Reportaje:

La jubilación de Arzalluz enreda al PNV

Las tensiones actuales del partido nacen de la frustración de su ex presidente por no haber conseguido que le sustituyese Egibar

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Una de las peculiaridades del PNV es la de ser un partido que se hunde en crisis cuando su posición es más exitosa. Sucedió tras su victoria inapelable en las elecciones autonómicas de 1984, lo que se tradujo, dos años más tarde, en la escisión de la que nació Eusko Alkartasuna (EA) y ha vuelto a producirse ahora, aunque de forma mucho más atenuada, después de haber alcanzado desde el año 2001 marcas electorales desconocidas. Una singularidad añadida es que las reyertas que han jalonado el proceso de sustitución de Xabier Arzalluz al frente del partido no tienen su causa, aparentemente, en dis...

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Una de las peculiaridades del PNV es la de ser un partido que se hunde en crisis cuando su posición es más exitosa. Sucedió tras su victoria inapelable en las elecciones autonómicas de 1984, lo que se tradujo, dos años más tarde, en la escisión de la que nació Eusko Alkartasuna (EA) y ha vuelto a producirse ahora, aunque de forma mucho más atenuada, después de haber alcanzado desde el año 2001 marcas electorales desconocidas. Una singularidad añadida es que las reyertas que han jalonado el proceso de sustitución de Xabier Arzalluz al frente del partido no tienen su causa, aparentemente, en discrepancias sobre la orientación ideológica o estratégica del partido: todo él asegura compartir el rumbo soberanista apuntalado en la ponencia política que aprobó la Asamblea General (congreso) del pasado enero y está plasmado en el plan Ibarretxe.

Sin embargo, tanto la intensa pugna entre Joseba Egibar y Josu Jon Imaz para relevar a Arzalluz como la renovación de las ejecutivas territoriales en curso han estado salpicadas de maniobras y actos hostiles que recordaban los episodios de la crisis de 1984-1986. No es el menos relevante el hecho de que el Tribunal Nacional de Justicia, a instancia de parte, intentara obstaculizar la reelección de Iñigo Urkullu en Vizcaya, declarándole inelegible con una interpretación chapucera de los estatutos. Y la respuesta de la poderosa organización de Vizcaya tampoco tiene muchos antecedentes: denunciar la maquinación en una Asamblea Nacional (máximo órgano del partido entre congresos) extraordinaria, que ha abierto un proceso de destitución contra los tres miembros del tribunal que se prestaron a ella.

Se ha dicho que el PNV se concibe más como una iglesia que como un partido al uso. Esta autoconsideración explica las dificultades que históricamente ha tenido para determinar sus estrategias y elegir sus dirigentes cuando no prevalecía en su seno la unanimidad y la aclamación. Porque los canales para encauzar el debate sobre proyectos y personas son mucho más alambicados y opacos que en los partidos comunes. En el PNV, como en la iglesia, las ambiciones personales están religiosamente reprimidas: uno no se postula para un cargo, "es propuesto" por las organizaciones del partido, y la previa renuncia pública a cualquier aspiración es el requisito para conseguir el nombramiento. Por eso en Euskadi hacen fortuna los peneuvólogos. Por eso, también, la militancia peneuvista apenas entiende muchas veces el sentido de las cuestiones que debe dirimir entre zancadillas y navajazos subterráneos y la soberanía asamblearia se ejerce con gran amplitud, aunque a ciegas.

Hay que acudir a la palabra de moda, el talante, para identificar las diferencias ideológicas entre Josu Jon Imaz y Joseba Egibar, puesto que ambos se reclaman seguidores fervientes de la ortodoxia del partido y del plan Ibarretxe. Sin embargo, en los cónclaves internos los partidarios del último han aventado ampliamente la idea de que la orientación soberanista peligra con el partido en manos de los sospechosamente pragmáticos Imaz y Urkullu. Los seguidores de Egibar y Arzalluz anunciaban de esta forma cuál va a ser su tarea: someter a aquéllos a un estrecho marcaje para evitar que se aparten del camino trazado en la ponencia política que -otra peculiaridad del PNV- redactaron los perdedores del proceso de sucesión.

Arzalluz, quien ayer se quedó sin el último cargo de representación que podía haber tenido tras su salida de la presidencia, contrapuso en varias ocasiones la democracia interna del PNV con la augusta potestad de Aznar para designar a dedo su sucesor al frente del Partido Popular. Pero lo cierto es que las tensiones actuales del partido nacionalista nacen de la frustración de Arzalluz por no haber conseguido que esa misma militancia que se rendía a su verbo encendido le diera el gusto de satisfacer el deseo que su orgullo y los tabúes del partido le impidieron reclamar abiertamente: que le sustituyera Joseba Egibar, en quien había puesto todas sus complacencias.

Para entonces Arzalluz ya había dejado jirones de su prestigio al involucrarse como presidente del partido, y salir derrotado, en el proceso de elección del candidato peneuvista a diputado general de Vizcaya. La incontestable victoria de Iñigo Urkullu en la principal organización del partido, culminada ayer por abrumadora mayoría, supone el tercer gran revés consecutivo que sufre el carismático tribuno. La activa participación que en la pugna electoral de Vizcaya ha tenido Arzalluz indica que no ha terminado de acomodarse a la condición de "afiliado de a pie" que se asignó cuando le jubilaron el pasado mes de enero.

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