Equilibrio feliz

Tras la tempestad del Hagen volvió la calma al Liceo de Cámara con el Cuarteto de Tokio. La verdad es que una de las cosas buenas de este ciclo es que, como acuden los mejores cuartetos del mundo, el público tiene la posibilidad del contraste de enfoques y pareceres.

Difícil en todo caso no salir feliz del recital del hoy como ayer -bien asimilados los cambios de primer violín y violonchelo- excelente cuarteto de origen nipón. Hay en ellos eso que llamamos musicalidad, y en grado sumo. La manifiestan con el equilibrio de unas voces en las que el primer violín sabe no destacar innecesar...

Tras la tempestad del Hagen volvió la calma al Liceo de Cámara con el Cuarteto de Tokio. La verdad es que una de las cosas buenas de este ciclo es que, como acuden los mejores cuartetos del mundo, el público tiene la posibilidad del contraste de enfoques y pareceres.

Difícil en todo caso no salir feliz del recital del hoy como ayer -bien asimilados los cambios de primer violín y violonchelo- excelente cuarteto de origen nipón. Hay en ellos eso que llamamos musicalidad, y en grado sumo. La manifiestan con el equilibrio de unas voces en las que el primer violín sabe no destacar innecesariamente -y no digamos el estupendo viola, que está como sin estar- y, sobrevolándolo todo, el conocimiento del estilo, la puesta en situación de las obras sin mayores problemas de conspicua proyección histórica. Ello quedó de manifiesto en el Cuarteto número 8 de Beethoven. La otra cumbre de las dos veladas estuvo en el Cuarteto número 4 de Zemlinski, descubrimiento, para muchos, de una obra mayor. El Mozart -cuartetos 17 y 21- fue aéreo y límpido, mientras que el Cuarteto número 4 de Schubert se quedó un poquito atrás ante el resto, no por el Tokio, sino porque, salvo en su introducción, tiene menos enjundia.