Reportaje:FÚTBOL | 34ª jornada de Liga

El nuevo Sarabia

Yeste, un rebelde sin causa, se ha tornado el estandarte del Athletic

A Fran Yeste (Basauri, Vizcaya; 24 años) se quedó con las ganas Koldo Aguirre, su primer entrenador en Lezama, de "darle un sopapo para doblegar su indolencia". Tenía 12 años cuando se vistió la camiseta del Athletic y 12 después ha cambiado poco su talante: impecable en su juego, intratable en su personalidad. Se diría que es el 10 clásico: tímido y arrogante, con la cabeza llena de fútbol y una pierna izquierda que ejecuta las órdenes de su cerebro con más precisión que sus neuronas interpretan la realidad. Un indomable que ha dejado boquiabiertos y exasperados a sus entrenadores, inc...

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A Fran Yeste (Basauri, Vizcaya; 24 años) se quedó con las ganas Koldo Aguirre, su primer entrenador en Lezama, de "darle un sopapo para doblegar su indolencia". Tenía 12 años cuando se vistió la camiseta del Athletic y 12 después ha cambiado poco su talante: impecable en su juego, intratable en su personalidad. Se diría que es el 10 clásico: tímido y arrogante, con la cabeza llena de fútbol y una pierna izquierda que ejecuta las órdenes de su cerebro con más precisión que sus neuronas interpretan la realidad. Un indomable que ha dejado boquiabiertos y exasperados a sus entrenadores, incapaces de corregir su rebeldía sin causa.

A Ernesto Valverde, el actual técnico, le ha ocurrido lo mismo. Falto de zurdos, se empeñó en que Yeste siguiera los pasos de Rojo o Argote, dos iconos, y... acabó en el banquillo. ¿Por qué? Le da alergia la cal de las bandas. Le pongan donde le pongan, se orientará a la media punta, dejando su costado desguarnecido. Así que Valverde le relegó ante el Racing y el Zaragoza y... construyó el mito del nuevo Sarabia: como suplente, ha marcado cuatro goles y ya es, con diez, el máximo artillero.

Valverde ha tenido que lidiar dos situaciones difíciles con Yeste: una, su reiteración en los retrasos en los entrenamientos, que le han valido sanciones económicas; otra, la más grave, una salida nocturna con otros jugadores que acabó con una confusa situación en el jacuzzi de Lezama, un utillero despedido y dos encuentros en la nevera con su buen amigo Del Horno. Un asunto no suficientemente aclarado y que Yeste pagó por su imagen de chico malo. Nada nuevo. Como juvenil, también tuvo una espantá: alegó una enfermedad y se le vio en la calle con bermudas, gafas de sol, un walkman y... bailando.

Tras la fiesta del 8 de noviembre, Yeste respondió de dos modos: metiendo goles a su aire, todos bellos, y trocándose el peinado, crestas incluidas. San Mamés se movió en su hornacina y la Catedral abrió un debate sobre si el club debía o no prohibir su osadía estética. Hubo cientos de opiniones. Menos la suya: Yeste ya no habla con la prensa.

Yeste habla en el campo, su medio natural. Mal estudiante, fue internado en la residencia de Derio: o era futbolista o no sería nada. Y hoy es el futbolista más emblemático y complicado del Athletic, la bandera de una generación distinta que siente sus colores de forma individualista.

Deportivamente, ha cumplido las expectativas. Le pega al balón como adivinó su entrenador en infantiles, Gonzalo Beitia; apenas necesita tres o cuatro palabras para hablar, como comprobó Enrique Liñero en los juveniles, y es el cuarto gran zurdo del Athletic, tras Gainza, Rojo y Argote, como pronosticó Carlos Terrazas en el Bilbao Athletic.

Lo que no se ha producido es el acuerdo en la terapia. O el sopapo de Aguirre o el cariño que propone Patxi Rípodas, que lo tuvo como cadete. Probablemente, no hay otro tratamiento que dejarle jugar con su punto de anarquía, como a Sarabia.

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