosos que se encontraban en comisaría.

El sábado 20 de marzo se organizó la última parrillada en la casa. Las bromas, las voces, el griterío que salía de aquella casa daba a entender que la gente se lo estaba pasando bien. Aquella tarde, mientras el resto de sus familiares y amigos se divertían en la casa, El Chino se paseaba con su moto Kawasaki de 16 válvulas que se encuentra ahora precintada en la casa, aunque tenía otra de manillar alto. Paseaba sin prisas por el camino de la Veredilla, un carreterín polvoriento. Fue entonces cuando, por última vez, se paró a hablar con sus vecinos, y comentaron los atentados.

- Creíamos que les había pasado algo.

- No, señora. Gracias por preocuparse, pero nosotros vamos a Madrid en nuestro coche.

Jamal contestó sin bajarse de la moto, en la que iban también montados una mujer española y un niño pequeño de 10 años. Un hermano de Jamal había dicho a los vecinos antes de los atentados que habían ido todos de vacaciones al País Vasco, cuando en realidad El Chino había viajado a Oviedo a por los explosivos.

- ¿Y tú también has estado de vacaciones?, le preguntó una vecina al niño, haciéndole una carantoña.

Éste miró a Jamal, como pidiendo permiso, vaciló unos segundos, y contestó que sí.

Jamal aprovechó también el encuentro para pagarles 100 euros que debía del arreglo del camino vecinal, y regateó lo que faltaba.

- Todavía faltan 10 euros más, le dijeron.

- No. Con eso es suficiente.

La policía llegó por fin a la casa de Chinchón el lunes 22 de marzo. Pero no quedaba nadie allí. Los agentes aguardaron día y noche con la convicción de que tarde o temprano El Chino llegaría. Pero nadie apareció por allí. Los suicidas ya tenían otro piso alquilado en Leganés. Así que el viernes 26 de marzo, 15 días después de la matanza y tras una semana de vigilancia en vano, los agentes entraron en la casa.

Vieron en el salón principal una chimenea. Sobre ella, una vela y una cartera vacía. A la izquierda, en una repisa, una pistola de imitación fabricada en China. A su lado, un monedero lleno de tornillos y tuercas. En el suelo, varios colchones, un radiocasete y una caja de herramientas. En la habitación de al lado, una litera. El suelo de esa habitación estaba siendo cubierto con tarima flotante. Pero la puerta había sido construida a la medida del suelo antiguo, de losas. Con lo cual, para poder abrirla, Othman el Gnaout o Hamid Ahmidan, los amigos albañiles de El Chino, ambos ahora en prisión, recortaron de la tarima la media luna del arco de apertura de la puerta.

En la cocina, los policías vieron seis barras de pan, una caja de arroz Brillante, una bolsa de caramelos Werther's, alambres de ensartar pinchos morunos. En el frigorífico, una Pepsi-Cola sin cafeína y tres botellas de Mecca-Cola, un refresco patentado por el empresario francés Tawfik Mathlouthi.

La campaña publicitaria de Mecca-Cola aconseja: "No bebas estupidez, bebe compromiso". Y la empresa asegura que el el diez por ciento de sus beneficios irán destinados a los niños palestinos.

Los agentes encontraron velas y mantas por todas partes y algún generador de electricidad. Toda la casa estaba repleta de pequeñas sobras de chapuzas eléctricas e interruptores a medio instalar.

Pero lo más interesante lo encontró la policía al lado de la alambrada, frente al gallinero, en un pequeño cobertizo. Allí construyeron los islamistas un agujero de cemento donde encontraron restos de los explosivos utilizados en la matanza.

El miércoles 31 de marzo, 20 días después del atentado, la policía difundió las fotos de los principales sospechosos: El Tunecino, los hermanos Oulad, Abdennabi Kounjaa, Said Berraj (quien se encuentra aún en búsqueda y captura y del que la policía sospecha que puede ser el séptimo suicida, cuyo cadáver no ha podido ser identificado) y Jamal Ahmidan, El Chino.

Ese día fue cuando los empleados de la gasolinera de Cepsa, a tres kilómetros de la casa de Chinchón, pusieron nombre por primera vez a aquel tipo de los "dientes torcidos" que venía en un Volkswagen Golf a llevarse gasolina Súper 97 en garrafas. Era el miércoles 31 de marzo cuando toda España memorizó la cara del Chino.

El jueves, un reportero de este periódico habló con los vecinos. Y ellos informaron de que El Chino había estado allí con su familia justo el 19 y 20 de marzo. Dos agentes interrogaron después a los vecinos.

- Han tardado ustedes muchos en venir, les reprochó una vecina.

- Es que paso a paso, señora, esto es muy grande.

- Es verdad, es verdad.

Hasta el 3 de abril nadie volvió a saber del paradero del Chino. Ese día, en Leganés, Abdelmajid Bouchar, de 21 años, bajó la basura del piso donde se encontraba con otros siete terroristas. Oyó la radio de un policía que vigilaba la casa, alertó a los otros. Y salió huyendo. El Chino, desde dentro del piso, llamó a un familiar y le dijo que moriría matando. Y así fue.

Reportaje elaborado con informaciones de Jorge A. Rodríguez.

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