Reportaje:

Cien años de amistad

Francia e Inglaterra celebran su 'entente cordiale' tras siglos de rivalidad

La llegada de la reina Isabel II a bordo de un tren Eurostar blindado, rebautizado para la ocasión Entente cordiale, es el primer momento de calma que Jacques Chirac ha podido ofrecerse después de tres agitadas semanas. De pronto, tras una doble derrota en las elecciones regionales y tras ponerse en evidencia el estado ruinoso de las cuentas públicas, Chirac podía presumir de grandeur.

El presidente y su esposa han esperado a la reina en la plaza de la Concorde. Luego han subido todos al Citroën Maserati, que sólo sale del garaje en las grandes ocasiones, para ir al Arco d...

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La llegada de la reina Isabel II a bordo de un tren Eurostar blindado, rebautizado para la ocasión Entente cordiale, es el primer momento de calma que Jacques Chirac ha podido ofrecerse después de tres agitadas semanas. De pronto, tras una doble derrota en las elecciones regionales y tras ponerse en evidencia el estado ruinoso de las cuentas públicas, Chirac podía presumir de grandeur.

El presidente y su esposa han esperado a la reina en la plaza de la Concorde. Luego han subido todos al Citroën Maserati, que sólo sale del garaje en las grandes ocasiones, para ir al Arco del Triunfo y depositar una corona en memoria del soldado desconocido.

La reina había empezado el viaje vestida de naranja, pero, tras pasar bajo el canal de la Mancha, ya iba íntegramente de blanco. Bernadette Chirac también escogió el blanco, pero su sombrero, en descomposición avanzada tras el breve pero intenso aguacero, no ha soportado la comparación con el de la soberana. Ésta, tras los actos protocolarios, ha exigido poder asomarse a varias tiendas de alta costura del Faubourg Saint-Honoré, quién sabe si en busca de algo con que competir con los bruñidos yelmos de la Guardia Republicana, cuyos jinetes coronan sus cascos con colas de pelo más largas que las de sus monturas.

La visita de la reina Isabel II se produce en plena crisis política del Gobierno conservador

La pasión ecuestre de la reina tendrá hoy una cita importante. En el picadero del cuartel de los Célestins, los jinetes del prestigioso Cadre Noir de la Escuela Nacional de Equitación de Saumur -una hermosa población junto al Loira que produce vino y oficiales de caballería- le harán una demostración de doma. Isabel II recuerda con emoción cómo el Cadre Noir desfiló para ella en 1972, año de su última visita oficial a Francia. Luego, por la mañana aún, el alcalde de París, Bertrand Delanoë, la acompañará a pasear por la calle de Montorgueil, una vía peatonal repleta de fruterías, carnicerías y algunas de las mejores crèmeries de la capital, identificables desde lejos por el poderoso perfume de sus quesos.

Por la tarde, tras un almuerzo con el primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, la soberana pronunciará un discurso en el Senado, al que le seguirá una visita privilegiada al Louvre para descubrir las salas dedicadas al arte británico que no han de inaugurarse hasta dentro de un año.

Isabel II se asomará mañana al viaducto de Millau, aparatosa obra pública que no en vano firma un sir -Norman Foster- y luego, en Toulouse, recordará una vez más que Airbus es uno de los pocos ejemplos de éxito de la UE.

Chirac e Isabel II celebran con este encuentro el centenario de la Entente cordiale inmortalizada por los vagones del Eurostar. La célebre entente fue firmada hace 100 años para poner fin a siglos de guerras entre Francia e Inglaterra y, sobre todo, a los litigios que les enfrentaban en la conquista de sus imperios coloniales. El acuerdo franco-británico se hizo a costa de los alemanes. Los futuros acuerdos del triángulo ya no se harán en detrimento de una de las tres partes, pues en una Europa a 25 los ejes a dos parecen insuficientes para imponerse. Británicos, franceses y alemanes están condendos a entenderse.

Con la mayoría conservadora francesa en plena depresión poselectoral, la visita real y su despliegue de guardarropía conceden un momento de evasión y la ilusión, en ambos, de ser aún primeras potencias. Visto así, son bienvenidos unos fastos pensados para dar solemnidad a una alianza de 100 años que acaba de salir de la crisis iraquí.

Isabel II y Jacques Chirac, seguidos por sus parejas, ayer en París.AP

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