MATANZA EN MADRID | Las víctimas

CRISTINA ROMERO SÁNCHEZ / "Acompáñeme a la cocina y me sigue contando"

Cristina, de 34 años, llegaba puntual cada martes a las once de la mañana desde Villa de Vallecas a casa de Pilar Pérez, de 75 años, en Orcasitas. Hacía tres meses que trabajaba como auxiliar de ayuda a domicilio. Durante las dos horas que pasaba en casa de Pilar, a Cristina le daba el tiempo justo de limpiar el baño en profundidad, de recoger la cocina, pasar la fregona y quitar el polvo. Pero, ante todo, lo que hacía era escuchar. Escuchar con mucha atención. Pilar Pérez tiene 75 años, Parkinson, y una descalcificación en los huesos que le dificulta el movimiento. No sabe quién, a partir de ...

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Cristina, de 34 años, llegaba puntual cada martes a las once de la mañana desde Villa de Vallecas a casa de Pilar Pérez, de 75 años, en Orcasitas. Hacía tres meses que trabajaba como auxiliar de ayuda a domicilio. Durante las dos horas que pasaba en casa de Pilar, a Cristina le daba el tiempo justo de limpiar el baño en profundidad, de recoger la cocina, pasar la fregona y quitar el polvo. Pero, ante todo, lo que hacía era escuchar. Escuchar con mucha atención. Pilar Pérez tiene 75 años, Parkinson, y una descalcificación en los huesos que le dificulta el movimiento. No sabe quién, a partir de ahora, escuchará pacientemente cada detalle de cuando su hijo estuvo en el hospital, ni con quién compartirá cómo se siente desde que, hace ocho años, un cáncer galopante lo arrancó de su lado en tan sólo tres minutos.

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Pilar es sólo una de los siete pacientes a los que Cristina atendía en la zona sur de Madrid. Los aseaba, acompañaba al médico, a hacer la compra, al hospital y en las tareas domésticas. Le gustaba lo que hacía y prefería trabajar a domicilio antes que en las residencias porque así, decía ella, "el trato con la persona es más directo, y se les atiende mejor". Además, estaba ahorrando para pagar un piso con su novio, Víctor, también de 34 años, con el que planeaba casarse.

Su padre la vio por última vez a través de la puerta entreabierta de la cocina. Cristina preparaba el desayuno antes de irse a trabajar. Su despertador de plástico rojo aún no marcaba las siete.

"Cristina, ¿no piensas que a veces Dios está perdido?", le dijo un día Pilar. Entonces ella rió mientras terminaba de limpiar el polvo del armario del salón. Seguramente contestó, como tantas otras veces, "acompáñeme a la cocina, Pilar, y me sigue contando".-

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