Crítica:CLÁSICA | Nelson Freire

El arte maduro y trascendental de un grandísimo pianista

El ciclo de Grandes Intérpretes nos ha deparado la ocasión de reencontrarnos con el arte maduro y trascendental del pianista Nelson Freire, nombre decisivo dentro de la generación de los años cuarenta. Y de nuevo hemos podido recibir el intenso mensaje de tres símbolos del romanticismo: Beethoven con la Sonata 26 (Los adioses), Schumann con la intensa Fantasía en Do, op. 17), dedicada a Franz Liszt, y Chopin con los veinticuatro Preludios de la opus 28.

Tres maneras de entender el piano romántico en sus valores instrumentales y puramente artísticos que Freire recrea...

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El ciclo de Grandes Intérpretes nos ha deparado la ocasión de reencontrarnos con el arte maduro y trascendental del pianista Nelson Freire, nombre decisivo dentro de la generación de los años cuarenta. Y de nuevo hemos podido recibir el intenso mensaje de tres símbolos del romanticismo: Beethoven con la Sonata 26 (Los adioses), Schumann con la intensa Fantasía en Do, op. 17), dedicada a Franz Liszt, y Chopin con los veinticuatro Preludios de la opus 28.

Tres maneras de entender el piano romántico en sus valores instrumentales y puramente artísticos que Freire recrea y diferencia con una elevación que empieza en la misma calidad de su sonido hermoso y poético, intenso como la luz y afectivo como la intimidad.

Ciclo de Grandes Intérpretes

N. Freire, pianista. Obras de Beethoven, Schumann y Chopin. Ciclo de la Fundación Scherzo-EL PAÍS. Auditorio Nacional. Madrid, 20 de abril.

El magisterio, desde que a los trece años recibió el Premio de Río de Janeiro, el concepto interpretativo del pianista brasileño es siempre una lección de claridad, amor por la perfección, pasión por el detalle, voluntad de cantar y afán por desvelarnos los últimos secretos de cada obra y cada pasaje.

Su "orden de amor" musical encierra el orden que Falla denominaba "ritmo interno" para relacionar con justeza e interdependencia cuantos elementos constituyen el hecho musical.

Seguir los tres emocionantes tramos de la sonata de Los adioses, comunicar la densidad humanísima de la Fantasía o seguir, paso a paso, ese retablo de las maravillas que es el primer cuaderno de los Preludios de Chopin, nacidos en parte durante el célebre viaje a Mallorca, fue experiencia que no podemos ni queremos olvidar, aumentada por tres regalos prodigiosos: Gluck, Villalobos y Mompou en sus Muchachas en el jardín que tanto amara Paul Valery. Bravo, bravísimo concierto; experiencia enaltecedora que no precisa de muchas palabras de encomio. Y, una vez más, gratitud.

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