VISTO / OÍDO

Torrijas

Me ponía el traje azul que necesitaba un periodista para asistir a ciertas ceremonias. Me lo hizo mi primo Benjamín, que había sido capitán del Quinto Regimiento y había vuelto al oficio de su infancia en Bembibre. Llevaba pantalones zurcidos porque, como soy alto, se rozaban con las mesas bajas: había zurcidoras, con huevo de madera, ojos de lince, espalda encorvada. Iba con la chica que llevaba la mantilla y la peineta de su madre, con olor a naftalina, y los tacones torcidos de los zapatos ancestrales. Íbamos a visitar las estaciones, las iglesias con el Santísimo expuesto. No creíam...

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Me ponía el traje azul que necesitaba un periodista para asistir a ciertas ceremonias. Me lo hizo mi primo Benjamín, que había sido capitán del Quinto Regimiento y había vuelto al oficio de su infancia en Bembibre. Llevaba pantalones zurcidos porque, como soy alto, se rozaban con las mesas bajas: había zurcidoras, con huevo de madera, ojos de lince, espalda encorvada. Iba con la chica que llevaba la mantilla y la peineta de su madre, con olor a naftalina, y los tacones torcidos de los zapatos ancestrales. Íbamos a visitar las estaciones, las iglesias con el Santísimo expuesto. No creíamos en eso; pero sí en nosotros dos. Y tampoco era verdad (nunca es verdad). A veces acompañé a alguna que salía con la hucha de Auxilio Social. Hacían su Servicio obligatorio, porque si no no podían trabajar ni tener pasaporte: sólo se las eximía para casarse. Yo era el hombre que la protegía: de los rojos, de los ladrones de huchas, de los piropeadores. Los dos éramos rojos, nos amábamos mal y cumplíamos obligaciones o el esperpento social del Jueves Santo, comíamos las torrijas y nos cogíamos las manos. Pasó el tiempo, la Semana Santa se hizo viaje, quizá religioso, de la especie -creo que la carrera al mar, dejando muertos en el camino, procede de cuando fuimos anfibios, de la llamada interna del líquido marino amniótico en que nos hacemos dentro del querido vientre; de la nostalgia de haber sido amebas-; nadie se viste así, no hay Servicio Social, y hace sólo unos días que el Estado ha suspendido la subvención al Frente de Juventudes.

Los que nos quedamos en Madrid tenemos algún rito. Concha y yo íbamos a casa de Umbral para que María España nos diese maravillosas torrijas que hacía: las tomábamos con whisky. Después se unieron Fernando F. G. y Emma; yo contaba cada año la historia de los cocheros madrileños que pedían en la taberna un morapio para ellos "y una torrija pa'l caballo". Luego no hizo María España las torrijas, o las hizo para Pedrojota o la ministra; las hace Emma en su casa, y esta tarde vamos Concha y yo. Y Diego Galán. No sé si vendrá Yamila: es huraña, pero adora a Fernando. Umbral escribe ahora que no dirá él que yo sea de los mejores, pero sí que he estado siempre con los mejores: como Fernando, como él. En ese momento lo decía por Bardem, y la escena en que Juan, desde la camilla, alzaba su puño y cantaba su última Internacional. Ese día le dije a Paco "ponte de pie". "Es que hay fotógrafos". "Por eso: precisamente por eso". Lo hizo. Y éstos no le quitaron nada.

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